AFP (Paula RAMON)

Seis días antes de lo previsto, Benedito de Souza removió la arena buscando el nido de tortugas arrau que semanas atrás había escondido de los predadores. Tan oculto estaba que demoró en encontrarlo y, cuando lo hizo, lo sorprendió una desbandada de decenas de crías.

Durante la sequía, el marrón y serpenteante río Purus, al sur de la Amazonia brasileña, retrocede y deja al descubierto vastas playas donde miles de tortugas desovan cada año.

Desde las embarcaciones se pueden ver sus huellas, un rastro que los cazadores aprovechan y que obsesiona a De Souza.

«Son como mis hijos», afirma emocionado, mientras improvisa un saco con su franela para recoger a los veloces reptiles, los primeros de la estación.

Este líder comunitario hizo su primer curso ambiental en 2007 y custodia las riberas junto a otros vecinos de la reserva Médio Purus durante la estación de cría, entre junio y noviembre.

Las tortugas arrau, que miden hasta un metro, aún no tienen clasificación de amenazadas, pero «de hecho, lo están», aclara Roberto Lacava, director del Programa de Quelonios de la Amazonia del Instituto Brasileño del Medio Ambiente (Ibama), que protege especies en peligro.

Con apenas veinte funcionarios para ocho estados, el programa depende de voluntarios en el estado Amazonas, con mayor territorio que Perú.

Aquí se insertan los vecinos de Médio Purus, que desde 2014 perdieron apoyo económico del Ibama. Viendo la actividad ilícita como más rentable, algunos voluntarios entrenados aprovecharon sus conocimientos para transformarse en traficantes.

«Muchos esperaban ser remunerados y como no lo fueron, se volvieron predadores», explica De Souza, mientras acomoda las nuevas crías en un tanque para llevarlas a un lago y aumentar sus oportunidades para sobrevivir.

Este año, el Ejecutivo anunció un recorte de 43% al presupuesto del Ministerio del Ambiente, y el presidente Michel Temer ha coleccionado críticas de oenegés y organismos internacionales en materia ambiental.

«Es una preocupación grande. Hubo una reducción drástica, tendremos que enviar menos servidores al campo y eso podrá tener un impacto grande en los resultados que veníamos obteniendo», opina Lacava.

– Sin piernas –

El cacique Zé Bajaga es coordinador técnico de la Fundación del Indio (Funai) en Lábrea, ciudad a la que responde Médio Purus: «Estamos sin recursos, sin gente, sin piernas», dice.

Bajaga acaba de volver de la primera operación de fiscalización ambiental en el área desde 2015. «Lo ideal sería realizar tres por año, pero por falta de recursos terminamos haciendo una cada dos años», lamenta.

Tras casi un mes río arriba, en un recorrido que remite a imágenes del «Fitzcarraldo» de Werner Herzog, Bajaga constató que las poblaciones de quelonios y de peces no aumentaron en varios lugares debido a la captura ilegal.

«El comercio ilegal crece en la ausencia del Estado», comenta Ana Torres, coordinadora del Programa de Manejo de Pesca del Instituto Mamirauá, basado en Tefé, Amazonas.

El programa de protección iniciado en 1997 tiene entre sus protagonistas al arapaima o paiche, uno de los mayores peces de agua dulce del mundo que está amenazado desde 1975, según la lista Cites.

Con decenas de dientes y escamas tan grandes y duras que son usadas por las ribereñas como lima de uñas, el paiche puede alcanzar hasta casi tres metros y 220 kilos.

«Si consideramos los números en términos de estoque, en el estado Amazonas podríamos decir que recuperamos la población», afirma Torres.

En Médio Purus el paiche se encuentra en 200 lagos, pero sólo 16 tienen programas de manejo, explica José de Oliveira, gestor local del Instituto Chico Mendes para la Conservación de la Biodiversidad (ICMBio).

En el lago de la Sacada, el primero en adoptar el programa de manejo en la reserva, pescan Ednildo de Souza –hijo de Benedito– y Cristovao de Breto.

«Mejoró cuando se legalizó», asegura Ednildo mientras levanta un pez que se revuelve en la red. «Sólo 50 kilos, es pequeño», evalúa, y lo libera. El manejo permite pescar sólo a ejemplares con más de 1,5 metros.

– Desastre ecológico –

El acceso a los lagos durante la sequía es estrecho, limitando el paso a grandes embarcaciones. Sin embargo Bajaga afirma que el tráfico está aumentando.

«Sin vigilancia, el programa de manejo se debilita. Aquí necesitamos, para ayer, un equipo multidisciplinario», dice.

Para las tortugas arrau, el panorama no es distinto.

«Apenas un año sin vigilancia puede ser suficiente para que la especie se extinga localmente», subraya Lacava.

«El Estado siempre estuvo ausente, nunca hubo una política de inversión ambiental de facto (…) Nuestro enfoque es cómo cambiar eso», explica Ana Torres.

Además del tráfico, factores climáticos y la construcción de hidroeléctricas en la Amazonia amenazan a los animales, precisa Lacava. En el sur del municipio también avanza la deforestación.

«La situación aquí es muy peligrosa», advierte Bajaga. «Estamos a la vera de un desastre ecológico».