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Plu­mas NCC | Secos: Ciudades sedientas

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Walter Alberto Pengue (Argentina).

 

“El agua es la fuerza motriz de toda la naturaleza”; Leonardo Da Vinci (1452–1519).

El agua, increíblemente uno de los elementos más disponibles en la tierra, es un bien escaso.  Y la humanidad, particularmente en su relación con el agua potable, bien sabe o debería saber del valor explícito e implícito que su no disponibilidad acarrea.

América Latina no es un continente seco, pero bien parece que en lo que concierne a la gestión sostenible de los recursos hídricos, estuviera secándose.  Las sequías, si bien más potencialmente poderosas que una virtual pandemia, azuelan al subcontinente de una manera más que recurrente.  A veces, devenidas en fenómenos meteorológicos, más o menos esperables, pero algunas otras, vinculadas con los crecientes avisos que la ciencia del clima viene advirtiendo no sólo a escala regional sino global.

En la última década, más allá de los fenómenos derivados de las anomalías del Pacífico, devenidos en Niños y Niñas más fuertes, la intensidad y recurrencia de la sequía se ha hecho notar de forma conspicua.  Esta falta de agua, afecta claramente a la industria, la producción agropecuaria, la recuperación de la biomasa forrajera, la producción granaria y claramente a las ciudades.

No obstante, ello, pareciera que tanto en pueblos o ciudades intermedias – donde la gestión del recurso en los distintos países de la región se ha hecho más o menos a los tumbos – como en las grandes urbes de nuestra América morena, la faltante de agua es más que intensa.  Desde México, hasta Chile, la Argentina o el Uruguay, la falta del líquido vital ha hecho o está haciendo estragos en pueblos y ciudades.

Pero más allá de la restricción “física” por la falta de disponibilidad del recurso, existe claramente una a veces escasa, preocupación en potenciar o prepararse en la gestión de las políticas hídricas, cuando el acceso puede verse restringido o limitado por una merma vinculada, por ejemplo, a las limitadas lluvias o las tensiones generadas por los distintos usos que se le dan al recurso por parte de los actores sociales.

Problemas vinculados a la falta de mantenimiento o de expansión de la infraestructura hídrica, el rejuvenecimiento de las redes y el adecuado ordenamiento en el uso del recurso poco o nada tienen que ver con la cuestión meteorológica o incluso a lo largo de las décadas, climática, sino con una desconsideración directa sobre el tema, abandonado en detrimento de otras instancias de las coyunturas domésticas, políticas y hasta la impericia de quienes detentan cargos para los que no están adecuadamente preparados.

En Caracas, la disponibilidad y los tiempos de acceso al agua potable, se han hecho cada vez más restringidos. A la llamada hora loca, momento en que al menos sale un poco de agua de las canillas, las familias enteras conjugan sus esfuerzos para llenar fuentones y baldes para pasar el día.

Chile atraviesa la sequía más larga de la región en al menos mil años, según el último informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) sobre el estado del clima en América Latina. Tras 13 años de escasas precipitaciones, la situación agrava la tendencia a la desecación y sitúa al país a la cabeza de la crisis hídrica de la zona.

Además de los problemas de acceso directo, están los vinculados a la propiedad directa del recurso y vemos nuevamente como caso más emblemático al de Chile.  La ya vieja historia de Petorca y Valparaíso, donde las tensiones por el acceso privado al agua se han convertido en un emblema de impresentable injusticia.  Las montañas verdes de Petorca se cubren de palta para la exportación, que reciben más agua que los propios ciudadanos, imposibilitados de acceder al agua para cumplir con sus necesidades más básicas.

Mendoza, en la Argentina, ha venido históricamente enfrentando el problema de la falta del agua, pero la adecuada gestión a través de sus embalses le ha permitido disponer al menos en sus fronteras internas del recurso, tanto para la producción como para el consumo doméstico. Pero los impactos económicos, sociales, ecológicos y hasta culturales, aguas abajo, están en la provincia de La Pampa, que reclama recurrentemente la liberación de las aguas del río Atuel, para lograr alcanzar su propio desarrollo.

Para las Naciones Unidas, dos de las ciudades más pobladas del mundo, como San Pablo y México, están en la lista de quienes pueden estar en la picota rápidamente. De los casi 20 millones de habitantes de esta última, un 20 por ciento, accede al agua potable por menos de dos horas por día. Y encima, debido a la falta de mejoras en infraestructura se pierde más del 40 % del agua en fugas y roturas de cañerías.  El agua se trae cada vez desde más lejos en el DF, mientras que, en San Pablo, parece renovarse una nueva crisis por el agua, que hace casi 10 años atrás, la dejó casi seca.

La competencia por el agua, no es un tema menor y las industrias húmedas claramente lo saben.  Las bebidas cola, las cervezas y las bebidas azucaradas y hasta la industria del embotellado, que ha logrado “vender la idea” que el agua embotellada es mejor que el agua de grifo, potencian una demanda irrefrenable de consumo tonto de bebidas que ayudan a mantener presiones sobre el recurso.

Según las Naciones Unidas (2023) gran parte de Argentina, Chile y Uruguay se tambalean bajo condiciones de sequía. Durante los últimos cuatro meses de 2022, la región recibió menos de la mitad de la precipitación media, resultando en los niveles más bajos en 35 años. Esto, combinado con las altas temperaturas, ha provocado pérdidas generalizadas de cosechas y dificultado el acceso al agua en diversos pueblos y ciudades, algo que en este mes de Julio de 2023 se ha revertido sólo parcialmente.

El análisis de la Atribución Meteorológica Mundial (2023) ha concluido que el cambio climático no es el principal impulsor de la reducción de las precipitaciones. Sin embargo, ha demostrado que el cambio climático ha producido un aumento de las temperaturas en la región, lo que probablemente ha reducido la disponibilidad de agua y empeorado los impactos de la sequía.

Argentina, a pesar de ser uno de los principales exportadores de trigo del mundo, prevé que las exportaciones agrícolas para 2023 caigan un 28 % en comparación con los niveles de 2022. Según el mismo reporte, la sanidad de los cultivos en Argentina es la peor de los últimos 40 años, con graves repercusiones previstas en las cosechas de trigo y soja.

Entre enero de 2022 y enero de 2023, los ingresos por exportación de cereales y oleaginosas de Argentina han disminuido en un 61 %. La cosecha de soja argentina se redujo en un 50 % provocando enormes impactos económicos a los productores agropecuarios e incluso al propio gobierno que vive del 35 % de las retenciones que quita anualmente a los agricultores (pequeños, medianos y grandes) para mantener su gobernanza.

Si bien el panorama de la sequía ha revertido un poco en los últimos tiempos, las alteraciones metabólicas en la conformación de la biomasa de los forrajes que alimentan a los animales, han puesto en alerta a los veterinarios de la región, al encontrarse con una mortandad creciente en los animales por enfermedades atípicas derivadas de la falta de oxigenación de los vacunos al alimentarse de pasturas con un desbalance nitrogenado excesivo. La imagen de cientos de animales muertos, llama la atención de los productores.

Uruguay, con un 60 % de su territorio afectado por la sequía extrema, declaró la emergencia agrícola desde octubre de 2022.  Y urbana actualmente. Pero, como siempre pasa, el drama se percibe cuando llega a las ciudades.  Como los argentinos, los uruguayos son la referencia indiscutida en tomar mate – bebida tradicional si las hay – y hoy en día, en Montevideo, se lo deben beber con agua demasiado salada, que ha llegado a los 440 miligramos de sodio por litro.  Pero el tema es aún más grave que esta restricción y es que la ciudad se ha quedado sin agua.  Prácticamente más de dos millones de uruguayos no acceden al agua en condiciones adecuadas.

Este resultado no sólo combina los problemas de sequía sino factores y decisiones de políticas inadecuadas sobre la gestión del recurso. Daniel Panario, científico uruguayo y una de las referencias del pensamiento ambiental latinoamericano, destacó a The Associated Press que la crisis del agua es una herencia de “una desidia que viene de lejos” y que provocó que el caudal y la calidad del Santa Lucía no llegue a dar agua potable.

Marcel Achkar, estudioso de los impactos del cambio de uso del suelo en el país e investigador del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República, destaca además que los impactos sufridos devienen de las malas gestiones en el manejo del recurso en incluyen la forestación en las nacientes, degradación de los recursos, intensificación agraria, zonas de amortiguación y humedales degradados, más el consumo excesivo y no planificado.

El consumo domestico compite con el consumo forestal y agropecuario. Décadas atrás, Ricardo Carrere advertía con claridad que “las plantaciones no son bosques”. Y hoy, luego de más de veinte años de la promoción forestal de maderas blandas, las investigaciones advierten que los eucaliptos, actúan literalmente como motores de extracción hídrica, absorbiendo más del 50 % del agua de las nacientes en las sierras de Lavalleja.  Una zona que fue declarada como prioritaria para las plantaciones forestales.

En el 2022, la madera y sus derivados representaron el tercer producto de exportación del Uruguay y se estima que este año podría llegar a ser la primera.  Algo similar sucede con la soja que se expande sobre el bioma pampa uruguayo.

Más allá de las actuales propuestas nuevamente de coyuntura que incluyen al proyecto Neptuno para la potabilización de agua desde el Río de la Plata, extracciones del acuífero en la sierra del Santa Lucía o la construcción de represas provisorias, lo que los científicos advierten es que la cuestión se debe revisar desde la complejidad ambiental y operar sobre las causas y los ajustes vinculados por un lado a las sequías recurrentes y por el otro lado los procesos de producción primaria, que toman mucha agua, como las plantaciones en las nacientes de los ríos, el cambio de uso del suelo para la agricultura intensiva, el efecto de los tambos que manejan mal y aumentan su huella hídrica gris y el crecimiento de los feedlots con consecuencias parecidas.

A las ciudades europeas no les está yendo tampoco muy bien. 2022 y 2021, han sido los más secos de la historia en los registros del Observatorio Fabra de Barcelona desde que se puso en marcha en 1914.  Y el asunto se repite globalmente.

En junio de este 2023 se registraron las temperaturas más altas jamás detectadas en ese mes desde que se tienen registros meteorológicos: 0,5 grados por encima del promedio entre 1991 y 2020 y superan ampliamente el último récord de junio de 2019, según informó este jueves el proyecto europeo Copernicus. Dice el reporte que “Durante mayo de 2023, las temperaturas de la superficie del mar en todo el mundo fueron más altas que en cualquier mes de mayo anterior, una tendencia que continuó hasta junio, y el océano mundial experimentó temperaturas de la superficie del mar más altas que en cualquier junio anterior registrado”.

El problema es muy complejo. La combinación de factores puede llegar a dar resultados totalmente inesperados.  Lo que sí es claro, como lo indica el IPCC es que lo que la humanidad enfrenta representa fenómenos de mayor intensidad y recurrencia. En el caso de las sequías, es entonces claro, que las mismas se intensificarán.  Y esto, más allá de los problemas vinculados con el sector rural, forestal o la industria, impacta directamente a las ciudades.  Tanto desde la consideración por la falta coyuntural de agua, su calidad y los impactos deletéreos de su ausencia.

La civilización no puede sobrevivir sin agua potable. El colapso de las ciudades de la civilización maya desde el año 950, se produjo por una combinación de factores que tuvo a la falta del agua en su centro, donde la precipitación anual disminuyó entre el 40 y 54 %, la deforestación no se detenía para dar paso a los cultivos y la tierra expuesta contribuía a aumentar la temperatura.

El enorme desarrollo del Imperio Khmer, en el sudeste asiático que se extendía Camboya, Tailandia, Vietnam, Birmania y Malasia, se debió inicialmente al adecuado manejo del agua. Pero, su ciudad emblema, Angkor – un ejemplo tecnológico de capacidad humana y productiva – fue abandonada de buenas a primeras como consecuencia de la falta de agua en los canales y también ya en esos tiempos, por la pésima gestión en el manejo del recurso.

En la Isla de Pascua, el fin de la civilización Rapa Nui se debió a un período de sequía que afectó la producción agrícola y la disponibilidad de alimentos para una población restringida por su entorno y por su crecimiento exponencial.

Para Olga Margalef, investigadora del CREAF, coautora de un reciente reporte, resalta que las caídas de población son posteriores a periodos de clima seco, lo que convierte la sequía en el peor enemigo de la humanidad.

El llamado suceso del kiloaño 4,2 – un evento de cambio súbito del clima hace 4.200 años – puso fin a tres grandes imperios de la antigüedad: el del Antiguo Imperio de Egipto, el acadio en Mesopotamia y el de la cultura Liangzhu (China) en la zona baja del río Yangtsé (China). La sequía comenzó alrededor del año 2200 a. C. y se cree que duró un centenar de años.

Las recurrencias vinculadas a la falta de agua llevan a nuevas preocupaciones: pasar de la sequía a la aridez. La primera puede entenderse como un déficit de precipitación con respecto al promedio estadístico, mientras que la aridez se basa en una carencia estructural de agua. En condiciones de aridez, la evapotranspiración (la evaporación desde el suelo y la transpiración de las plantas) supera a la cantidad de lluvia, así que el balance es negativo.

Como bien lo advierte las Naciones Unidas, los temas del COVID19 empalidecen frente al catastrófico efecto de la sequía. Y prepararse para ello implica un compromiso ciudadano relevante sumado a la enorme responsabilidad científica y tecnológica por aportar a la adaptación a los nuevos escenarios y especialmente un compromiso global, nacional y local de los decisores de políticas en la gestión de recursos limitados mucho más allá de sus propias instancias de coyuntura sino con la mira en el mediano y el largo plazo.  Caso contrario, acabaremos todos secos…

Bibliografía:

Lima, M. ; E. M. Gayo; C. Latorre; C. M. Santoro; S. A. Estay; N. Cañellas-Boltà; O. Margalef; S. Giralt; A. Sáez; S. Pla-Rabes; N. Chr. Stenseth 2020/06/20. Ecology of the collapse of Rapa Nui society. Disponible en:  https://doi.org/10.1098/rspb.2020.0662

Naciones Unidas (2023). El cambio climático no es el responsable de la sequía en Argentina, Uruguay y Chile, pero sí agrava la escasez de agua. Disponible en: https://news.un.org/es/story/2023/02/1518812

Pengue, W.A. (2023). Economía Ecológica, Recursos Naturales Y Sistemas Alimentarios ¿Quién Se Come A Quién? (Pengue 2023, Orientación Gráfica Editora, Buenos Aires). Disponible en:  https://www.researchgate.net/publication/370068450_Economia_Ecologica_Recursos_Naturales_y_Sistemas_Alimentarios_Quien_se_Come_a_Quien 

World weather attribution (Atribución Meteorológica Mundial) (2023). Vulnerability and high temperatures exacerbate impacts of ongoing drought in Central South America. Disponible en:  https://www.worldweatherattribution.org/vulnerability-and-high-temperatures-exacerbate-impacts-of-ongoing-drought-in-central-south-america/ 

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Wal­ter Pen­gue es In­ge­nie­ro Agró­no­mo, con for­ma­ción en Ge­né­ti­ca Ve­ge­tal. Es Más­ter en Po­lí­ti­cas Am­bien­ta­les y Te­rri­to­ria­les de la Uni­ver­si­dad de Bue­nos Ai­res. Doc­tor en Agroe­co­lo­gía por la Uni­ver­si­dad de Cór­do­ba, Es­pa­ña. Es Di­rec­tor del Gru­po de Eco­lo­gía del Pai­sa­je y Me­dio Am­bien­te de la Uni­ver­si­dad de Bue­nos Ai­res (GE­PA­MA). Pro­fe­sor Ti­tu­lar de Eco­no­mía Eco­ló­gi­ca, Uni­ver­si­dad Na­cio­nal de Ge­ne­ral Sar­mien­to. Es Miem­bro del Gru­po Eje­cu­ti­vo del TEEB Agri­cul­tu­re and Food de las Na­cio­nes Uni­das y miem­bro Cien­tí­fi­co del Re­por­te VI del IPCC.

 

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