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Colibríes: aves importantes de América cuyo hábitat corre peligro

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México. 

Con las primeras luces del amanecer despierta una sinfonía sin igual. Después de una larga y fría noche, los visitantes de estas flores deben tener gran apetito.

Con su pico largo se adentra en la flor en busca de néctar, su preciado alimento. Mientras lo hace, se impregna de polen que llevará a otra flor para polinizar, beneficiándose mutuamente.

Sus vibrantes colores metálicos se obtienen por iridiscencia, mediante la microestructura de sus plumas formadas por varias capas de proteínas. A la sombra se ven pardas, pero al ser iluminadas ocurren múltiples reflexiones que captan la luz dando lugar a estridentes tonos dependiendo del ángulo en que la veamos.

Al volar, los colibríes aletean en promedio 80 veces por segundo, pero pueden llegar hasta 200, requiriendo un monumental gasto de energía. Mantener este acelerado ritmo de vida parece complicado, pero no imposible.

La clave está en alimentarse cada diez minutos durante el día y reducir al máximo su temperatura por la noche, entrando a un estado parecido a la hibernación conocida como torpor.

Los colibríes conforman una familia de aves que solo habita en América. Se encuentran en casi todos los ecosistemas, excepto en aquellos muy fríos.

De las 300 especies conocidas, 57 viven en México y 12 de ellas son endémicas de nuestro país. La transformación del paisaje para áreas de ganadería, cultivo o urbanas es su principal amenaza.

Además de la contaminación y las especies exóticas. La reducción de las poblaciones de colibríes afecta a la supervivencia de muchas plantas, ya que mil especies son polinizadas por estas pequeñas aves en todo el continente, por lo que su ausencia repercute gravemente en la vegetación natural.

La doctora María del Coro Arizmendi Arriaga, de la Facultad de Estudios Superiores de la UNAM, junto a sus estudiantes, realizan un monitoreo de colibríes cada mes en la cantera Oriente de la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel, en la Ciudad de México.

Aquí los marcan y analizan su abundancia a lo largo del año en el ecosistema del pedregal, generando conocimiento para conservarlos.

Aunque son aves afectadas por la urbanización, los bebederos artificiales han contribuido a que se adapten mejor a vivir en las ciudades y sean más apreciados.

Sin embargo, un jardín con flores que los polinizadores buscan suele ser más efectivo. La fuente de alimento es variada y puede atraer a diferentes especies de colibríes e incluso a otros polinizadores.

Contar con estos jardines en las ciudades significa devolverles una parte de su hábitat, acciones pequeñas, pero de gran valor en la preservación de la naturaleza. Por DGDC

Noticiero Científico y Cultural Iberoamericano – Noticias NCC
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