Por: Walter Pengue  (Argentina).

La transformación de la naturaleza en la modernidad avanzada nos ha traído hasta dónde estamos hoy. Una sociedad que por un lado ha superado instancias imposibles de pensar tan sólo en las décadas anteriores pero por el otro lado viene acompañada de la misma forma por un creciente nivel de riesgos.

Una sociedad usuaria y hasta explotadora de recursos naturales que a merced de la implementación de procesos científicos y tecnológicos alcanzó un gigantismo económico financiero que hoy controla la vida y obra del mundo global.

En general, la sociedad destaca los alcances y las bondades del desarrollo tecnológico pero de alguna forma, analiza en mucha menor cuantía el papel del riesgo, la incertidumbre y hasta los impactos adversos que puede producir un determinado avance científico. No es grato encontrar que el camino seguido a veces por años y hasta décadas puede ser el equivocado. Y más complejo aún, que las inversiones realizadas no llegarán a buen puerto.

Hemos hablado previamente sobre el importante papel que la ciencia postnormal ha tenido y seguramente tendrá en el futuro, para ayudar a reflexionar a científicos y la sociedad que les contiene no solo sobre potenciales beneficios de un nuevo desarrollo sino especialmente sobre los riesgos y hasta la incertidumbre generada por la liberación de un nuevo evento tecnológico.

La producción social de riqueza de nuestra sociedad moderna a merced de la explotación de los recursos naturales derivó muchas veces con la producción social de conflictos ecológico distributivos y de riesgos asociados. Muchas veces, el avance tecnológico se ha forjado incluso, derivado de niveles de decisión elevados – bajo presiones económicas o tensiones de resolución relevantes – hacia andariveles de riesgo socioambiental que luego de décadas siguen evaluándose.

Claramente nuestra época, es la del conocimiento. Estamos frente a una sociedad del conocimiento que genera merced a nuestros sistemas económicos (sea en Occidente como en Oriente), una acumulación de desigualdades significativas. En las sociedades actuales la distribución del conocimiento tiene un efecto desigualador no sólo al interior de cada país o región sino también entre países o grandes regiones. En la sociedad del conocimiento, la ignorancia es la causa más directa de la pobreza y la producción de conocimiento produce riqueza, al menos en algunos sectores sociales.

Las desigualdades generadas por la distribución inequitativa de los aportes de la ciencia y la tecnología abren una brecha en el mundo y dividen a la humanidad en dos grandes bloques uno ilustrado y rico y otro ignorante y pobre. Hay un puente roto que se abre en la actualidad entre los países del Norte y los del Sur se asienta claramente sobre una desigualdad económica, pero también sobre una desigualdad científica, tecnológica y cultural.

Más allá de las discusiones sobre las bondades y los riesgos de las vacunas COVID-19 (sean de la plataforma que estas fueren), la inequidad en el acceso a las mismas, se hizo claramente manifiesta entre un mundo desarrollado (Europa, Canadá, Estados Unidos, Japón) que contaba con dosis que hasta por su cantidad se echaban a perder antes de ser aplicadas y el mundo en vías de desarrollo como en África, dónde un porcentaje bajísimo de su población accedía a las mismas.

El riesgo tecnológico, muchas veces por su impacto relevante, no afecta solamente a un segmento social, sino que llega de una forma u otra a todos los estratos de una sociedad, hoy en día, devenida en sociedad global. Chernobyl impactó a ricos y pobres y derivó en la cancelación ambiental, social y económica de una ciudad entera.

En estos años de 2022, con la invasión rusa de Ucrania y el riesgo explícito nuclear de la planta atómica de Zaporizhia, la más grande de Europa, nos retrotrae a una situación de análisis comparativo de riesgos y beneficios para mantener un determinado estilo de vida de una sociedad que necesita comer energía, una sociedad energívora.

No obstante el riesgo nuclear está. Decía el sociólogo alemán Ulrich Beck (1944-2015): “Se puede dejar fuera la miseria pero no los peligros de la era atómica.  Ahí reside la novedosa fuerza cultural y política de esta era. Su poder es el poder del peligro que suprime todas las zonas protegidas y todas las diferenciaciones de la modernidad”.

Y actualmente, derivada de las necesidades de coyuntura el mundo más desarrollado, empezando por el europeo y sus presiones por el consumo, vira nuevamente en lugar del abandono de la energía nuclear y su reemplazo por fuentes renovables seguras de energía apunta hacia la energía atómica y la revitalización y hasta creación de nuevas plantas en el ejido europeo.

La Economía Ecológica viene haciendo un aporte sustantivo para ayudar a comprender los procesos de transformación biofísica de la naturaleza y ciertamente el papel que la ciencia y la tecnología ha tenido en tal proceso de cambio.

La disciplina pone mucho más el énfasis en los riesgos tecnológicos, especialmente cuando se crean desarrollos científico tecnológicos de gran impacto que en las ventajas y beneficios de tales innovaciones y aporta una mirada novedosa que resalta que las mismas deben ser reflexionadas tomando en consideración que hace a los mencionados aspectos de incertidumbre, riesgo, prudencia.  Y todo ello, acompañado por una participación de una sociedad informada sobre los beneficios y los riesgos, sumados a la necesidad, de la incorporación de una u otra producción tecnológica.

En los momentos en los que se festeja un nuevo desarrollo tecnológico, la Economía Ecológica aporta una perspectiva holística sobre los mismos y antes de decir “Eureka”, repregunta de forma amplia sobre beneficios y daños. Se promueve una perspectiva que implica al Principio de Prudencia respecto a la implementación de un cambio tecnológico que, aunque estemos navegando en un mar de dólares por tales potenciales beneficios, nos podamos estar enfrentando por otro lado a un claro “efecto Titanic”, que ya sabemos cómo terminó.

La obnubilación por un determinado desarrollado tecnológico, encontró en el concepto de Tecnopatogenia una obligatoriedad de análisis de perspectiva imprescindible para cualquier científico que quisiera ver más allá del limitado prisma de su propia ciencia. Fue Guillermo Eguiazu, un relevante científico argentino, perseguido por su análisis ambiental como lo fuera previamente la reconocida Rachel Carson, quién nos retrotrae a la idea de Tecnopatología al promover avanzar en estudios integrados para la liberación de un nuevo evento.

Eguiazu resaltaba por ejemplo que «El principio de equivalencia sustancial, y los argumentos basados en la necesidad de incrementar la producción y el aportar mejoras económicas a la calidad de los alimentos, no puede ser suficientemente justificado si no existen pruebas científicas experimentales de la inocuidad de los mismos«.

Y esto lo hacía argumentando sobre los riesgos y los posibles beneficios de la liberación de los primeros OGMs en la Argentina, el primer país de América Latina que sería la punta de lanza de la liberación de los transgénicos en la Región. Pero también Eguiazu venía trabajando sobre la coevolución de ciertos híbridos de maíz, micotoxinas y aflatoxinas que podrían producir efectos deletéreos en la salud humana.

Trabajos que le valieron la persecución de la corporación, el desmantelamiento de su laboratorio, la diáspora de su equipo, el silenciamiento y hasta la desaparición en el sistema de obras relevantes como Tecnogenia. Tecnología, riesgos y vías de prevención (1997). No fue ni el primero ni el último que pagó un costo elevado por promover un análisis integrador sobre los impactos de tecnologías poderosas.

El análisis de las Tecnopatogenias derivadas de un nuevo desarrollo tecnológico, cuando todas sus variables están aún bajo estudio amerita ser revitalizado. Especialmente cuando en tiempos actuales nuevamente enfrentamos antiguos y futuros riesgos que derivan en la aceleración en la liberación de nuevos eventos transgénicos en la agricultura, la farmacéutica, la industria o la alimentación, las presiones enormes por volver en algunas partes del mundo a la energía nuclear, el papel de la guerra y los impactos de sus nuevos desarrollos sobre el ambiente y los recursos biológicos, la inundación de todo tipo de plásticos en la vida cotidiana y hasta en la comida diaria que ingerimos.

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Wal­ter Pen­gue es Ingeniero Agrónomo, con formación en Genética Vegetal. Es Máster en Políticas Ambientales y Territoriales de la Universidad de Buenos Aires. Doctor en Agroecología por la Universidad de Córdoba, España. Es Director del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente de la Universidad de Buenos Aires (GEPAMA). Profesor Titular de Economía Ecológica, Universidad Nacional de General Sarmiento. Es Miembro del Grupo Ejecutivo del TEEB Agriculture and Food de las Naciones Unidas y miembro Científico del Reporte VI del IPCC.