Por: Walter Pengue (Argentina).

Desde niños, todos hemos tenido de una forma u otra, un acercamiento valorativo importante sobre el papel de las abejas, mucho de ello relacionado con su producto estrella y sus bondades: la miel.  

No obstante este importante alimento y su innumerable rol en términos de la mejora en la salud de la población, los servicios que prestan las abejas y los polinizadores en general son tan importantes para la humanidad como aquellos de reconocer en estas especies a los principales servidores que permiten que todos los años, nuestro plato de comida se mantenga lleno, diverso y nutritivo. 

El pasado 20 de Mayo, las Naciones Unidas lo ha declarado como el Día Internacional de los Polinizadores y 2 días después, el 22 de Mayo, el Día Internacional de la Biodiversidad.  Sin el uno, el otro se ve claramente afectado y sin estos, la vida humana sobre la tierra sería imposible. Las contribuciones de la naturaleza hacia la humanidad son tan relevantes que su afectación pone en riesgo al sistema alimentario global.

El Informe IPBES (2019) resalta que la tala de bosques ha reducido contribuciones tan diversas como la polinización, la regulación del clima y la regulación de la calidad del agua. La degradación de la tierra ha reducido la productividad en el 23 % de la superficie terrestre mundial, y la pérdida de polinizadores pone en peligro la producción anual de cultivos a nivel mundial por un valor de entre 235.000 millones y 577.000 millones de dólares.

Otros reportes mundiales del IPBES sobre el rol de los polinizadores, destacan funciones relevantes que son importantes tanto para la especie humana como para el sostenimiento de la biodiversidad en la tierra. La zoopolinización desempeña una función vital como servicio ecosistémico regulador de la naturaleza. A nivel mundial, casi el 90% de las especies vegetales florales silvestres dependen, al menos parcialmente, de la transferencia de polen entre plantas realizada por los animales.

Esas plantas son fundamentales para el buen funcionamiento de los ecosistemas por cuanto producen alimentos, forman hábitats y aportan otros recursos a muchas otras especies. Más de las tres cuartas partes de los principales tipos de cultivos alimentarios mundiales dependen en cierta medida de la zoopolinización en cuanto al rendimiento o la calidad de los alimentos. Los cultivos que dependen en forma directa de los polinizadores representan hasta el 35% de la producción agrícola mundial.

Casi el 10 % de la producción mundial de alimentos depende directamente del trabajo diario de los polinizadores, cuyo servicio va mucho más allá de la valorización crematística en tanto sostienen la estabilidad alimentaria mundial. La importancia de los polinizadores varía según los cultivos y, en consecuencia, según las economías agrícolas regionales.

Los productos alimentarios que dependen de los polinizadores contribuyen en gran medida a una alimentación sana y a una buena nutrición. Las especies que dependen de los polinizadores tienen a las frutas, vegetales, semillas, nueces o aceites, que aportan a una mejor nutrición general de las personas, al sumar numerosos micronutrientes, vitaminas y minerales.

Los polinizadores son en su inmensa mayoría silvestres, e incluyen más de 20.000 especies de abejas, algunas especies de moscas, mosquitos,  mariposas, polillas, avispas, escarabajos, trips, caracoles, babosas y otros vertebrados como aves, murciélagos o roedores.

La gestión de algunas especies de abejas está muy extendida, particularmente las que producen miel  además de los servicios de polinización,  y entre ellas tenemos a la abeja melífera occidental (Apis melífera), la abeja melífera oriental (Apis cerana), algunos abejorros, algunas abejas (Meliponas) sin aguijón y otras tantas especies de abejas solitarias.

La apicultura representa una fuente de ingresos importante para muchas poblaciones rurales. La abeja melífera occidental es el polinizador gestionado más extendido del planeta: se calcula que en el mundo existen alrededor de 81 millones de colmenas que producen 1,6 millones de toneladas de miel anualmente. Una sola abeja melífera suele visitar unas 7 000 flores al día, y se necesitan cuatro millones de visitas para producir un kilo de miel.

Así como Naciones Unidas viene alertando también sobre el peligro de extinción de especies en algunos grandes grupos (más de un millón de especies en riesgo en las próximas décadas), los polinizadores se encuentran también claramente amenazados. Casi el 35% de los polinizadores invertebrados –en particular las abejas y las mariposas–, y alrededor del 17% de los polinizadores vertebrados –como los murciélagos– están en peligro de extinción a nivel mundial.

El comercio mundial de productos de alto consumo internacional también se ve apoyado por las abejas. Muchos de los cultivos comerciales más importantes del mundo se benefician de la polinización en lo tocante al rendimiento o la calidad y son productos de exportación principales en los países en vías de desarrollo como América Latina (café en Brasil, cacao del Ecuador, manzanas de la Argentina) y los países desarrollados (almendras), y proporcionan empleo e ingresos a millones de personas.

Pero también el servicio de los polinizadores permite ayudar a mantener o incrementar los servicios ecosistémicos en granjas de pequeños y medianos agricultores y la producción de distintos tipos de mieles. Un estudio realizado en varias explotaciones agrícolas pequeñas encontró que cuando la polinización se gestionó adecuadamente, el rendimiento agrícola aumentó en promedio un 24 %.

Otros estudios más recientes, alertan que incluso se mejora la producción en aquellos cultivos que no necesitan o se sirven de forma importante de estos polinizadores como la soja o el trigo. Las abejas y otros insectos polinizadores están mejorando la producción de alimentos de 1500 millones de pequeños agricultores en todo el mundo, ayudando a garantizar la seguridad alimentaria de la población mundial.

La obtención de miel de colonias de abejas silvestres continúa siendo también un componente importante de los medios de vida de las poblaciones que dependen de los bosques en muchos países en desarrollo. Estas mieles especiales, conocidas como mieles de monte, de palo y otras, son una base dietaria nutricional y de ingresos para las sociedades indígenas en todos los continentes como en África, Asia u América Latina. 

También en las ciudades, el papel de los polinizadores es cada día más importante.  Los agricultores urbanos, los cocineros, los restaurantes aprovechan las bondades de las abejas para la producción de miel en espacios urbanos, lo que contribuye además de la producción de miel a la recuperación de servicios ecosistémicos de especies vegetales en sitios urbanos. 

Pero los polinizadores y sus servicios se encuentran actualmente muy seriamente amenazados. El cambio de uso del suelo que deriva directamente en un aumento de la deforestación a nivel global, el aumento en el uso intensivo de agroquímicos en la agricultura industrial y los químicos urbanos que muchas veces rociamos sobre nuestras plantas, espacios internos y externos, la contaminación ambiental y la pérdida de calidad del aire, las bioinvasiones que atacan a las poblaciones de abejas locales o enfermedades que migran hacia nuevos territorios y los efectos del cambio climático amenazan directamente al trabajo de los polinizadores, la producción de miel y la producción de muchos alimentos. 

No obstante, por otro lado, falta aún prestar mucha más atención científica a la producción de datos que sirvan para promover políticas institucionales que apoyen al buen funcionamiento de los ecosistemas, los neoecosistemas (en ciudades) y los agroecosistemas.

La insuficiencia o complejidad de los datos hace difícil establecer un vínculo explícito entre la disminución de los polinizadores y uno de los distintos factores directos o una combinación de estos, pero numerosos estudios monográficos realizados en todo el mundo apuntan a que esos factores directos suelen afectar negativamente a los polinizadores.

Las prácticas basadas en conocimientos indígenas y locales, al sustentar una abundancia y diversidad de polinizadores, pueden representar, en combinación con el aporte de la ciencia, una fuente de soluciones para los problemas actuales.

Asimismo, la promoción de prácticas de producción locales basadas en los conceptos de la agroecología, la reducción de la carga química sobre los ecosistemas y el fortalecimiento de sistemas alimentarios sostenibles en detrimento de aquellos provenientes de la agricultura industrial son caminos rápidos para evitar la fuerte depleción de especies que podemos enfrentar en los próximos años. 

Una parte de la ciencia ha hecho mucho por la promoción de estas nuevas prácticas y aportar basados en su análisis y un marco conceptual que tiene al fortalecimiento de la biodiversidad en su centro,  soluciones reales que ayuden a no sólo mantener sino incrementar la base nutricional de calidad que derivan de los servicios de las abejas.  No obstante, otras miradas tecnológicas apuntan al objetivo de cumplir tan sólo algunos de los aspectos dados por los polinizadores.

Y por caso, frente a su reducción, proponen impulsar la creación de abejas melíferas transgénicas, aunque por suerte aún, estos procesos están en la etapa de pruebas de laboratorio. O la creación de abejas robots o robobees, que buscarían cumplir funciones similares.  O sacar a los polinizadores de sus ámbitos naturales y llevarlos a otros continentes, con el consiguiente riesgo hacia los nichos ecológicos de especies locales o convertirse en otro espacio, en bioinvasiones.

Más allá que la experimentación y del desarrollo científico tecnológico puede ser considerado, deberá la ciencia ampliar su lupa y mirada y al realizar sus propuestas ampliar su horizonte de investigación de forma más integral y bajo la perspectiva de la complejidad frente a problemas de esta índole. Y estas soluciones están a la vista: la promoción de sistemas de producción alimentaria sostenible basadas en las mejores prácticas ecológicas y agronómicas, que apunten siempre a la estabilidad de los agroecosistemas, más que a su productividad coyuntural.

***

Wal­ter Pen­gue (Ar­gen­ti­na):

Es Ingeniero Agrónomo, con formación en Genética Vegetal. Es Máster en Políticas Ambientales y Territoriales de la Universidad de Buenos Aires. Doctor en Agroecología por la Universidad de Córdoba, España. Es Director del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente de la Universidad de Buenos Aires (GEPAMA). Profesor Titular de Economía Ecológica, Universidad Nacional de General Sarmiento. Es Miembro del Grupo Ejecutivo del TEEB Agriculture and Food de las Naciones Unidas y miembro Científico del Reporte VI del IPCC.