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Champiñones cultivados en el poso del café, otra forma de ver el futuro

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Bruselas, Bélgica. 

El poso del café no sirve solamente para leer el futuro. En Bruselas, una joven empresa, erigida en modelo de economía circular, lo recicla para cultivar en plena ciudad pleurotus, champiñones comestibles 100 por ciento bio.

Para la firma «PermaFungi» la aventura comenzó en Tailandia en 2013, cuando un belga que hacía turismo en bicicleta descubrió una granja que cultivaba champiñones con este residuo, conocido por los amantes de la jardinería por sus virtudes nutritivas.

Al volver a Bruselas, propone la idea, pues hay miles de toneladas de este residuo generado cada año por los cafés y restaurantes de la ciudad que pueden acabar en los cubos de basura.

Hoy, seis años después de su creación bajo forma de cooperativa en 2014, la «start-up» produce por mes una tonelada de pleurotus, aunque tiene dificultades para ser rentable, admite Julien Jacquet, uno de sus cofundadores.

«La idea no es en absoluto hacer un champiñón excepcional (…) sino un producto que tenga sentido, que sea local y bio. Hay que convencer a nuestros clientes (tiendas bio, restaurantes…) que existe este valor añadido» explica el cofundador de 36 años. El kilo de pleurotus es vendido a 15 euros (USD 17).

– Asociados –

Concretamente la firma se ha asociado con dos cadenas de restauración, Exki y Le Pain quotidien, para recolectar cada mañana, a menudo en bicicleta, los residuos de café bio que serán el nutrimento de base del futuro champiñón.

Un componente natural, el micelio –considerado como la raíz del champiñon– es introducido en una mezcla de residuo de café y de paja, colocada en una bolsa de plástico en forma de morcilla. El componente va a generar «la fructificación«, la etapa final del proceso.

En las cámaras frías dotadas de vaporizadores de agua, el champiñón es recolectado a los 15 días en las «paredes» de estas bolsas suspendidas verticalmente. Previamente la bolsa ha sido agujereada con un cuchillo, para ayudar al pleurotus a respirar al exterior.

PermaFungi instaló su champiñonera de 1.000 m2 en un histórico lugar del corazón de Bruselas, el antiguo depósito de las Aduanas belgas, llamado hoy «Tour et Taxis».

«Nos reapropiamos de espacios urbanos desocupados para cultivar de forma sana y duradera» alega Quentin Thirion, en la empresa desde hace tres años, y encargado de la recogida matinal en bicicleta-carguera de los residuos en las máquinas de café.

– Calor residual –

Producir en sótanos permite «usar el calor residual del edificio» lo que reduce la energía consumida, asegura Malika Hamza, experta en alimentación duradera.

Al final de la cadena, el residuo de la fructificación es usado como composta, o para fabricar pantallas de lamparas biodegradables comercializadas por la sociedad.

Julien Jacquet se vanagloria de haber formado a «un centenar de empresarios» y que sus conocimientos en la materia hayan sido «duplicados» en otros lugares de Francia, Quebec o incluso Nueva Caledonia.

Se han imaginado asimismo «kits de champiñones» para alentar a los particulares a cultivarlos a pequeña escala en sus propias casas.

«No vamos a sustituir la agricultura clásica pero es esencial que un país, una ciudad, sepan producir parte de sus alimentos».

«La mayoría de los champiñones consumidos en Bélgica, viene de Holanda o de Rumanía. Y es un producto cuya principal calidad debe ser la frescura. Por eso ¡podemos producirlos nosotros mismos!»

Por: Matthieu Demeestere

Noticiero Científico y Cultural Iberoamericano – Noticias NCC
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