Cartagena (Colombia) – Santiago TORRADO (AFP)
Ya vestida de mesera, Arleth Martínez besa las fotos de sus dos hijos antes de salir de la celda, caminar unos metros y comenzar su jornada en el Interno, el primer restaurante gourmet que funciona en una cárcel en Colombia.
Siguiendo el ejemplo del centro de detención de Pollsmoor, en Sudáfrica, donde estuvo preso Nelson Mandela, y de la prisión para hombres de Milán, en Italia, cada vez más establecimientos penitenciarios ensayan este tipo de experiencias de reintegración a través de la cocina.
Las imágenes de los mellizos de siete años le sirven de «amuleto» a Martínez, una mujer negra de 26 años, que paradójicamente debe uniformarse para salir de prisión y atender a los comensales. Lleva camiseta y delantal negros y un colorido turbante fucsia que cubre su pelo recogido.
Hace dos años que Martínez llegó a San Diego, la prisión femenina del puerto turístico de Cartagena, para cumplir una condena de seis años por extorsión, pero su vida cambió desde diciembre.
«Aunque todavía estoy dentro de la cárcel, me siento libre porque es un ambiente completamente distinto», asegura entre risas. Al menos de este lado «no se ve tanta reja», dice a AFP.
Ubicada en el centro histórico de esta ciudad de un millón de habitantes, San Diego es la primera prisión de mujeres con atención al público. Un mural de flores pintado por las reclusas domina la vista.
Quince de las 150 internas de San Diego -varias de ellas acusadas de narcotráfico o asesinato- se reparten entre la cocina y la atención a los clientes.
Por dos jornadas de trabajo, descuentan un día de condena.
– Redención –
Una cortina fucsia divide el restaurante de las celdas.
El menú de 90.000 pesos (30 dólares) incluye entrada, plato fuerte, postre y zumo de frutas. Un turista puede disfrutar desde un «ceviche de pescado en leche de coco» hasta «arroz caldoso con frutos del mar» o una «posta cartagenera», una carne en salsa negra típica de la ciudad.
Interno despunta como una alternativa de resocialización en Colombia, el país con la segunda mayor población carcelaria de Sudamérica (unos 120.000 internos), después de Brasil.
En los últimos 17 años el número de presos pasó de 51.500 a 119.500, según el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
El endurecimiento de penas y el narcotráfico repletan las 138 cárceles del país, con capacidad para albergar unos 80.000 presos.
«Yo creo en las segundas oportunidades», se lee en la camiseta de Martínez. Un letrero similar, encima de una flecha negra, apunta hacia la entrada del restaurante, un portón fucsia.
Con capacidad para 50 comensales, el lugar ofrece cenas gourmet de martes a domingo. A las 11 de la noche cierra sus puertas, y las mujeres regresan a sus celdas para el conteo rutinario.
Al igual que la mayoría de cárceles de Colombia, en San Diego hay hacinamiento. Son 150 mujeres en un espacio habilitado para cien, y como en otras prisiones, muchas esperan condena entre rejas.
El restaurante es un experimento de la fundación Acción Interna. Su directora, Johana Bahamón, se inspiró en el restaurante InGalera, que funciona en el estacionamiento de la cárcel de hombres de Milán.
Esta actriz rubia de televisión, de 35 años, convenció a las autoridades para adaptar la idea en San Diego, que está a pocos metros de los hoteles cinco estrellas que abundan en la ciudad amurallada.
– Una celda para 25 –
En dos meses capacitaron a las reclusas en cocina, servicio al cliente y panadería, y crearon el menú con la ayuda de reconocidos chefs. El local fue adecuado en el patio donde antes los guardias parqueaban motocicletas.
«La gente cuando entra sabe que está entrando a una cárcel y que la van a atender reclusas. Cuando sale, sale feliz de haber conocido a seres humanos talentosos, valiosos y reales», asegura Bahamón a la AFP.
Hoy, al menos en las noches, Martínez se mueve entre turistas refinados, personalidades y gente de medios solidarios con Bahamón y su causa.
Pero cuando esta mujer llegó a San Diego chocó con la vida descarnada de prisión: drogas, falta de higiene y un edificio destartalado. Durante cuatro meses durmió en el suelo, en una celda con 25 reclusas, angustiada por los hijos que debió dejar al cuidado de su madre.
El año pasado se graduó de bachiller y se convirtió en mesera. Del padre de sus mellizos apenas guarda el recuerdo del maltrato y el abandono.
«Solo las guerreras» logran sobrevivir en la cárcel, presume Martínez, siempre sonriente. Cuando comenzó a trabajar en Interno recibió como recompensa un camarote donde dormir.
Clientes como Antonio Galán llegan atraídos por el experimento. Desde la sazón hasta el ambiente «tienen sabor y aroma a libertad», dice este bogotano.
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