Por: Walter Pengue (Argentina).

La recurrente imagen que vemos por todos los medios sobre catástrofes y desastres naturales de alguna forma adormece la conciencia humana frente a semejante paquete de desgracias, muchas veces aún presentadas como una calamidad impredecible, la “fuerza de la naturaleza” o hasta un castigo divino…

La cuestión emergente es que, a lo largo de toda nuestra existencia como especie, hemos estado sometidos a fenómenos naturales que pueden llevarse puestos a nuestras vidas y obras. No obstante, a poco que se miren los datos, hoy en día, nosotros como especie, tenemos una enorme capacidad de transformación planetaria – período que hemos llamado Antropoceno – justamente no para bien de la tierra y sus viajeros.

El cambio climático y el cambio ambiental global, asumidos prácticamente por toda nuestra ciencia, están acelerando procesos que por su impacto pueden amenazar la subsistencia tanto global como regional.

Asumiremos aquí que tanto una catástrofe como un desastre, pueden diferenciarse en su orden de magnitud, pero que, en particular, terminan aún siendo relevantes si impactan de una u otra forma a las vidas, los sistemas ambientales humanos o la infraestructura. Y con mucha menor cuantía – un error a mi entender – cuando lo impactado es el medio natural u otras especies sin compromiso de la vida humana en forma directa.

Así las cosas, una cuestión importante reside en conocer de alguna forma el riesgo en que estos desastres “naturales” pueden impactar a la humanidad. Y esto es cuantificable para muchas cuestiones – no todas, por eso podemos tener incertidumbre – en dónde el papel de la ciencia y la tecnología tienen un papel crucial.

Reducción de desastres naturales

La “reducción de riesgos de desastres” nos sirve para promover políticas de investigación que especialmente en los niveles nacionales permiten ayudar a alertar y contener situaciones que nos eviten una calamidad.  En rigor, el manejo adecuado del riesgo, nos permite por otra vía, disminuir, atemperar y en algunos casos hasta evitar los impactos de un desastre.

Esto nos habla claramente del conocimiento de la vulnerabilidad de los recursos naturales, infraestructura y humanos expuestos al impacto y las formas en que se puede y es posible previsionar que tales cuestiones se vean eliminadas o al menos nos permitan escapar a situaciones críticas.

En estas cuestiones, la ciencia ha avanzado mucho más rápido que las políticas públicas y las responsabilidades vinculadas al manejo adecuado y la disminución de la vulnerabilidad frente a los desastres que tienen los gobiernos, en especial, los nacionales, que generalmente cuentan con mayor cantidad de recursos e información pertinente.  Pero, a veces a pesar de ello, lamentablemente no utilizan.

Cada año los desastres cuestan a la economía mundial aproximadamente 520 mil millones de dólares, desplazando a millones de personas y empujando a muchos de ellos a la pobreza extrema. Naciones Unidas nos destaca que «Si no se está informado sobre los riesgos, no se es sostenible. Y si no se es sostenible, hay un costo humano. Esos costos son evidentes en el nivel crónico de desplazamiento por desastres en todo el mundo. El año pasado (2021), aproximadamente 18 millones de personas fueron desplazadas por eventos climáticos extremos”.

Desastres naturales en América Latina

América Latina y el Caribe es la segunda región del mundo en términos de los impactos recibidos por estas catástrofes. Desde el 2000, 152 millones de latinoamericanos y caribeños han sido afectados por 1.205 desastres. La región ha enfrentado un promedio de 17 huracanes anuales y 23 de ellos han sido de categoría 5. Según la ONU, las tormentas que afectan a Centroamérica y el Caribe son cada vez más poderosas y producen un aumento de las precipitaciones y mayor marejada debido al cambio climático.

En los últimos 20 años, los países más afectados por las tormentas en la región han sido Cuba, México y Haití con 110 tormentas, 5000 muertes, 29 millones de personas siniestradas y 39.000 millones de dólares en daños totales. Es importante tener en cuenta, sin embargo, que más del 85 por ciento de esas muertes se registraron en Haití, el primer país en declararse independiente en 1804, la primera república negra del mundo y de América y singularmente a su vez hasta hoy en día, el más pobre y vulnerable de los países de la región, con poca y nada ayuda internacional. Premio y castigo a la primera república independiente de América…

Nuevamente los datos de las Naciones Unidas son contundentes. En el mismo periodo la región ha experimentado 75 terremotos, que se llevaron  226 mil vidas y dejaron más de 339 mil tullidos. En total, los fenómenos telúricos han afectado a 14 millones de personas y causado daños monetarios de hasta 54 mil millones de dólares.

La región en general es vulnerable a los terremotos, pero América Central y del Sur tienen una mayor exposición comparadas con el Caribe. Los países con mayor riesgo de terremotos son Chile, Ecuador y Guatemala, seguidos por Costa Rica, Nicaragua y el Salvador.

De mayor a menor los terremotos más fuertes desde el 2000 en la región han sido: Chile en 2010, de 8,8 en la escala de Richter; Perú en 2001, de 8,4; Chile en 2015, de 8,3; Chile en 2014, de 8,3; Perú en 2007, de 8,0; Ecuador en 2016, de 7,8; El Salvador en 2001, de 7,7; y Haití en el 2010, de 7,0. Solo Haití representó en 2010 el 98 por ciento de las muertes, el 89 por ciento de los heridos y el 27 por ciento de los afectados por terremotos en las últimas dos décadas en todo el Caribe.

El terremoto de Haití de 2010 fue un evento catastrófico agudizado por la extrema vulnerabilidad de población y la falta de preparación y capacidad de respuesta de las autoridades nacionales. A diferencia de Haití, Chile tiene códigos de construcción rigurosos, realiza simulaciones de evacuación periódicas y tiene sistemas para alertar a la población antes de un terremoto o tsunami.

Las erupciones volcánicas también afectan a las propiedades y vidas. El fenómeno del volcán Cumbre Vieja en España mediatizó a través de los medios la cuestión, que a pesar de toda la información científica existente, mostraba escenarios de incertidumbre e imprevisibilidad. Pero por el otro, la enorme importancia de contar con datos y seguimiento permitió al menos disminuir el impacto directo sobre la vida humana.

Es claro que las erupciones volcánicas son uno de los fenómenos naturales más impactantes. Y en cuanto al impacto inmediato de la más contaminante y perjudicial para el ambiente como para la infraestructura y la vida. El efecto devastador de la lava, los materiales sólidos lanzados, las cenizas liberadas y las explosiones afectan el entorno y hasta hacen desaparecer espacios enteros. El caso de Tonga y la transformación geográfica inmediata es contundente.

No obstante, estos impactos no compensan la actividad humana sobre la Tierra, que es aún más gravosa para el ambiente y el cambio climático vinculado. La actividad volcánica global, representa según distintas fuentes apenas el 2 por ciento del CO₂ que emitimos anualmente con todo nuestro metabolismo social.

Actividad humana en la Tierra

Lo antrópico supera a los natural en términos de impactos. Y es lo humano lo que está influyendo fuertemente en nuestros días sobre el clima. Intensidad y recurrencia de fenómenos como las sequías, inundaciones, temperaturas extremas e incendios forestales se vienen dando más aceleradamente en todo el mundo.

Históricamente, las sequías y las inundaciones han sido los fenómenos más fatales. Sin embargo, las muertes por estos eventos ahora son relativamente bajas en comparación con los terremotos, que son, con mucho, el desastre natural más mortal de los tiempos modernos.

Durante la última década, los terremotos han causado la muerte de 267 mil 480 personas en todo el mundo, seguidos de las temperaturas extremas, que han causado la muerte de 74 mil 244. Por año, aproximadamente 60 mil personas murieron a causa de los desastres naturales lo que representa el 0,1 por ciento del total de muertes en todo el mundo.

En los últimos cien años la humanidad experimentó el impacto de muchos cataclismos que derivaron en serios daños a la infraestructura como a la pérdida de vidas. No obstante, a poco que se miren los datos, merced al avance de la ciencia y el desarrollo tecnológico se han venido creando una serie de avisos y alertas que al menos atemperaron los serios impactos producidos, al menos sobre la vida humana en forma directa.

Previsión de daños

La investigación en provisión de datos, previsión de daños, alerta temprano y preparación frente a los desastres ha salvado muchas vidas.

Por ejemplo, anteriormente en la década de 1920, el mundo promediaba más de 500 mil muertes por desastres naturales al año. Estos fueron causados ​​por varios eventos atípicos: por ejemplo, un terremoto en Tokio en 1923 mató a más de 146 000 personas, y la sequía y la hambruna mataron a 3 millones de personas en China entre 1928 y 1930.

En la década de 1930, el número cayó por debajo del promedio de 500 mil muertes por año, pero una serie de eventos desnivelan la balanza. En 1931, las inundaciones en China mataron a más de 3,7 millones de personas. Y en 1935, un terremoto mató a 60 mil personas en Pakistán, y así sucesivamente.

Pero afortunadamente, con el tiempo, el promedio decenal se ha reducido a menos de 100 mil muertes por año. Y si consideramos la tasa de crecimiento de la población, entonces la disminución durante el último siglo ha sido aún más dramática.

Un mapa interactivo de Our World in data articulado por Raúl Amoros resalta por un lado el conjunto de desastres mundiales en los últimos cien años con un pormenorizado análisis estadístico sobre tales impactos en la geografía global.

La buena noticia es que claramente se han reducido drásticamente las muertes de la población frente a fenómenos climáticos como sequías, inundaciones y eventos extremos mientras que la mala, aún se centraliza en el fuerte impacto de los terremotos, los huracanes, tifones y tsunamis que aún siguen afectando y matando a la población global.

Un reciente informe de las Naciones Unidas, indica que gracias a la mejora de los sistemas de alerta y de la gestión de catástrofes, el número de muertes se redujo casi tres veces entre 1970 y 2019, pasando de 50 mil en la década de 1970 a menos de 20.000 en la de 2010.

El cambio climático y los fenómenos meteorológicos cada vez más extremos, han provocado un aumento de las catástrofes naturales en los últimos 50 años impactando de forma desproporcionada en los países más pobres.

Según el Atlas de Mortalidad y Pérdidas Económicas por Fenómenos Meteorológicos, Climáticos e Hídricos, entre 1970 y 2019, estos peligros naturales representaron el 50 por ciento de todos los desastres, el 45 por ciento de todas las muertes reportadas y el 74 por ciento de todas las pérdidas económicas reportadas.

El conocimiento científico y la generación de nuevas tecnologías para paliar estos daños ha aportado mucho en su reducción, hecho que debe seguir igualmente más apoyado por políticas públicas y recursos económicos que apunten a producir información imprescindible para una toma de decisiones bajo un escenario de previsibilidad y sostenibilidad. Esto es especialmente relevante para los países pobres, por lo que el esfuerzo, la construcción de conocimiento científico y de capacidades adecuadas en la toma de decisiones debe claramente fortalecerse.

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Wal­ter Pen­gue es Ingeniero Agrónomo, con formación en Genética Vegetal. Es Máster en Políticas Ambientales y Territoriales de la Universidad de Buenos Aires. Doctor en Agroecología por la Universidad de Córdoba, España. Es Director del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente de la Universidad de Buenos Aires (GEPAMA). Profesor Titular de Economía Ecológica, Universidad Nacional de General Sarmiento. Es Miembro del Grupo Ejecutivo del TEEB Agriculture and Food de las Naciones Unidas y miembro Científico del Reporte VI del IPCC.