Por: Paola Gordon Luna (Panamá-México).

Consumo de agua mineralizada, actividad física regular, propósito de vida, alimentación local, sentido de comunidad y fuertes vínculos familiares son algunas características que tienen en común las comunidades en donde un porcentaje significativo de su población superan los 100 años.

Hace unos días mi abuela cumplió 96 años y con ilusión me preguntó si llegaría a los 100 años, pues su deseo es seguir viviendo muchos años más. Yo quisiera que viviera más de 100 años, así como la japonesa Kane Tanaka quien es considerada hoy en día la persona más anciana viva con la edad de 119 años. Sería maravilloso tener a mi abuela sana y con ilusión por la vida al menos 20 años más; no obstante, la realidad es que la expectativa de vida al nacer en Japón es de 87.7 años para las mujeres, mientras que en México es de 78.1 años. 

Mi familia ha sido muy afortunada por haber podido compartir con mi abuela algunos años más de lo que es la expectativa de vida promedio actual. Pero qué hace que las personas vivan más o menos años. Nuestra condición de Homo sapiens es un factor muy relevante en la ecuación, pues cada especie tiene una expectativa de vida según su biología. Entre los mamíferos la ballena de Groenlandia o ballena boreal tiene una esperanza de vida de 200 años.

Nuestra condición de Homo sapiens y la genética que hemos ido heredando de nuestros ancestros influyen en gran medida nuestras características físicas y biológicas, pero no determinan todo. Nuestros hábitos de vida como la alimentación, el nivel de estrés, el estado emocional y factores sociales y ambientales externos también condicionan no sólo nuestra calidad de vida, sino cuántos años más viviremos y en qué estado.  

Quizás el deseo de mantener a nuestros seres queridos siempre con nosotros ha motivado el deseo del ser humano por descubrir los secretos de la inmortalidad y han tenido éxito. Con los avances científicos y tecnológicos se ha logrado elevar la esperanza de vida de los humanos; sin embargo, hay países muy rezagados, por ejemplo, la expectativa de vida en la República de África Central es de apenas 56.2 años. 

Por otro lado, los investigadores han identificado lugares en diversos puntos del mundo donde las personas viven más años y con altos niveles de funcionalidad, estos lugares, llamados Zonas Azules, son Sardinia en Italia, Ikaria en Grecia, Okinawa en Japón, Nicoya en Costa Rica y Loma Linda en Estados Unidos.

Las poblaciones de estos lugares son objeto de estudios para entender qué hace que estas personas vivan más años, incluso se ha descartado que sea algo enteramente genético, pues se han realizado comparaciones entre las personas que han nacido, crecido y vivido toda su vida en estos sitios vs personas que nacieron ahí pero que se mudaron a otros sitios a vivir.

Los resultados apuntan a que estas personas llevan una dieta prioritariamente vegetal y local, sin necesariamente llegar a ser vegetarianos, la movilidad es parte de su vida, mantienen un propósito vital que les mantiene ocupados, tienen fuertes lazos familiares y amistosos, y practican rutinas que les permite vivir menos estresados.

Además de ello, diversos estudios respaldan que la nutrición centrada en la ingesta de minerales, mediante el consumo de vegetales y aguas mineralizadas naturalmente con altos contenidos de calcio y magnesio son factores que favorecen la longevidad de estas poblaciones.  

Calidad del agua

Si nos centramos en el tema del agua, podemos observar que las discusiones se enfocan en la calidad del agua desde un punto de vista de lo que no debe contener, y no es tema menor, cuando al menos 297 mil niños menores de cinco años mueren cada año en el mundo debido a enfermedades diarreicas causadas por las malas condiciones sanitarias o agua no potable, según datos de la OMS.  

Cuando cambiamos el enfoque, y nos preguntamos qué debe contener el agua para ser saludable y beneficiosa, entonces aparecen los términos mineralización o dureza del agua.

Las principales fuentes naturales de la mineralización o la dureza del agua son los iones metálicos polivalentes disueltos de las rocas sedimentarias, la filtración y escorrentía de los suelos. El calcio y el magnesio, los dos iones principales, están presentes en muchas rocas sedimentarias, siendo las más comunes la caliza y la caliza de creta. El aluminio, el bario, el hierro, el manganeso, el estroncio y el zinc también contribuyen en menor medida a la dureza total del agua.  

Tanto el calcio como el magnesio son minerales esenciales y beneficiosos para la salud humana. La falta de calcio en los humanos está relacionada con un incremento en padecer osteoporosis, cálculos renales, cáncer colorrectal, hipertensión, enfermedades coronarias, entre otras.

Por su parte, el magnesio es el cuarto catión más abundante en el cuerpo y el segundo catión más abundante en el líquido intracelular. Es cofactor de unas 350 enzimas celulares, muchas de las cuales están implicadas en el metabolismo energético. También participa en la síntesis de proteínas y ácidos nucleicos y es necesario para el tono vascular normal y la sensibilidad a la insulina. El nivel bajo de magnesio se ha relacionado con la hipertensión, la cardiopatía coronaria, la diabetes mellitus tipo 2 y el síndrome metabólico.

Relación entre dureza del agua y la longevidad

Existen diversos estudios epidemiológicos ecológicos que identifican una relación inversa entre la dureza del agua y la mortalidad cardiovascular.

Un estudio de 2015 realizado en la península de Nicoya en Costa Rica (Zona Azul) concluyó que existe una asociación positiva entre el consumo de aguas duras y las tasas de longevidad en personas mayores de 80 años, evidenciando que el consumo prolongado de agua mineralizada es un factor de protección para la longevidad y calidad de vida de los habitantes; no obstante, aún hay mucho que investigar. 

Dependiendo de las interacciones con otros factores, como el pH y la alcalinidad, el agua dura puede provocar la deposición de incrustaciones en el sistema de distribución de agua, así como en sistemas de agua caliente donde se forman carbonatos metálicos insolubles, que recubren las superficies y reducen la eficiencia de intercambiadores de calor.

Por otro lado, el agua blanda que no está estabilizada tiene una gran tendencia a provocar la corrosión de las superficies metálicas y las tuberías, lo que da lugar a la presencia de ciertos metales pesados, como cadmio, cobre, plomo y zinc en el agua potable.

La corrosión provocada por aguas blandas (aunque las aguas duras en exceso también pueden provocar corrosión) representa riesgos para la salud por la formación de compuestos tóxicos para el ser humano. Sin embargo, las aguas blandas tienen la ventaja de una incrustación mínima y, por lo tanto, permiten una transferencia de calor más eficiente y probablemente una vida útil más prolongada de los calentadores de agua por mencionar un ejemplo.  

Por lo mencionado anteriormente, la composición de minerales en el agua que consumimos puede cambiar de acuerdo con la fuente de donde se extrae, el proceso al que se somete para tratarla y el sistema de conducción para transportar agua hasta nuestros hogares.

Ante la escasez de agua en algunas ciudades, cada vez es más frecuente recurrir a los sistemas de almacenamiento de agua de lluvia o sistemas de desalación del agua del mar, las cuales carecen de minerales si no son tratadas adecuadamente. Pero finalmente esto es preferible a no tener agua o beber agua contaminada.   

Quizás en un futuro no muy lejano, los consumidores no sólo tendremos acceso a una mejor calidad del agua, sino que seremos informados de la composición microbiológica y mineral del agua que consumimos y, por lo tanto, podremos tomar mejores decisiones que nos permitan vivir más de 100 años. 

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Pao­la Gor­don Luna es especialista en gestión de recursos naturales. Tiene estudios en Biología y en Manejo de Proyectos en la Universidad de Panamá y en la Universidad de Utah. Es Maestra en Ciencias en Manejo de Recursos Naturales por la Universidad de Guadalajara. Actualmente, en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) apoya a los gobiernos brindando asistencia técnica para mejorar el desempeño y la eficiencia de los sistemas de agua potable y desarrollar estrategias de planificación hídrica.