Por Laura García J., DGDC-UNAM
Imagina todo lo que nos contarían las paredes, si como dice el popular dicho, “hablarán”. Si bien este dicho no se cumple con exactitud, en México existe un tipo de pintura que ha perdurado desde la época prehispánica hasta nuestros días, narrando a través de imágenes la historia de nuestro país: los murales.
Mezcla de arquitectura y pintura, estas obras han demostrado ser un ejemplo perfecto de la unión entre ciencia y arte, pues además de conocimientos en geometría y perspectiva, los artistas de la pintura mural tenían un fuerte conocimiento sobre materiales y sus propiedades, lo que ha hecho posible la permanencia de su arte a través del tiempo.
De la época prehispánica al siglo XXI
Para conocer sobre la vasta tradición de pintura mural en México debemos remontarnos a la época prehispánica, donde encontramos los primeros murales de acuerdo al maestro Alfredo Nieto Martínez, profesor de la materia de Pintura Mural en la Facultad de Artes y Diseño de la UNAM.
Mayas, teotihuacanos y totonacos fueron algunas de las civilizaciones que desplegaron su talento pictórico en enormes murales ubicados en basamentos piramidales, tableros, pórticos y corredores, donde retrataban a sus dioses, episodios de combate, además de animales como serpientes y felinos y plantas como el cacao y el maíz.
Para elaborar estos murales, los artistas prehispánicos usaron pigmentos extraídos de plantas, minerales o algunos animales como la grana cochinilla, que a pesar de ser una plaga del nopal, molida servía para obtener un atractivo color rojo.
La utilización de materiales naturales también impactó en las técnicas que usaron los artistas. Los teotihuacanos, por ejemplo, usaron la técnica del fresco; que consiste en trabajar sobre una argamasa fresca hecha de cal, ya que en palabras del profesor Nieto, los pigmentos se adhieren a partir de la carbonatación de esta.
Los mayas, por su parte, perfeccionaron la pintura al temple, en la que el adhesivo de los pigmentos eran materiales proteínicos como huevos de faisán salvaje o la cola de conejo.
A esta pintura también se le agregaban algunas resinas como la obtenida del árbol Holol, para mejorar su adherencia.
Con la llegada de los españoles, los murales fueron plasmados en conventos, donde se combinaron los conocimientos de técnicas y pigmentos de la cultura prehispánica y española.
Posteriormente, en el siglo XIX, el mural migró a lugares más populares como las haciendas, donde comenzaron a adornar graneros con escenas de labranza, jaripeos y corridas de toros.
Fue hasta el siglo XX, cuando el mural volvió a su época dorada. Artistas como el Doctor Atl y Fermín Revueltas fueron el preámbulo del movimiento muralista de los años 20, encabezado por Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco.
Hasta la fecha, el mural persiste en México haciendo uso de múltiples técnicas como el encausto, cuya base es la cera de abeja y la resina del copal que aplicó Diego Rivera en La Creación.
Otra técnica usada es el mosaico, que puede ser de vidrio o piedra y cuyo ejemplo está presente en la fachada de la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria.
Físicos frente a los murales
¿Cómo sabemos las técnicas y los materiales usaron artistas en épocas pasadas? Un aliado que ha permitido conocer la historia de los murales es la Física, más concretamente la espectrometría.
A través de la interacción de diferentes ondas electromagnéticas con la pintura mural, se puede conocer detalles de los materiales, las técnicas empleadas en su fabricación y la forma de trabajo de los artistas que los elaboraron, todo esto sin generar daños a las obras.
Especialista en estos estudios es el doctor José Luis Ruvalcaba Sil, investigador del Instituto de Física de la UNAM y coordinador del Laboratorio de Análisis no Destructivo para el Estudio In Situ del Arte, la Arqueología y la Historia.
Este tipo análisis se basa en ondas electromagnéticas del infrarrojo, la luz visible, el ultravioleta, los rayos X y los rayos gamma; obteniendo información específica de cada uno.
En el caso de un mural, primero se parte de la toma de imagen, que generalmente hacen especialistas del Instituto de Investigaciones Estéticas, y donde se observan las regiones originales, donde hay intervenciones o alteraciones y se establecen las áreas de análisis.
Después se usan cuatro sistemas para conocer los pigmentos presentes en la superficie de un mural: la fluorescencia de Rayos X, la espectroscopia infrarroja, la espectroscopia Raman y los espectrómetros para medir la dispersión de la luz por reflectancia. Otra parte del equipo toma muestras para hacer microanálisis.
Con estas técnicas, se han podido analizar, en colaboración con el Instituto de Investigaciones Estéticas, murales coloniales del siglo XVI y XVII de cuatro ex conventos de la zona de Ixmiquilpan, Actopan y Epazoyucan, todos en el estado de Hidalgo. El objetivo fue determinar las paletas de los pintores y saber si había alguna relación entre ellos e interferir si eran los mismos autores.
En el laboratorio también se han estudiado fragmentos de murales prehispánicos. Actualmente, se encuentra una investigación en curso sobre el mural de Diego Rivera, Sueño de una tarde dominical, en la Alameda Central de la ciudad de México.
En este laboratorio, además de participar especialistas en ciencias, colaboran historiadores, antropólogos y artistas. Dada la trascendencia de este trabajo, se logró la creación del El Laboratorio Nacional de Ciencias para la Investigación y la Conservación del Patrimonio Cultural (LANCIC), coordinado también por el Dr. Ruvalcaba.
Sin duda, el trabajo interdisciplinario que ahí se realiza es necesario para descifrar el arte y la ciencia aplicada en los murales mexicanos.
Consulta la nota original aquí: https://ciencia.unam.mx/leer/565/Murales_arte_y_ciencia_en_la_historia_de_Mexico
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