Por: Walter Pengue (Argentina).
“El hambre pasa por delante de la casa del hombre laborioso, pero no se atreve a entrar en ella.”
Benjamín Franklin
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Existe una confusión clara entre lo que es la agroecología: Por un lado, están los intentos por vilipendiar sus bondades o por el otro, quienes pretenden solamente utilizar su nombre sin la apropiada comprensión de su verdadero sentido y utilidad para la transformación de una agricultura – hoy en día – criticada hasta por sus adláteres más conspicuos.
La agricultura industrial y el sistema alimentario actual están en crisis. Los argumentos no provienen de grupos alternativos marginales o parcializados, sino de los principales organismos internacionales que trabajan sobre la alimentación y la producción hace más de setenta años, como la FAO. El encuentro mundial sobre Sistemas Alimentarios hace dos años atrás, lo dejó claramente de manifiesto y encontró, entre otras, en las propuestas agroecológicas, un camino alternativo a tales crisis (https://www.fao.org/agroecology/database/detail/es/c/1447472/). La crisis del COVID19 y las actuales guerras, particularmente la de Ucrania, mucho están enseñando globalmente, sobre la relevancia de la producción local y la necesidad de apoyatura científica tecnológica a tales procesos.
En todo el mundo, América Latina, Europa, Estados Unidos, Canadá u África, las prácticas y el conocimiento agroecológico vienen creciendo fuertemente, basados claramente en un acervo científico que dio validez a muchas prácticas agrícolas, criticó otras y propuso transformaciones trascendentes a través de procesos de innovación social y tecnológica, que en los últimos treinta años han venido desarrollándose con claridad. América Latina cuenta con la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA) conformada por científicos de toda la región, Estados Unidos y Europa, con una sólida formación académica tanto a nivel de grado como doctorado (https://soclaglobal.com/), como así también intercambia con nuevas sociedades como la Sociedad Brasileña de Agroecología, la Sociedad Argentina de Agroecología, la Sociedad Chilena de Agroecología, todas con Congresos Científicos recurrentes y de fuerte extensión territorial y académica.
Las Universidades Nacionales han respondido a la demanda social y de las nuevas necesidades no cubiertas por sus Facultades de Agronomía inicialmente y comenzado a abrir sus espacios y currículas a la formación en agroecología, no sólo en el posgrado, que ya hace veinte años se dictan en sus espacios sino en las trayectorias profesionales de las nuevas camadas de Ingenieros Agrónomos e Ingenieras Agrónomas. Tiempos de transformación, tiempos de cambio. La ciencia avanza y justamente se adelanta a los nuevos desafíos del ambiente, la sociedad y la explotación sostenible ahora de los recursos. No basta ya sólo con producir, a cualquier precio…
Más de treinta años atrás, cuando comienza a llegar la Siembra Directa a la Argentina, cualquiera recordará la mirada y opinión y el status quo planteado frente a esos “campos sucios”, mal trabajados a los ojos convencionales que representaban la siembra directa. Se venía un cambio de paradigma, que siempre cuesta cambiar. Y resiste. Una siembra directa que dejaba el rastrojo en superficie, lo cubría y permitía una mejora en la calidad de los suelos. Esa siembra directa, de manejo integral, sin utilizar agroquímicos, y hasta utilizando los “cultivos de servicios”, es la práctica extendida en agroecología. A veces muy confundida con la industrial, pero útil bajo un buen manejo del recurso suelo.
Casi en los años ochenta, recuerdo los primeros atisbos de críticas a nuestra agricultura. Argentina, un país con claro abolengo agropecuario, se planteaba algo inédito a través de su institución científica pionera, el INTA: EL JUCIO A NUESTRA AGRICULTURA. Sí, se animaron y desarrollaron importantes documentos (hoy deben estar solamente en sus bibliotecas), sobre la calidad y potencial natural de nuestra agricultura frente a la fuertemente contaminante con agroquímicos y fertilizantes sintéticos de la europea y hasta de la norteamericana, que se venían. Se hacían bastantes cosas buenas y algunas malas. La rotación agrícola ganadera era clave y útil al desarrollo integrado del campo. Y esto se proyectó en intercambió en toda la región sudamericana.
Llegaría un poco más tarde, una década o poco más después, cuando escuché por primera vez sobre las TECNOLOGÍAS DE PROCESOS y las TECNOLOGÍAS DE INSUMOS. Con la primera, muchísimos agrónomos avanzaron en la búsqueda de comprender procesos en lugar de convertirse en meros vendedores de insumos. Mucho tiene esta apasionante carrera de manejar sistemas vivos, con su complejidad y desafíos. Mucho sirvió ese concepto del Ing. Agr. Ernesto Viglizzo en su momento. Treinta años atrás, emergen por otro lado, las ideas de Daniel Díaz y tantos otros, seguidas luego por Roberto Cittadini, todos desde el mismo INTA, para promover sistemas que no utilizarían agroquímicos y generaran alimentos sanos, baratos, accesibles a segmentos desfavorecidos de la sociedad. Nacía el PROHUERTA. Se aprendió mucho, pero no fue suficiente. Y siempre, con pocos y restringidos recursos. Hizo mucho, especialmente en momentos de dura crisis alimentaria.
Y hoy en día, la agroecología “se puso de moda”. Bueno y malo para ella misma, pues algunos incluso argumentan que de no ser serios en el mensaje o este mal aprovechado, podríamos condenarla a “morir de éxito”. La agroecología es una ciencia. Claramente trabaja con procesos, los analiza, los revisa, los comprende, acepta y rechaza a través de la validación científica. Y eso es la que la ha hecho crecer con firmeza y seriedad en la última década. Hoy está en todas las plataformas científicas de mayor renombre mundial como FAO (https://www.fao.org/agroecology/overview/10-elements/es/), el IPCC (https://www.ipcc.ch/srccl/chapter/chapter-5/), el IPBES (https://www.ipbes.net/glossary/agroecology), el TEEB (https://teebweb.org/our-work/agrifood/understanding-teebagrifood/evaluation-framework/) y muchos otros Grupos Regionales, Nacionales, Centros de Investigación en prácticamente todo el mundo.
En la Argentina, la disciplina ha venido creciendo fuertemente en las Universidades Nacionales desde los años noventa, donde la Universidad Nacional de La Plata. En México, en Chapingo los trabajos vinculados a los sistemas agroforestales y producciones agroecológicas tienen una sólida base teórica y metodológica que tiene décadas de historia, rememorando las acciones del recordado L Krishnamurthy. En Buenos Aires, Jorge H. Morello y su equipo, a nivel de Doctorado formó a varios grupos en los mismos tiempos en el Programa de Doctorado de la UBA y luego el proceso seguiría creciendo sin parar hasta llegar a nuestros días con Unidades en prácticamente todas las Universidades Nacionales. Llegarían luego más tarde, las aperturas a la línea agroecológica en todos los estratos de ciencia y tecnología, que reconocen en la agroecología, a una disciplina científica de futuro y que promueve una mirada integral y de búsqueda de sistemas alimentarios sostenibles.
A la par de este proceso temporal. La agricultura industrial se yergue sobre los campos de la Argentina y de América Latina, se promueve una sistemática expansión del consumo de agroquímicos y fertilizantes sintéticos que facilitó por un lado un aumento de la producción y por el otro lado una expansión de la frontera agropecuaria, con importantes costos ambientales y sociales para la Argentina. Es conocido en toda la región, la seria discusión sobre los impactos del glifosato en la agricultura, la alimentación y la salud. Sólo la punta de un iceberg agrícola industrial que recién ahora, comienza a mostrar todos sus impactos.
Una respuesta integral frente a estas cuestiones es la de promover la producción en la interfase urbano rural de sistemas de producción agroecológica, que acercan a los productores rurales una solución productiva, a los urbanitas una disminución de la carga agroquímica y a los funcionarios vinculados a las decisiones de políticas públicas una alternativa útil y sostenible para sus comunidades.
Nacen de esta forma, los ESCUDOS VERDES AGROECOLÓGICOS (EVAs) como alternativas posibles de producción, comercialización y consumo para especialmente las interfases de pueblos y ciudades de la Argentina. Estos espacios, promovidos como oportunidades tanto para tierras privadas que pueden implementar en sus campos estas actividades y su clara salida comercial, como para tierras públicas improductivas u abandonadas o subutilizadas por los propios municipios. A veces convertidas antes en basurales, espacios abandonados o desaprovechados, que puedan dar un espacio para la producción de alimentos.
Hoy en día, nos encontramos en que estos espacios comienzan a crecer en varios lugares del país y la región. Incluso no sólo en las interfases sino en Municipios, que apoyados en el conocimiento tecnológico implementan las prácticas de la RENAMA, para impulsar procesos agroecológicos. En otros en espacios municipales de la Argentina, como en Gualeguaychú o ahora mismo en Chapadmalal, donde nos encontramos con propuestas de producción agroecológica. A ojos vista, interesantes y de posible resolución de un drama criticado: la falta de producción, de empleo y el hambre recurrente. Cientos de municipios se están transformando hacia la agroecología en sus interfases en el Brasil. Espacios comunes se abren a la práctica en países de grandes extensiones como México.
Si el objetivo de producción en estos espacios abiertos y abandonados incumbe a la agroecología, que sigue los principios agroecológicos con su base científica y técnica claramente asimilada, el resultado claro será un beneficio explícito para los productores y para el entorno social y ambiental que les acompaña.
Pero para ello, es menester en primera instancia que se comprenda claramente que la agroecología es una ciencia que tiene premisas explicitas de producción y transformación de los alimentos, sin el uso de agroquímicos y fertilizantes sintéticos, aprovecha el conocimiento local y los recursos locales y busca en primera instancia garantizar la seguridad y la soberanía alimentaria con alimentos sanos, seguros y a precios justos tanto para productores como consumidores. No está bien que se tome opinión sin saber o con intereses específicos. Tampoco está bien, utilizar los preceptos de la agroecología, sin cumplirlos o con otros objetivos que estén por fuera de la producción sostenible de los alimentos en esos espacios.
Existe en esto una clara búsqueda de confusión. El peor enemigo de la ciencia, más allá de siempre bienvenida crítica científica y discusión entre pares, está en la ignorancia y la brutalidad con la que se utilizan conceptos o tergiversan comentarios que están muy lejos de la realidad o tienen un avieso objetivo por tergiversar la realidad y el conocimiento científico que está por detrás de lo dicho por la disciplina. Y terminen afectando el genuino y sano interés de producir alimentos donde antes, sólo se producía basura o eran tierras abandonadas.
La agricultura y los sistemas alimentarios globales están en un cruce de caminos. En una revisión y críticas de su paradigma actual. Un nuevo paradigma se yergue con bases sólidas en la tercer década de este siglo y la agroecología, entre otras disciplinas hermanas que analizan la sustentabilidad de la agricultura, están en su centro. Sería muy bueno para todos y todas, que quienes le critican, al menos antes incursionen en una lectura dedicada y profunda a sus preceptos y objetivos. Hay suficiente material producido en el más alto nivel, que valida y justifica este nuevo camino productivo, de fuerte raigambre alimenticia, social y ambiental.
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Walter Pengue es Ingeniero Agrónomo, con formación en Genética Vegetal. Es Máster en Políticas Ambientales y Territoriales de la Universidad de Buenos Aires. Doctor en Agroecología por la Universidad de Córdoba, España. Es Director del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente de la Universidad de Buenos Aires (GEPAMA). Profesor Titular de Economía Ecológica, Universidad Nacional de General Sarmiento. Es Miembro del Grupo Ejecutivo del TEEB Agriculture and Food de las Naciones Unidas y miembro Científico del Reporte VI del IPCC.
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