Por: Paola Gordon Luna (México-Panamá).
¿Visitas a menudo el mercado de frutas y verduras de tu comunidad? ¿Has visitado la zona de desechos? ¿Hay comida caducada en tu refrigerador y despensa? ¿Cuánta comida desperdicias?
Mientras que en 2020 aproximadamente 811 millones de personas padecieron de hambre en el mundo, se estima que 1,300 millones de toneladas de alimentos se pierden o desperdician cada año.
En América Latina y el Caribe se producen el 11 por ciento de los alimentos y se pierden o desperdician un tercio de ellos (hasta 127 millones de toneladas de alimentos al año), de los cuales 25 por ciento son cereales, 40 por ciento raíces y tubérculos; 20 por ciento oleaginosas y legumbres; 55 por ciento frutas y hortalizas; 20 por ciento carnes; 20 por ciento productos lácteos; y 33 por ciento de los mariscos y pescados. Por sí mismas, estas son cifras escandalosas, pero duelen más cuando tenemos cerca de 60 millones de compatriotas latinoamericanos y caribeños desnutridos.
Según la agencia de Naciones Unidas para la Alimentación (FAO), antes de la pandemia por el virus COVID-19, aproximadamente 3 mil millones de personas no podían mantener una dieta de alimentación saludable; se espera que entre 2020 y 2022 esa cifra aumente en casi 267.6 millones personas adicionales debido a los problemas económicos y sociales exacerbados por la pandemia.
La falta de asequibilidad a alimentos saludables afecta con mayor intensidad a la población más pobre de países de ingreso bajo y medio debido a que estas poblaciones tienden a ser más sensibles a los ingresos por día. Es común escuchar “si no trabajo hoy, mi familia no come”, es decir viven al día.
Los precios de los alimentos se han visto afectados también por diversos factores asociados a la pandemia como por ejemplo las alteraciones en las cadenas de suministro debido a las restricciones de movilidad impuestas por los gobiernos, afectando no sólo el movimiento de mano de obra, sino el intercambio de insumos, los canales logísticos de distribución y cambios en la demanda de alimentos por parte de los consumidores.
La falta de conocimiento o de su transferencia en cuanto a prácticas mejoradas de siembra, cosecha, recolección, manipulación y almacenamiento de productos agropecuarios, así como contar con infraestructura adecuada, cadenas de frío y logística de transporte eficaces son las principales causas de la pérdida de alimentos. Por otro lado, el desconocimiento de los comercios minoristas en cuanto a la vida útil de los alimentos, así como de la población en cuanto a la planificación de compras y comidas contribuye al desperdicio de alimentos.
Al perder y desperdiciar alimentos no sólo desaprovechamos la oportunidad de lograr un mundo sin hambre, sino que también afectamos nuestros preciados recursos naturales. Se requieren grandes volúmenes de agua para producir alimentos; por ejemplo: se necesitan cerca de 500 litros de agua para producir medio kilo de trigo, 450 litros para producir medio kilo de maíz y 4,500 litros de agua para un bistec de 300 gramos.
La producción de alimentos también tiene un impacto en la calidad del suelo. Además, si estos alimentos son desechados inadecuadamente también provocan alteraciones de las propiedades físicas y químicas del suelo, reduciendo su fertilidad, capacidad de aireación y retención de agua, entre otras afectaciones a los ríos, lagos y océanos.
No sólo debemos abordar los desafíos actuales para una producción más sostenible, que no sólo mantenga los ecosistemas naturales, sino que los regenere; también debemos prepararnos y desarrollar estrategias para enfrentar los retos relacionados con el cambio climático, los cuales incluyen mayor grado de incertidumbre respecto a las condiciones ambientales para seguir produciendo nuestros alimentos. El aumento en la frecuencia y en la intensidad de fenómenos naturales y la aparición de futuras pandemias nos hace más vulnerables a un fallo en los sistemas alimentarios de producción y distribución de alimentos.
Los humanos dentro de 50 años (ojalá que sea en menos tiempo) voltearán a ver el pasado y se preguntarán: cómo es posible que nuestros antecesores gastaban tantos recursos (mano de obra, agua, energía, suelo, nutrientes, dinero, etc.) para producir alimentos que luego desechaban. Confío en que muy pronto seremos humanos más inteligentes capaces de producir y aprovechar nuestros propios alimentos de una manera más amigable con el ambiente y con métodos más avanzados para reducir la pérdida y desperdicio de alimentos.
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Paola Gordon Luna es especialista en gestión de recursos naturales. Tiene estudios en Biología y en Manejo de Proyectos en la Universidad de Panamá y en la Universidad de Utah. Es Maestra en Ciencias en Manejo de Recursos Naturales por la Universidad de Guadalajara. Actualmente, en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) apoya a los gobiernos brindando asistencia técnica para mejorar el desempeño y la eficiencia de los sistemas de agua potable y desarrollar estrategias de planificación hídrica.
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