Por: Walter Pengue (Argentina).
El reciente estudio del IPCC reitera que todos los países deben reducir sustancialmente el uso de combustibles fósiles, ampliar el acceso a la electricidad, mejorar la eficiencia energética y aumentar el uso de combustibles alternativos, pasando fuertemente a toda una base de renovables que van desde la energía solar, el hidrógeno a los biocombustibles.
Además, la publicación atribuye gran parte del problema a las ciudades y considera muy preocupante que las reducciones de emisiones recuperadas en la última década hayan sido menores que los aumentos de emisiones, debido al incremento de los niveles de actividad global en la industria, el suministro de energía, el transporte, la agricultura y la construcción.
El consumo y particularmente las pautas de consumo necesitan de un cambio de comportamiento tanto individual como colectivo para lograr detener la escala ascendente de las temperaturas globales.
Las temperaturas mundiales lograrían estabilizarse cuando las emisiones de CO2 alcancen la neutralidad de carbono, es decir, cuando no haya emisiones netas de dióxido de carbono a nivel mundial. Y esto tendría que ocurrir a principios de la década de 2050 para no permitir que el aumento de la temperatura supere el 1,5°C; o bien llegar a la marca del cero neutral a principios de la década de 2070 para que el incremento global no pase de 2°C.
El mundo avanza como un sonámbulo hacia la catástrofe climática, alerta el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres. La pandemia, la guerra en Ucrania y la falta de voluntad política socavan los esfuerzos por frenar el calentamiento de la Tierra.
Los planes de reemplazar los energéticos rusos con cualquier alternativa disponible pueden impulsar la destrucción, advierte nuevamente António Guterres, y urge a no abandonar la meta de limitar el aumento de la temperatura global a 1,5º Celsius para fin de siglo. Y a ello se suma que son varios los países que en lugar de buscar una transformación energética sustantiva de no renovables por renovables, apuestan fuertemente aún a su potenciación.
El error es grave y sus impactos pueden llevarnos a situaciones de catástrofe global inimaginables. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) de las Naciones Unidas, indica que La población mundial debe casi que eliminar el uso carbón para alcanzar este objetivo y disminuir su consumo en 95% a mediados de este siglo, con respecto a la utilización de carbón que había en 2019. También se debe reducir el consumo de petróleo en 60% y el de gas, en 45%.
La reducción en el consumo y los ajustes para alcanzar la carbono neutralidad deben darse en prácticamente todos los sectores de la vida social. Desde las infraestructuras, las ciudades, las actividades industriales hasta las pautas de consumo y los sistemas alimentarios.
En este sentido, para lograr el objetivo de al menos no permitir que la temperatura global supere los 1,5 grados, es necesaria una reducción del 87 % de las emisiones de dióxido de carbono – y otros gases causantes del calentamiento global – que pueden lograrse con una optimización del sector energético e industrial y el 13 % restante con cambios en el sector agropecuario, forestal y los cambios de uso del suelo (LUCs en inglés).
Y es aquí donde me permito destacar una idea personal, que se relaciona con la agricultura conservacionista y las prácticas agroecológicas: DEBEMOS SEMBRAR EL CARBONO.
Sembrar carbono
Más allá de la innumerable lista de tecnologías que en todos los rubros es posible implementar para lograr la carbono neutralidad, el uso de tecnologías blandas, tecnologías de procesos y la implementación de una muy fuerte innovación social, tanto en los países más industrializados como en las economías más pobres del planeta, nos permitirán lograr clavar el carbono en el suelo y a la vez lograr un conjunto de situaciones relevantes vinculadas con los objetivos del desarrollo sostenible desde la lucha contra la pobreza y el hambre cero hasta la restauración de ecosistemas degradados.
La agricultura, la buena agricultura basada en una agronomía consciente y sostenida en procesos que le lleven a la construcción de sistemas alimentarios sostenibles es una enorme oportunidad en un mundo donde – nos queda muy claro después del informe – las oportunidades y las alternativas no sobran. Y todas las transformaciones, en todos los sectores deben llevarse a una transformación radical hoy mismo.
Por el otro lado, la intensidad y recurrencia del fenómeno climático exacerba la aparición de sequías, inundaciones y plagas que ponen en riesgo la seguridad alimentaria y la soberanía e independencia en las formas de producir y hacer agricultura y lograr mantener tanto la seguridad como la gobernanza global.
Por ambos lados, sea desde la oferta como desde la demanda es imprescindible cambiar y allí la oportunidad está en nuestras manos. La ciencia agronómica ha avanzado muchísimo en la producción de un nuevo conocimiento científico tecnológico en la última década que no es sólo pertinencia de los científicos sino de los actores sociales, tanto los del campo como los de la ciudad.
La agricultura, el aprovechamiento sostenible de la producción forestal y el manejo adecuado de los cambios de uso del suelo, pueden realizar un aporte sustantivo tanto a la fijación del carbono como a la reducción de las emisiones de los gases de efecto invernadero.
El llamado sector AFOLU (agricultura, forestal, cambio de uso del suelo), en promedio, representó el 13-21% del total mundial de emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero (GEI) en el período 2010-2019. En el mismo tiempo, los ecosistemas terrestres naturales y gestionados fueron un sumidero de carbono, absorbiendo alrededor 19 % de las emisiones antropogénicas (humanas) de CO2.
A nivel global, la protección, manejo mejorado y restauración de bosques, selvas, turberas, humedales costeros, sabanas y pastizales tienen el potencial de reducir las emisiones y/o secuestrar 7,3 en promedio (con un rango entre el 3,9–13,1) giga toneladas (109) de CO2 equivalente por año.
Según aún se está analizando, la agricultura podría proporcionar la segunda parte más grande del potencial de mitigación, con 4,1 giga toneladas de CO2 absorbidas por año a través de una gestión que “siembre” el carbono en el suelo de las tierras de cultivo, las pasturas, los pastizales naturales, la agrosilvicultura, la producción de biochart (biocarbón), la mejora en el manejo de los arrozales o el manejo del ganado y los nutrientes.
Evidentemente esto sólo no podrá confrontar con las necesidades globales que ajusten el cambio climático al 1,5 grados, pero contribuirán significativamente a su logro, si las demás actividades humanas cumplen a pie juntillas con las tareas recomendadas por la ciencia.
Pero además, es en la agricultura y en un balanceado sistema alimentario por dónde pueden encontrarse oportunidades únicas de no sólo reducir las emisiones sino de una transformación radical de un modelo agropecuario agotado.
Considerando que el logro de la mitigación del cambio climático no es un objetivo único sino que se integra a una lucha global que nos acerque a la sustentabilidad planetaria, es claro que aportes vinculados a otras metas relevantes como la lucha contra el hambre, la pobreza y el uso adecuado de los recursos naturales pueden integrarse bajo este paraguas de perspectiva global.
Nuevas formas de producción alimentaria
En América Latina, la experiencia acumulada vinculada con nuevas formas de producción alimentaria relacionadas con prácticas agroecológicas y otras instancias de manejo sostenibles contribuyen de forma eficiente no sólo a garantizar la soberanía alimentaria sino también y al mismo tiempo a enfriar el planeta.
Prácticas que colaboran desde lo local a nuevas redes de producción y consumo, que promueven el intercambio de cercanías y que a su vez utilizan recursos locales, desalentando la alta carga de agroquímicos y fertilizantes sintéticos (directamente vinculados con el aumento de las emisiones), pueden desde ya seguir impulsándose, con el apoyo institucional y financiero específico.
Los sistemas de producción agroecológica, la pesca artesanal, de recolección y promoción de los productos alimenticios locales, los sistemas pastoriles, los sistemas agropastoriles, los sistemas agrosilvopastoriles, la agroecología urbana, la promoción de infraestructura verde productiva en la interfase urbano-rural y dentro de las ciudades, nos llevan más rápidamente hacia la carbono neutralidad a través de la implementación de tecnologías de procesos (conocimiento) por encima de las tecnologías de insumos (insumos externos), que desequilibran el delicado balance necesario.
A través de estas prácticas, tanto en el campo como en los pueblos y ciudades, encontraremos seguramente, tanto en lo que dicen los expertos del IPCC como otros científicos y grupos independientes caminos de concreción y soluciones a una realidad imprescindible: volver a sembrar el carbono en los suelos del mundo.
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Walter Pengue es Ingeniero Agrónomo, con formación en Genética Vegetal. Es Máster en Políticas Ambientales y Territoriales de la Universidad de Buenos Aires. Doctor en Agroecología por la Universidad de Córdoba, España. Es Director del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente de la Universidad de Buenos Aires (GEPAMA). Profesor Titular de Economía Ecológica, Universidad Nacional de General Sarmiento. Es Miembro del Grupo Ejecutivo del TEEB Agriculture and Food de las Naciones Unidas y miembro Científico del Reporte VI del IPCC.
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