Por: Walter Pengue (Argentina).

La deuda externa se ha convertido en una restricción demasiado poderosa para el desarrollo integral de muchas sociedades en el mundo, particularmente las que se encuentran en países en vías de desarrollo.

Una primera construcción de esta deuda en tiempos modernos ha devenido de los préstamos otorgados en los tiempos de dictaduras en América Latina, Asia y África. Esa toma de deuda inicial, sostuvo a las dictaduras militares de muchos de estos países en la década de los petrodólares baratos, la década de los años setenta. Algunas economías pudieron superar este endeudamiento o simplemente obtener diferimientos a costa de intereses leoninos.

En la década previa, se produjo la independencia de las colonias de muchos países europeos y los países del llamado tercer mundo entendían que era su turno para alcanzar el “desarrollo”. Y para eso, necesitaban apoyo financiero. Las industrias alemanas y japonesa iniciaban su proceso de recuperación postguerra y comenzaban a acompañar la expansión norteamericana que crecía a expensas de un importante déficit en su balanza comercial.

Comienzan entonces los préstamos del Fondo Monetario Internacional, un emergente de los acuerdos de Bretton Woods, entre cuyas funciones estaban el fomentar la cooperación monetaria internacional, facilitar la expansión y el crecimiento equilibrado del comercio, fomentar la estabilidad cambiaria y coadyuvar a establecer un sistema multilateral de pagos.

Una función destacada del FMI, consiste en conceder ayuda financiera a los países miembros que afrontan dificultades en sus balanzas de pagos, donde un país podría requerir hasta un 25 por ciento de la cuota al fondo, el país tendrá que dar cuenta al fondo de su situación y explicarle las causas de su solicitud. Si los giros llamados superiores, llamados «stand by » o “contingentes”, el país se compromete a cumplir con un programa llamado de “reajuste o estabilización económica”.

A partir de allí, especialmente desde los años ochenta los países tomadores de fondos, no pudieron ni siquiera pagar los intereses de la propia deuda. Para facilitar préstamos a países altamente endeudados, el FMI comienza a exigir del gobierno prestatario una descripción detallada del programa económico que se piensa aplicar para corregir las deficiencias de la balanza de pagos.

Comienzan así,  los programas de ajuste estructural (Diagrama), que no sólo sometían a la población, sino particularmente a los países a comenzar una presión desmesurada sobre los recursos naturales, con el fin exclusivo de aumentar sus exportaciones y hacerse de divisas para el pago de tales intereses.

Los préstamos no son sólo del Fondo, sino de prestamistas privados y grupos económico financieros que juegan en el mercado meramente especulativo, tanto sobre los fondos de los prestamistas como de los prestatarios. Y presionan ciertamente sobre el acceso a recursos estratégicos, cuando estos cotizan en mercados formales (energía o tierras, por ejemplo).

La degradación de la naturaleza no es un tema menor ni el acceso a los recursos de base (los llamados bienes fondo en la jerga de los economistas ecológicos como Joan Martinez Alier o José Manuel Naredo) escapa a la cuestión, en tanto la presión por la producción degrada a la misma fuertemente.

Deuda ecológica

Se comienza a construir desde finales del milenio pasado, lo que se ha dado en llamar la Deuda Ecológica. Hace casi veinte años atrás, en lo que el Norte le debe al Sur decía que desde una perspectiva Sur-Norte se puede definir a la «deuda ecológica» como «aquella que ha venido siendo acumulada por el Norte, especialmente por los países más industrializados, hacia las naciones del tercer mundo«.

Y esta es a través de la expoliación de los recursos naturales por su venta subvaluada, la contaminación ambiental, la utilización gratuita de sus recursos genéticos o la libre ocupación de su espacio ambiental para el depósito de los gases de efecto invernadero u otros residuos acumulados y eliminados por los países industrializados.

A esta deuda ecológica, es el deber también, sumar claramente los costos sociales de la extracción colonial que se constituyó en una deuda colonial y que dio pie al nacimiento del capitalismo europeo. Entre 1503 y 1660, los archivos de Sevilla dan cuenta de la extracción de metales preciosos: unos 185.000 kilogramos de oro y 16.000.000 de plata, obtenidos a costo cero para los extractores.

Debería ser claro, que los seres humanos no degradan voluntariamente su medio ambiente. Y que ningún agricultor sueña con dejar a sus hijos un campo destruido, con su capa fértil lavada, el agua contaminada y el terreno cubierto de cárcavas. Ninguna comunidad se somete voluntariamente a un desgaste azaroso. En todo caso, se ve forzada a hacerlo.

Sin embargo, las sociedades toleran el cautiverio de la deuda externa, aun cuando su origen es distante de su cotidianidad. O ha sido tomada de forma irregular en tiempos pretéritos.

Hoy, lo acumulado anteriormente, sumado los nuevos préstamos ya tomados por gobiernos democráticos, presionan fuertemente sobre algunos gobiernos de la región, para la generación de nuevos endeudamientos y refinanciación que solamente traerán compromisos en América Latina y que endeudarán a las generaciones por los próximos cien años. Podemos como bien llamaba a esto la ex economista del Banco Mundial en su libro, son “Deudas Odiosas”.

Seguimos comprando caro y vendiendo barato en América Latina. Exportamos no sólo trabajo barato sino recursos naturales imprescindibles para el crecimiento de la economía global a precios viles que no consideran los costos socioambientales. El intercambio ecológicamente desigual se sigue fortaleciendo en este nuevo colonialismo global del siglo XXI.

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Wal­ter Pen­gue es Ingeniero Agrónomo, con formación en Genética Vegetal. Es Máster en Políticas Ambientales y Territoriales de la Universidad de Buenos Aires. Doctor en Agroecología por la Universidad de Córdoba, España. Es Director del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente de la Universidad de Buenos Aires (GEPAMA). Profesor Titular de Economía Ecológica, Universidad Nacional de General Sarmiento. Es Miembro del Grupo Ejecutivo del TEEB Agriculture and Food de las Naciones Unidas y miembro Científico del Reporte VI del IPCC.