Por: Walter Pengue (Argentina).

Los orígenes del glifosato como producto potencialmente herbicida, se remontan a los albores de los años setenta, momento en que el Dr. John Franz, hoy de 92 años e histórico empleado de la compañía Monsanto, descubre sus propiedades para el control de las malezas.

La molécula había sido sintetizada inicialmente por el Dr. Henri Martin de una farmacéutica suiza, que no le había encontrado propiedades de interés farmacéutico y la terminó vendiendo a la compañía que luego lo patentó en 1974. 

El glifosato es un herbicida sistémico total, es decir, mata toda planta con tejido verde que toca. Es un matayuyos total. Entre principios de los setenta y mediados de los noventa, el herbicida era utilizado para el control en los períodos de barbecho, tanto de malezas latifoliadas como gramíneas,  de malezas acuáticas y de malezas en presiembra en general y siendo un agroquímico de contacto no podía ser utilizado desde emergencia en adelante.

El producto “resolvía” el problema de las malezas en períodos de descanso (barbecho químico), dejaba “limpios” los campos y evitaba la competencia por agua y recursos en ese período específico.  

Si se lo asperjaba en las primeras etapas de un cultivo – en los ochenta y los noventa – era aplicado por equipo de sogas – que no tocaban al cultivo comercial – con una maquinaria especializada, que “peinaba” a las malezas y realizaba un efectivo control de las mismas.

Los volúmenes utilizados por hectárea eran muy bajos y eso de alguna manera puede dejar constancia de la no aparición de resistencia en ese periodo inicial al no afectarse el patrón de uso del herbicida. Representaba una estrategia de control, con muy poco volumen y en períodos específicos. Luego todo cambiaría y de un consumo mínimo se pasaría a un consumo exacerbado del agroquímico. 

También se le utilizó con otros fines y usos, que no tienen relación con el sistema agroalimentario como el control de cultivos ilegales, áreas de rivera, vías férreas, carreteras, puertos y demás espacios no agrícolas. Incluso se lo ha utilizado y utiliza en espacios urbanos y periurbanos para el control de malezas. Aplicaciones que tenían sus ventajas comerciales y de control pero con sus conos y sus sombras en las facetas ambientales. 

El glifosato, uno de los “cuatro grandes”

Pero la verdadera y más intensa historia del glifosato, inicia a partir del año 1995 en los Estados Unidos y 1996 en la Argentina. En un artículo que abrió las aguas de la discusión integral sobre el herbicida, publicado por Grain Biodiversidad en América Latina,  hace casi 20 años, “El glifosato y la dominación del ambiente”, se alertaba sobre el papel central que el herbicida tendría en los modelos de producción de la agricultura industrial.

La marca comercial más conocida mundialmente ha sido el Round-up Ready cuya patente global cayó para todos los formulados de Monsanto en el año 2000 y a partir de allí, fueron no ya una, sino numerosas las compañías tanto en Occidente como en Oriente, que iniciaron una carrera por la producción de la molécula en sus más disímiles presentaciones y nombres de fantasía de los más atractivos posibles. 

El glifosato, forma parte de los “cuatro grandes”, los “quema todo”, junto con el paraquat, el glufosinato y el diquat.

En el año 2016, las ventas globales de glifosato, paraquat y glufosinato llegaron a los 7.500 millones de dólares. Pero el glifosato y el paraquat copan el mercado por su ductilidad de aplicación, sencillez y una relación costo/beneficio hasta ahora atractiva para los agricultores. El mayor consumo se lo lleva el glifosato, que se ha hecho en dos décadas conocido por todos los agricultores del mundo. 

Aumento del costo del glifosato por escasez de materia prima

En los últimos dos años, hubo un aumento vertiginoso del precio del agroquímico debido al problema de la escasez de accesos a las materias primas y en las cadenas de suministro global. Como sigue siendo el herbicida más utilizado globalmente, su precio creció vertiginosamente y la escasez de suministros se llevaron la mayor parte de los fondos para otros insumos agrícolas lo que además redujo las ventas de otras categorías y pesticidas en general.

Sin embargo, algunos herbicidas considerados como alternativas al glifosato han visto aumentar sus ventas debido a la limitación en el acceso al mismo, como así también la creciente resistencia de las malezas que veremos comienza a mostrarse con claridad. 

En la cadena de suministros, las materias primas básicas que conforman al glifosato como el fósforo amarillo y la glicina subieron sus precios y lógicamente mantienen altos los precios del herbicida. Justamente “el glifo”, es una molécula sencilla, cuyo nombre proviene de la integración de sus componentes principales, gli (por la glicina), fos (por el fósforo), – ato. 

El fósforo amarillo representa alrededor del 20 por ciento del costo del glifosato. En China, uno de los principales productores de glifosato, el precio del fósforo amarillo en Yunnan aumentó un 19,5 por ciento con respecto a principios de año, al igual que en fábricas de Yun Nan y Jiangsu. Las otras zonas provincias productores como Sichuan, Guizhou y Hubei corren con los mismos problemas de costos y logística. 

La glicina, otro material para la producción de glifosato, también se ve afectada. La producción de materias primas como el ácido acético, el cloro líquido y el amoníaco sintético se han mantenido en un nivel elevado, lo que ha respaldado el aumento del precio de la glicina y por ende el del glifosato.

Evidentemente, el éxito comercial de la difusión mundial del agroquímico y la creación de una demanda fuertemente dependiente de un único producto superó las expectativas tenidas al principio. 

Paquete tecnológico de la agricultura

El objetivo de la compañía que crea el agroquímico – Monsanto, hoy comprada por Bayer – se ve más que cumplido cuando se logra asociar el herbicida con la resistencia en cultivos al mismo y un nuevo modelo emergente en la tierras del sur del mundo, especialmente en la Argentina, como la siembra directa. Emerge así, el nuevo paquete tecnológico de la agricultura industrial y el más exitoso hasta nuestros días. 

Este cambio tecnológico, más veloz incluso que la adopción tecnológica de las más conocidas variedades de cultivos, se dio especialmente en Las Pampas, con la incorporación de este paquete que incluye tres componentes clave: un cultivo resistente al glifosato (en este caso la soja) más un herbicida central y único (glifosato) y un nuevo sistema de roturación de suelos como la siembra directa (sin prácticamente remover el suelo). 

El modelo tiene algunas ventajas agronómicas pero no es sostenible al centralizarse una gran parte de su éxito en la aplicación cada vez más recurrente e intensa de un único herbicida, con impactos que se vienen descubriendo a lo largo de los años, desde aquellos agronómicos – como la resistencia de las malezas al herbicida – a los que se vinculan con la salud ambiental y humana.

Y esta “siembra directa industrial” depende exclusivamente de la aplicación de inputs externos, en primer lugar, los herbicidas. A ello se suman, exclusivamente para lo referido en el plan herbicida, aceites minerales, coadyuvantes, surfactantes, que en algunos casos, pueden llegar a ser de grado más tóxico que los propios herbicidas. 

Resistencia al glifosato

En Cultivos Transgénicos, ¿Hacia dónde vamos? (UNESCO) y en Cultivos Transgénicos, ¿Hacia dónde fuimos? (GEPAMA FHB) se plantean claramente primero, las hipótesis sobre los impactos que el modelo agroindustrial produciría y luego – 20 años después – las confirmaciones de la fuerte aparición de resistencia en malezas, especialmente las más conspicuas en los sistema agrícolas de climas templados y otros efectos no deseados y colaterales, por fuera de la finca.

Según Hugh Beckie, profesor de la Universidad of Western Australi, hay 522 malezas resistentes a herbicidas en el mundo y cada año se agregan 12 nuevos biotipos resistentes. En Argentina, hay 38 biotipos declarados como resistentes, la mayoría en el cultivo de soja. En 14 casos la resistencia es al glifosato y los biotipos más reportados son las malezas de gramíneas Amaranthus, Sorghum halepense y Lollium. Luego, los científicos comienzan a relevar, mucho más tardíamente, los impactos en la salud humana que producen los herbicidas en general y el glifosato en particular.   

Tanto en la Argentina dónde primero se expandió el paquete tal lo que se alertaba en el libro referido de UNESCO-GEPAMA como en los Estados Unidos donde Charles Benbrook del Center for Sustaining Agriculture and Natural Resources en la Washington State University, ambos destacaban los efectos explosivos de la emergencia de resistencia en las malezas y otros impactos.

Incluso referido al glifosato en específico, en Bioinvasiones y Bioeconomía: El caso del Sorgo de Alepo resistencia al glifosato en la agricultura argentina, a los nuevos biotipos resistentes se les daba el nombre de SARG (Sorgo de Alepo Resistente al Glifosato), se hace un análisis histórico agronómico ecológico de los procesos que dieron lugar a una de las resistencias en malezas más icónicas y costosas en un país de fuerte abolengo agropecuario. 

La situación no ha cambiado sino más bien empeorado y las malezas resistentes y tolerantes al mismo siguen apareciendo. En resumidas cuentas, la resistencia a un herbicida refiere básicamente al hecho que tal herbicida ya no controla eficientemente a la maleza y la tolerancia, acredita el hecho que es menester utilizar una mayor carga del agroquímico para su control efectivo.  En ambos casos, por una vía u otra, lo que se está promoviendo es un uso más intenso aún del mencionado herbicida o por caso su reemplazo por otro, generalmente “más potente”.  Un muy buen negocio para las agroquímicas, no tanto para la sociedad y el ambiente. 

Si bien ya la resistencia a herbicidas en malezas en la Argentina es un dolor de cabeza importante para agricultores y agrónomos, así como en 2005 el alerta de su aparición en el Sorgo de Alepo (Sorghum halepense) (también conocido como Johnsongrass en EE.UU, Zacate Johnson en México, triguillo o pasto ruso) fue dado por las propias compañías que promovían el consumo de herbicidas y ciertamente enterando al propio Estado en ese momento, la expansión anual sigue creciendo. 

En 2021 el Mapa de Resistencia al Glifosato en el Sorgo de Alepo en la Argentina, entre resistencia, tolerancia y casos sospechosos, ocupaba todo el corazón agrícola del país y más allá de sus fronteras, como lo demuestra la propia REM, una red de seguimiento creado por las empresas, una vez asumido – bastante tardíamente – el problema de la resistencia. 

La resistencia no se circunscribe solamente al Sorgo de Alepo sino que junto con otras malezas – también resistentes ahora a distintos herbicidas – están comprometidas más de 25 millones de hectáreas.

Diez especies principales, por su expansión geográfica, además del Alepo, son resistentes. En 2021, según el REM, las especies resistentes están lideradas por Conyza sp RG, Amaranthus sp. RG, Sorghum halepense RG, Eleusine indica RG y Echinochloa colona RG, Chloris/Trichloris sp., Commelina erecta, Lolium sp., y dos tolerantes como Pappophorum sp. y Borreria sp

Hoy en día, el glifosato sigue siendo el herbicida estrella de la agricultura industrial y su consumo sigue creciendo. El aumento de los costos y los problemas de logística en estos últimos tres años (2020, 2021 y 2022), continúa mostrando igualmente el interés de los productores, su dependencia del herbicida y la fuerte apreciación de un herbicida para la implicación de las tareas rurales, a pesar y bien sin contabilizar las fuertes externalidades ya demostradas, de las que hablaremos en otras notas. 

Luego de la liberación de la patente global y la oportunidad de producir el herbicida en otros lugares y bajo muy distintos formulados y composiciones, la producción mundial de glifosato se ha concentrado en China, que vende el 80 por ciento de su producción al extranjero.

Desde finales del año pasado, debido al pronóstico optimista del mercado agrícola post COVID19 y al entusiasmo por nuevas siembras, se ha incrementado el área de cultivos, lo que ha resultado en una mayor demanda de glifosato. Los problemas de logística persisten sumados a nuevas restricciones en los puertos y el transporte debido a las nuevas olas de COVID, lo que sostiene aún más el precio del herbicida. 

Parece el reinado perfecto de un herbicida exitoso. Pero la pregunta es ¿sí lo seguirá siendo?, pues nuevos reportes se siguen sumando refiriendo a sus impactos como así también las problemáticas agronómicas de producción en distintas regiones del mundo y hasta la propia política china de autoabastecimiento en granos de soja para el 2025 (que no usa masivamente el modelo de la siembra directa por cierto).

A ello se suma, la genuina presión de los ambientalistas por alimentos y productos con una mucho menor carga de agroquímicos y por el otro lado, la presión de nuevos príncipes herbicidas que le disputan el espacio como nuevas y hasta viejas moléculas ya probadas en la agricultura – como las mencionadas inicialmente – que no son justamente el emergente de una mejora real y contundente en los procesos de innovación, innovación social, investigación y desarrollo de nuevas tecnologías agrícolas sostenibles en el campo.

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Wal­ter Pen­gue es Ingeniero Agrónomo, con formación en Genética Vegetal. Es Máster en Políticas Ambientales y Territoriales de la Universidad de Buenos Aires. Doctor en Agroecología por la Universidad de Córdoba, España. Es Director del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente de la Universidad de Buenos Aires (GEPAMA). Profesor Titular de Economía Ecológica, Universidad Nacional de General Sarmiento. Es Miembro del Grupo Ejecutivo del TEEB Agriculture and Food de las Naciones Unidas y miembro Científico del Reporte VI del IPCC.