Por: Durruty de Alba (México).
Alberto y su alumno Tomás de Aquino fueron responsables de integrar la ciencia aristotélica en el pensamiento católico romano especialmente el ortodoxo y europeo occidental.
Jane L. Jervis, Cometary Theory in Fifteenth-Century Europe, D. Reidel Publishing Co., Dordrecht-Boston-Lancaster (1985), p. 28
A quien se refiere Jane Lise Jarvis (1938 Newark, NJ) graduada como doctora de filosofía en historia de la ciencia (1978) en la Universidad de Yale es al ahora santo Alberto Magno, oriundo de Lauingen en el Ducado de Bavaria y quien se educó en las universidades de Padua, Bolonia y París, en ésta última enseñó desde 1245 a 1248 cuando se traslada por instrucciones de la Orden de Predicadores (dominicos) de la cual es miembro para reorganizar los estudios en Colonia donde pasaría el resto de su vida.
Según refiere su biógrafo Stephen Gaukroger, profesor emérito de historia de la filosofía y la ciencia en la Universidad de Sydney, Alberto Magno “inició un período de preocupación por cuestiones filosóficas naturales que habían estado ausentes en el pensamiento neoplatónico que dominaba el cristianismo hasta ese momento” (Biographical Encyclopedia of Astronomers, Springer 2014, p. 37) y si bien sus trabajos sobre animales y plantas son de los más famosos en su extensa obra también hizo seminales aportaciones como el primer comentarista de la totalidad de la obra aristotélica.
Quienes disfrutamos tanto la novela El nombre de la rosa del imprescindible Umberto Eco (1932-2016) como la película epónima realizada a partir de la misma por Jean-Jacques Annaud (1943) recordamos el ambiente del scriptorium monástico y la discusión acerca de la obra del Filósofo por antonomasia en la que se enzarzan fray Guglielmo da Baskerville y el Venerable George quien pontifica no debe buscarse conocimiento nuevo, los esfuerzos intelectuales de los monjes deberían reducirse a lo que éste último llama “una continua y sublime recapitulación”.
Esta es una curiosa escena si consideramos precisamente la época retratada en la novela y los personajes, pues la inspiración para el del inquisitivo franciscano estelarizado por Sean Connery (1930-2020) fue William de Ockham (circa 1287-1347) quien también dejó un comentario a la Física de Aristóteles y a quien debemos el principio de Parsimonia popularmente conocido como “la navaja de Ockham”.
Regresando a quien fue elevado obispo de Regensburg (Ratisbona) el 5 de enero de 1260 y descubridor del arsénico hacia 1250, también escribe extensos comentarios a los Physicorum Libri VIII, el De Caelo et Mundo Libri IV y De Meteoris Libri IV aristotélicos, entre otros, en los que a decir del doctor David C. Lindberg, profesor emérito de historia de la ciencia en la Universidad de Wisconsin-Madison, se incluyen “largas disgresiones, en las que Albert expone los resultados de sus propias investigaciones y reflexiones” (The Beginnings of Western Science, The University of Chicago Press, Chicago-London 2007, p. 239).
En cuanto a las cuestiones astronómicas, como las teorías cometarias, éstas se encuentran principalmente en los comentarios a los también llamados Meteorológicos (hay una edición en español en un volumen que también contiene el Acerca del Cielo, Gredos, Madrid 2008).
Aunque nos falta en español la traducción de los comentarios de san Alberto Magno, de los cuales obra un ejemplar en gran formato, pareciera casi tamaño misal medieval, en la Biblioteca Pública del estado de Jalisco “Juan José Arreola”, impreso en Lyon hacia 1679, aunque le fue mutilado el grabado de la portada el resto de la obra se encuentra en excelente estado de conservación.
Y, sobre la teoría de los cometas expuesta por el obispo de Ratisbona, escribe la doctora Jervis que discute tres opiniones tomadas como erróneas de Aristóteles, como: los cometas son conjunción de planetas, que son vapor atraído a un planeta y aferrándose a él y que son la impresión de la luz de las estrellas en el aire húmedo, precisa Jervis: “Él [Alberto] refuta estas opiniones dando las objeciones de Aristóteles y también objeciones basadas en su propia experiencia” (Op. Cit. p. 28).
Estamos entonces ante una obra parte de las que habrían de abrir el camino a quienes posteriormente construirían la ciencia moderna experimental y observacional, formados sus autores en el seno de la Iglesia Católica.
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Durruty Jesús de Alba Martínez es licenciado en Física adscrito al Instituto de Astronomía y Meteorología (IAM) de la Universidad de Guadalajara (UdeG), dedicado a la divulgación e historia de la ciencia. Desde 1990 escribe sobre dichos temas en distintos medios de comunicación de Jalisco, México. Es miembro de la Sociedad Mexicana de Física, la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y la Tecnología, del Departamento de Estudios Históricos de la Arquidiócesis de Guadalajara y de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia.
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