La pandemia de COVID-19 ha afectado la forma de consumir agua en todo el mundo, con un viraje hacia el agua embotellada, y América Latina no es la excepción.
Para los expertos, las fluctuaciones en la demanda de agua embotellada tienen raíces históricas y sociales, así como impactos ambientales e importantes implicancias para la gestión del agua en los países de la región.
Solo en la Ciudad de México, por ejemplo, la compra de agua embotellada aumentó 140 por ciento en el primer semestre de 2020, según una encuesta de la Universidad Autónoma Metropolitana.
En el webinar de lanzamiento de la encuesta, Delia Contreras, líder de la investigación, señaló que entre los hogares de bajos recursos, el impacto de la compra de agua embotellada en los ingresos familiares antes de la pandemia era del 15 por ciento; con la pandemia ese porcentaje se elevó al 36 por ciento, básicamente en botellas de 20L.
El aumento de la demanda de agua embotellada ha beneficiado a las empresas suministradoras: entre el primer y segundo trimestre de 2020, Coca-Cola Femsa, por ejemplo, a pesar de una caída del 25,4 por ciento en las ventas de botellas de agua con menos de cinco litros, tuvo un aumento del 12 por ciento en las ventas de botellas entre cinco y 20 litros de agua en el país.
Un fenómeno similar ocurrió en Brasil, país con casi 214 millones de habitantes y el más poblado de América Latina.
La venta de agua en botellas descartables (por debajo de 1,5 litros) cayó alrededor de 70 por ciento en 2020 en comparación con 2019, mientras que la venta de botellas de 20 litros aumentó 15 por ciento en ese período, informó Carlos Alberto Lancia, presidente de la Asociación Brasileña de la Industria del Agua Mineral.
Según Lancia, a fines de octubre de este año la venta de agua embotellada en Brasil ya había alcanzado el mismo nivel de ventas que en todo el año 2020. “Aunque la economía aún no se haya recuperado, creo que en 2021 tendremos los mismos niveles de ventas de 2019”, dijo.
“Durante la pandemia, la mayoría de personas consumió agua de botellas de 10 y 20 litros. En las periferias de las grandes ciudades el aumento fue un 20 por ciento mayor que el consumo medio nacional, mientras que en las clases más altas (familias que ganan más de 10 salarios mínimos, o alrededor de US$ 2000), este aumento fue alrededor del 10 por ciento comparado al promedio nacional”, complementó.
Según la Asociación Brasileña de Industrias de Refrigerantes y Bebidas no Alcohólicas, el consumo medio de agua embotellada en Brasil fue de casi 60 litros por habitante en 2020, 4 por ciento más que en 2019.
Lancia explicó que con el cierre de bares y otros establecimientos hubo un cambio en el consumo de agua embotellada, ya que la gente empezó a comprar botellas grandes para beber agua en casa en lugar de beber de botellas más pequeñas en la calle.
Diversas causas, múltiples impactos
Algunas personas compran agua embotellada porque no tienen acceso a agua potable. En Brasil, por ejemplo, cerca de 35 millones de personas no tienen acceso a servicios de agua tratada, según el Ranking de Saneamiento 2021 del Instituto Trata Brasil.
“Pero también están los que consumen agua embotellada porque el sabor del agua corriente es malo, como pasa mucho en Chile, por el sarro (causado principalmente por carbonato de calcio)”, dice Maria Fragkou, profesora asociada del Departamento de Geografía de la Universidad de Chile.
“También existe un trasfondo cultural en el consumo de agua embotellada, sea como símbolo de estatus social o de la confianza que la gente tiene en las empresas de agua potable”, añade Fragkou.
Esta confianza, al parecer, ha ido disminuyendo. Según una encuesta encargada por la Superintendencia de Servicios Sanitarios, más de la mitad de chilenos (54,9%) consumía agua del grifo, mientras que uno de cada tres (31,3%) consumía agua embotellada a principios de 2020. Las preferencias cambiaron a lo largo del año, ya que en diciembre el consumo de agua del grifo se redujo al 46,5 por ciento y el de agua embotellada se elevó a 37,8 por ciento.
Un ejemplo extremo de esta disminución de la confianza es México, que ya ostentaba el mayor consumo per cápita de agua embotellada del mundo incluso antes de la pandemia.
Según el Módulo Hogares y Medio Ambiente, encuesta realizada en 2017 por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), tres de cada cuatro hogares mexicanos (76.3%) consumían agua de pequeñas damajuanas o botellas. Solo una de cada cinco familias (19,6%) bebía agua de la red pública de abastecimiento.
El Consejo Consultivo del Agua, organización de la sociedad civil dedicada al tema, señala que nueve de cada diez mexicanos cuentan con servicios de agua potable. En las zonas urbanas, la tasa alcanza el 95,4 por ciento, mientras que en las zonas rurales la cobertura desciende al 78,8 por ciento.
Hugo Contreras, residente de la Ciudad de México y director de seguridad hídrica para América Latina de The Nature Conservancy, explica que “hay una percepción entre los ciudadanos de que la calidad de los servicios de agua está disminuyendo, y por eso están empezando a no tener mucha confianza en el proveedor del servicio”.
La pérdida de confianza, recuerda, se remonta a mucho antes de la pandemia. “Cuando tienes un proveedor privado que, para conseguir mercado, dice que el servicio público es malo, y por otro lado, tienes un proveedor público que dice que los malos son los privados, lo que se entiende es que son todos malos y la gente no quiere jugar con su salud”, comentó.
Gestión pública vs privada de los recursos hídricos
A diferencia de países como Brasil y México, en Chile la mayoría de servicios de suministro de agua potable son privados. “El argumento de que la gestión estatal no es eficiente y que la gestión privada sí lo es –y que podría modernizar y aumentar la infraestructura de distribución de agua– fue la justificación para privatizar las empresas de agua potable en Chile”, indica Fragkou.
Joaquín Deon, geógrafo de la Universidad de Córdoba, Argentina, señala que en América Latina existen todo tipo de ejemplos sobre la gestión de los servicios hídricos.
“En Bolivia, desde la década de 1990, la gente se ha organizado localmente para la gobernanza colectiva del agua, como un recurso que pertenece a todos. En Chile ocurrió el movimiento contrario, ya que la privatización de la tierra ha tenido un gran impacto en las cuencas”, refiere.
“En Colombia y Argentina, las grandes empresas hacen convenios con los estados nacionales, avanzando con los monocultivos y limitando la participación ciudadana en la gobernanza del agua”, añade.
“La forma en que se maneja el agua, ya sea como propiedad privada o como un recurso básico para la realización de un derecho humano, tiene un gran impacto en la percepción y la confianza de las personas en los servicios de agua potable, y también en su predisposición a consumir agua corriente o embotellada”, afirma.
Por: Meghie Rodrigues | SciDev América Latina
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