Por María Luisa Santillán, Ciencia UNAM-DGDC
Cada uno de nosotros tiene una huella dactilar que nos hace únicos, no hay dos iguales e incluso no cambia a pesar del tiempo. Esta arma de identificación particular nos fue proporcionada por nuestra genética y fue tomando forma a partir de nuestra concepción. Algo similar ocurre en ciertos materiales como las arcillas o las cerámicas en los cuales el campo magnético de la Tierra imprime su huella al momento que fueron creados, dejando un registro característico en ellos.
Detectar esta huella en un material que ha existido en el mundo durante varios siglos es posible gracias al arqueomagnetismo, que estudia la historia del campo magnético de la Tierra (CMT) que quedó como registro en distintos artefactos arqueológicos quemados.
Nuestro campo magnético se origina principalmente en el núcleo externo del planeta, gracias a los movimientos magnetohidrodinámicos constantes. Es posible medirlo a través de variaciones en su dirección y su intensidad, las cuales cambian con el tiempo, y para hacerlo debe tomarse en cuenta lo que se conoce como variación secular, es decir, aquella que se da durante un determinado periodo y que puede ser igual en unas regiones y diferente en otras, por ejemplo, de continente a continente.
Estudiar esta huella en un artefacto arqueológico quemado (arcillas, cerámicas, pisos, tejas, adobes, hornos) es posible gracias a dos aspectos: las peculiaridades del CMT (intensidad y dirección) y las propiedades magnéticas de algunos minerales que son parte de dichos materiales.
Es decir, cuando una arcilla, una cerámica o una teja fueron creadas necesitaron ser cocidas a grandes temperaturas, mayores a 500-600º Celsius, y al enfriarse los momentos magnéticos de los minerales que las integran se alinearon hacia la dirección que el CMT tenía en ese momento, y la intensidad se reflejara en la magnitud del campo magnético prevaleciente durante su formación (enfriamiento), imprimiendo esa huella tan útil para datar material arqueológico, tanto en el tiempo como respecto del lugar en donde se originó.
“El fechamiento de material arqueológico es una clave en la investigación arqueológica y puede contribuir significativamente al mejor entendimiento de nuestro pasado y si nosotros no lo muestreamos de manera oportuna se pierde toda información para siempre”, destaca el doctor Avto Gogichaishvili, jefe del Servicio Arqueomagnético del Instituto de Geofísica de la UNAM.
El campo magnético de la Tierra no cambia de la misma manera, es decir, no tiene el mismo tipo de patrones de variación en México que en Europa, son muy diferentes; las causas son distintas, inclusive tienen relación con lo qué pasa en el núcleo externo de nuestro planeta.
Un camino colonial de Morelia
En nuestro país, el arqueomagnetismo ha sido utilizado para fechamiento de piezas arqueológicas, sobre todo del periodo prehispánico. Sin embargo, en la ciudad de Morelia, Michoacán, se descubrió el año pasado un camino cuyos registros son posteriores al siglo XVII, lo cual lo convierte en el primer proyecto sistemático de arqueología colonial que se hacen en esta ciudad y que tiene por objetivo conocer y comprender a las sociedades que vivían en ese momento, cuáles eran sus dinámicas sociales, políticas, comerciales, etcétera.
El maestro Ramiro Aguayo Haro, del Instituto Nacional de Antropología e Historia, adscrito a esta institución en la ciudad de Michoacán, narra que en octubre de 2021 recibieron una denuncia sobre la existencia de un camino antiguo encontrado mientras se realizaba una obra vial en Morelia, en la salida hacia Salamanca.
Una vez localizado, calcularon que tenía entre 100 y 120 metros en línea de camino empedrado. Después, contactaron a la empresa que realizaba la obra, así como al Gobierno del Estado, con el fin de hacer un salvamento de lo que se encontró.
“Teníamos el dato de que ahí se encontraba la salida que conectaba la antigua ciudad de Valladolid con los caminos que iban hacia el Bajío mexicano y la región de Tarímbaro y el lago de Cuitzeo, lo cual permitía la movilidad de una serie de productos muy importantes”.
Valladolid, como en ese momento se le conocía a la actual ciudad de Morelia, era cabecera del obispado y controlaba un territorio muy importante, por lo que debía de estar muy bien conectada hacia el territorio que estaba bajo su responsabilidad. Fue construida con base en cuatro caminos: uno conectaba a la ciudad de México, otro a la ciudad de Pátzcuaro, hacia el sur conectaba con el área de Tilpetío y uno más que conecta al Bajío.
Estos cuatro caminos cruzan frente a la actual catedral de Morelia. En fuentes documentales de 1580 ya se habla de su existencia y para finales de 1695 se le representa ya empedrado:
“Esta avenida tiene un antecedente muy antiguo; muestra cómo se ha transformado este paisaje, cómo se ha adecuado desde el paso de productos que van llegando a pie, cuando se integran los animales de carga, cómo van pasando con las carretas y seguramente cómo deja de ser funcional cuando llegan las nuevas tecnologías”.
El maestro Aguayo Haro explica que este camino fue elaborado con distintos sistemas constructivos, además de que los arqueólogos detectaron que fue creado con base en patrones de medida del sistema métrico novohispano, lo cual les proporciona ya una temporalidad.
Además, conforme fueron destapando más el camino encontraron material cerámico que viene de distintas partes del Virreinato de la entonces Nueva España, como la ciudad de México y Puebla, así como otro proveniente del sureste asiático y alguno de Europa.
A partir de este descubrimiento se han realizado distintos proyectos enfocados al mejor entendimiento de este camino, algunos de ellos son: análisis de polen para determinar los cambios medioambientales de la época, estudio de la petrología de las piedras para establecer bancos de material.
El análisis arqueomagnético
¿Cómo han sabido la edad y el lugar de procedencia de alguna de la cerámica que han encontrado en ese camino en la ciudad de Morelia? Esto ha sido posible gracias a las técnicas de arqueomagnetismo que fueron empleadas en el Servicio Arqueomagnético Nacional para tal propósito por el equipo que integra el doctor Avto Gogichaishvili.
Para tal fin han realizado un trabajo de colaboración entre el INAH y la UNAM, el cual les ha permitido estudiar algunas de las piezas cerámicas halladas en este camino y encontraron que muy probablemente por sus rasgos arqueológicos, fueron elaboradas en la ciudad de Sevilla, España, entre los años 1730 y 1770, las cuales probablemente fueron concesionados para transportar aceite de olivo desde el viejo continente.
El investigador destaca que fue interesante trabajar sobre cerámica de rasgos mediterráneos, en las cuales aplicaron curvas de variaciones del campo magnético terrestre enfocadas en las Islas Canarias y en España peninsular, para determinar el lugar más probable donde se elaboró y se enfrió esta cerámica, y se grabó la magnetización.
“Trabajar sobre cerámicas es muy complejo. Sabemos que se forman a partir de temperaturas muy altas, más de 600 grados y al enfriarse, igual que las lavas, tenemos los momentos magnéticos de los minerales alineados hacia el campo magnético que existió durante su formación, eso es un mecanismo de creación que denominamos magnetización termorremanente”.
El doctor Avto explica que al ser la cerámica un material desplazado, es decir, que fue movido de su lugar de origen, fue imposible datarla a partir de la dirección del campo magnético que se registró en el momento de la creación de ésta. Por ello, para obtener su registro temporal y de origen tuvieron que hacerlo a partir de una técnica basada en la intensidad del CMT al momento de ser cocida la cerámica.
Gracias a este trabajo dataron otro tipo de piezas encontradas en el camino y determinaron que fueron creadas entre 1600 y 1650, en algunas zonas de Michoacán.
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