Por: Wal­ter Pen­gue  (Ar­gen­ti­na).

El gran paso que permitió la estabilización y el crecimiento de la humanidad fue el complejo camino de lo nómade a lo sedentario, a través de la domesticación de los cultivos y la agricultura.

La riqueza, la diversidad y la disponibilidad de los alimentos que nos trajo el desarrollo agrícola y la conformación de los primeros asentamientos humanos se dio justamente porque nuestros congéneres pudieron establecerse en lugares que les permitían no ya colectar lo que la naturaleza daba, sino aprender a producirlo en un determinado lugar.  En El Jardín del Edén,  Jorge Orellano destaca el papel que las mujeres tuvieron en estas etapas iniciales del origen de la alimentación humana.

Pienso en el Paleolítico en una mujer, quizás una niña que observa, mira, analiza y muestra sus poderes. En el Clan del Oso Cavernario, la famosa novela histórica de quién es conocida más por su pseudónimo, Jean M.  Auel que por su nombre real (Jean Marie Untinen), la autora reconoce en la joven Ayla a una suma de capacidades que dieron cuenta de su posibilidad de supervivencia por encima de catástrofes ambientales, migraciones y trashumancias de una humanidad aún errante y en genética transformación.  Una humanidad que observa y qué aprende.

Siglos después, imagino otras jóvenes, hechiceras, chamanes, expertas en la observación de los fenómenos de la naturaleza, mirando caer una semilla, de las que ellas colectaban como alimento.

Y descubrir que esta desde el suelo crecía.  Las veo probando, siguiendo los tiempos y aprendiendo, siempre aprendiendo. Delicadeza, observación, necesidad y capacidad para buscar el primer camino de la nutrición humana. Y luego replicar lo que la naturaleza hacía. Y en cada proceso, en cada ciclo, mejorando.

Luego vendría la fuerza, la energía y el manejo de otros recursos. Pero es más allá de la observación científica, antropológica, que es lógico, que podamos asumir que fueron ellas quienes mostraron ser las primeras genetistas de la humanidad.

Las que seleccionaron, replicaron y sembraron las primeras semillas. Y así, las domesticaron.  Y en esa primigenia selección e inicio tecnológico, promovieron una actividad que cambiaría la faz de la tierra y que dio cuenta de lo que luego sería nuestra civilización.

La domesticación de especies, es un paso inicial de la selección genética, que lleva a identificar características de interés, con uno o varios fines específicos y que son seleccionadas a lo largo del tiempo para lograr una nueva especie determinada.  En esas primeras etapas era claro que la importancia que la semilla tenía daría la recompensa de un alimento poderoso. 

Se aprendía rápida y eficazmente e incluso implementando distintas técnicas en diferentes partes del globo terráqueo.  El sólo hecho de hallar una especie que no liberase sus granos y quedase en la panoja, orientó la selección hacia especies indehiscentes.  El grano en la panoja, permitiría una colecta más cómoda, una posición de trabajo diferente, un menor ataque o daño de plagas o enfermedades. Quizás, hasta un poco menos de dolor al evitar agacharse.   ¿Lo sabían?, No, lo intuían. Pero aprendían.

Esta parte inicial del proceso de selección implicó un primer conocimiento sobre los aspectos de la germinación, el manejo del suelo o el propio seguimiento de los estados fenológicos de la población silvestre de estas plantas.  Luego de varias generaciones y de este proceso de observación y selección manual es claro que las características de interés buscado han quedado en las plantas y se seguirán aprovechando.  Esto podrá tardar mucho o poco tiempo, dependerá  de la especie y los objetivos buscados.

El proceso de domesticación de plantas se dio en distintos lugares y momentos de la Tierra,  entre los 12.000 y los 8.000 años atrás.  Prácticamente en todos los continentes, con centros en América, África y Asia.

Los centros de origen de las plantas cultivadas responden a los primeros lugares donde estas especies pasaron de silvestres a domesticadas a través de un proceso de selección humano. Y son aquellos lugares donde estas plantas se expandieron y en general se encuentra la mayor cantidad de sus parientes silvestres.  Hace unos 10.000 años atrás aparece el trigo, Triticum monococcum y Triticum dicoccoides, junto con la cebada, Hordeum vulgare, en la zona de Oriente Medio.

Llamativo esta última en el sentido que algunas especulaciones nos llevan a pensar que fue la cerveza la que orientó varios aspectos de este proceso selectivo y el inicio de un tipo de alimentación humana.  Y los motivos por los cuales se seleccionaban trigos negros, inicialmente por encima de lo que hoy conocemos. 

En épocas similares aparecen en China el arroz, Oriza sativa, y la soja, Glycine máxima.  Ya unos 8.000 a 4.000 años atrás en África se domestica el sorgo, Sorghum graniferum y el café, Coffea arabica.  En todos los continentes, con excepción de Europa, se produjo una explosión y selección de especies con objetivos muy diversos.

La tecnología y la selección humana de muchísimas especies orientaron al principio una riquísima diversidad local de especies cultivadas. Y de muy ricos intercambios, que dieron pie a otras instancias importantes como la expansión inicial de tales especies, que fluyeron de una a otra región, conformado importantes centros de diversidad.

Esto es aquellos lugares donde no sólo apareció la especie sino donde esta se difundió y expandió.  Los centros de origen y los centros de diversidad de las especies cultivadas, no necesariamente están en el mismo lugar. A veces sí y otras tantas no.

Uno de los científicos más respetables y que mayor aporte hizo al conocimiento de los centros de origen y de diversidad en los tiempos modernos, fue Nikolái Vavílov.  En el año 1920 desarrollo la Ley de las Series Homólogas de Variación e hizo importantes aportes al conocimiento estableciendo que las variaciones en especies emparentadas suelen ser similares, que responden a una consecuencia de su semejanza genética.

En esos tiempos, trabajaban aun fuertemente con el fenotipo de las especies o sus características fisiológicas o ambas. La variación de tales características en diferentes especies o géneros de plantas cultivadas representan respuestas únicas o idénticas de sistemas genéticos heredados de un ancestro común.

Vavilov fue de los primeros científicos modernos en comprender claramente el efecto de cuello de botella que la selección de un conjunto pobre de especies podría producir y los daños que la agricultura industrial generaría en la base genética amplia de las especies vegetales.

En poco tiempo, a inicios de la década del veinte,  desde la Academia de Ciencias Agrícolas de Rusia en Leningrado impulsó la instalación de más de 350 centros de testeo y distribución de semillas a los campesinos pobres de ese país. También realizó una centena de  expediciones botánicas alrededor del mundo, que lo llevaron a los Estados Unidos (1921), Afganistán (1924), la cuenca del Mediterráneo (1926), África Oriental (1927), China (1929), América Central (1930) y finalmente a Meso y  Sudamérica (1932-1933). En 1924, publicó un primer listado de centros de orígenes para las especies cultivadas que fue actualizando a la luz de nueva evidencia hasta 1940.

Lamentablemente las persecuciones ideológicas del régimen comunista defenestraron a través de la detracción el brillante trabajo de Vavilov y lo condenaron al ostracismo, la cárcel, la enfermedad y la muerte por inanición. La historia de su Centro, vinculada al sitio alemán de Leningrado lo desarrollaremos más adelante pero no puedo dejar de mencionar su importancia:  En tiempos de la Segunda Guerra Mundial, la colección de semillas más grande del mundo (con el germoplasma de más 187.000 especies) se encontraba resguardada en el Instituto de la Industria de las Plantas (hoy Instituto Panruso N. I. Vavilov).

Gracias a sus científicos pudo prevalecer hasta el fin de la guerra. Doce de ellos, como Vavilov previamente,  murieron de hambre en la ciudad sitiada, pero rodeados de comida (semillas, frutos, raíces y tubérculos). Una de ellas fue Olga Voskresenskaia, rodeada de sus batatas.  Olga, como todos aquellos botánicos y botánicas, sabían claramente que había que garantizar la comida de una buena parte de la humanidad. Una vez que terminara la guerra, la especie humana debería volver a empezar…

En Agricultura industrial y transnacionalización en América Latina, La transgénesis de un continente, advertíamos especialmente sobre los efectos que la pérdida de diversidad genética produciría sobre nuestro sistema alimentario. Y poníamos el énfasis en la importancia de la protección de los centros de diversidad biológica. Cultivos como el maíz o la papa, presionados por la llegada de los OGMs, podrían verse afectados para siempre en sus propios centros de origen y de diversidad.

La especie humana, la más innovadora sobre la faz de la Tierra, seguirá explorando y transformando.  Pero evolucionamos con la naturaleza. Y no contra ella.  La domesticación de las especies vegetales ha sido el paso trascendental para la conformación de nuestro actual estado civilizatorio.

La Fitotecnia, el Mejoramiento Genético Vegetal de especies, ha permitido avanzar en la concreción técnica de nuevas especies hoy de gran utilidad para la humanidad.  Creo que la más trascendente en nuestra región y desde el punto de vista de genético más transformada para nosotros ha sido el maíz. Pero no debemos olvidar como inició todo esto y el enorme aprendizaje que la observación por un lado y la necesidad por el otro, nos dieron el alimento que hoy tenemos.

No obstante hoy y de cara al futuro, el cuello de botella genético puede hacerse aún más grande.  Cada año que pasa, perdemos más conocimiento ancestral y milenario, una herencia biocultural, que se centraba en lo local y en el aprovechamiento de cientos de especies en las distintas ecorregiones del planeta.

Sin embargo, ahora utilizamos sólo una docena de plantas y poco más de cinco especies animales para conformar una canasta alimentaria global que llega al 75 % de lo producido.  De las doce plantas cultivadas, el arroz en Oriente, el trigo en Europa y Occidente y el maíz en Occidente aportan el 60 % de las calorías que la humanidad consume.  Demasiado riesgo para una especie que vive de peligro en peligro…

Bibliografía

Auel, Jean M. (1980). El Clan del Oso Cavernario. Editorial Océano, Buenos Aires.

Orellano, J. A. (2017).  El jardín del Edén. Cómo las mujeres crearon la agricultura. Ediciones del Camino. Buenos Aires.

Pengue, W.A. (2005). Agricultura industrial y transnacionalización en América Latina. La transgénesis de un continente. PNUMA. México.

Quesada, I. (2021). Nikolái Vavílov: el botánico que todos quisimos ser. Etilmercurio. Santiago, Chile.

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Wal­ter Pen­gue es In­ge­nie­ro Agró­no­mo, con for­ma­ción en Ge­né­ti­ca Ve­ge­tal. Es Más­ter en Po­lí­ti­cas Am­bien­ta­les y Te­rri­to­ria­les de la Uni­ver­si­dad de Bue­nos Ai­res. Doc­tor en Agroe­co­lo­gía por la Uni­ver­si­dad de Cór­do­ba, Es­pa­ña. Es Di­rec­tor del Gru­po de Eco­lo­gía del Pai­sa­je y Me­dio Am­bien­te de la Uni­ver­si­dad de Bue­nos Ai­res (GE­PA­MA). Pro­fe­sor Ti­tu­lar de Eco­no­mía Eco­ló­gi­ca, Uni­ver­si­dad Na­cio­nal de Ge­ne­ral Sar­mien­to. Es Miem­bro del Gru­po Eje­cu­ti­vo del TEEB Agri­cul­tu­re and Food de las Na­cio­nes Uni­das y miem­bro Cien­tí­fi­co del Re­por­te VI del IPCC.