Por: Camilo Cortés-Useche (Colombia)

Cruzando la calle principal del pueblo, la nube de polvo era densa, justo ahí en la entrada de la casa estaba el único árbol, un cedro que ofrece sombra a propios y extraños. La fachada de la casa azul y blanca albergaba en la parte de atrás de su interior un ejemplar de esos de antaño, cabello oscuro y rabioso, ojos circunflejos que sostienen en el rostro una mirada impetuosa.

Era un nativo silencioso pero céntrico, que vestía con un pantalón oscuro y una camisa de botones, ninguno de ellos abrochado. Sobre sus brazos relumbraban tremendas cicatrices, “rasguños de jaguar” comentaba alguno, y es que en el corazón de la selva maya el cuerpo es el único escudo. La historia cuenta que una madrugada en un repentino saludo jornalero, el felino le soltó brazadas que dejaron esas marcas en el hombre.

Sin embargo, no serían las únicas, por dentro el dolor que le ha dejado la selva es mucho más fulgurante para el hombre y su familia que durante décadas han visto la realidad que el mundo moderno les ofrece, cubiertos por promesas que no llegan y cambiando el verde por el negro color de la muerte.

Debo decir que en esa casa donde el olor a vinagre y la cálida brisa apenas entraba por las ventanas, se escuchaban también voces sordas de una comunidad liderada por el hombre de los rasguños, que con su voz retorcida y palabras cortas señaló que bajo su brazo también cargan la fuerza para trabajar la tierra.

Tierra que está cubierta por selvas de aproximadamente 3,4 billones de hectáreas, esa tierra tiene la capacidad de capturar los gases contaminantes (CO2) y gases naturales (metano, óxido nitroso) o artificiales (gases fluorados) mediante el crecimiento de los árboles, la reforestación y la restauración, así como en los sistemas agroforestales y silvopastoriles. 

Actualmente, los proyectos que fomentan estas prácticas se definen como mercados de carbono, y son sistemas comerciales en los que se venden y compran créditos de carbono. Las empresas o las personas pueden utilizar los mercados de carbono para compensar sus emisiones de gases de efecto invernadero mediante la compra de créditos de carbono de entidades que eliminan o reducen las emisiones de gases de efecto invernadero.

Para poder certificar el proyecto, la empresa que emite estos bonos de carbono se adhiere a un estricto conjunto de estándares. Una vez que la empresa termina todo el proceso de verificación, se le otorga una certificación y el logo de la entidad reguladora de carácter internacional.

 Hace unas semanas en la comunidad internacional se abrió una polémica discusión en torno a la tierra y su justicia social,  una investigación reveló que «más del 90% de los créditos de compensación de la selva tropical», certificados y comprados por aspirantes a ecologistas del primer mundo  «son probablemente ‘créditos fantasma’ y no representan reducciones genuinas de carbono», lo que significa que «el 94% de los créditos» vendidos a «empresas de renombre internacional» no tenían «ningún beneficio para enfrentar el cambio climático».

La ausencia de mercado trasparentes, justos con las comunidades y la naturaleza, así como las normas estandarizadas sólidas, no ha impedido que algunos cuantos entren a la selva y cambien el color verde por el negro, que se saquen partido de la tierra y alarguen el dolor de aquel hombre que conocí y sus familias.

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Ca­mi­lo Cor­tés es biólogo Marino. Maestro en Manejo de Ecosistemas Marinos y Costeros, doctor y post doctor en Ciencias Marinas. Su investigación en el área de la ecología marina en la República Dominicana le valió el reconocimiento del “Premio Dr. Alonso Fernández González 2020” a las Mejores Tesis de Posgrado del Cinvestav en la Categoría Doctorado. Forma parte del movimiento Wave of Change del Grupo Iberostar, como Coastal Health Regional Manager, donde trabaja en la salud Costera en la región Caribe, llevando a cabo investigación científica.