Sao Paulo, Brasil

Por Rosa SULLEIRO | AFP

Un malabarista lanza sus mazas en la sexta planta, una banda manda rock desde la tercera y un pintor finaliza su obra en el séptimo piso de la calle Ouvidor, 63. En este edificio ocupado por un centenar de artistas en el centro de Sao Paulo solo se admite a habitantes con ideas.

Algunas asoman ya desde las coloridas paredes de este inmueble destartalado, que con sus grafitis e ilustraciones rompe el gris raído del corazón de la mayor ciudad de Sudamérica.

Propiedad del estado de Sao Paulo, este edificio de 13 plantas llevaba años deshabitado cuando hace tres un grupo de creadores lo ocupó para convertirlo en un centro cultural y de viviendas artísticas.

Grafiteros, músicos, circenses o dibujantes conviven en una comunidad que suma ahora unas cien personas y funciona de forma horizontal. No hay líderes en Ouvidor, donde todo se decide en las reuniones semanales de cada piso y se somete, después, al voto de la asamblea.

Incluida la admisión de nuevos miembros, que deben llegar avalados por otro habitante y traer un proyecto creativo.

«Al principio hay que ser hospedado por alguien. Ahí, si te vas adaptando, tienes buenas ideas y trabajas para el colectivo, entras en una lista de espera para ocupar un cuarto», explica el pintor D’Julia Gangary mientras da los últimos retoques a un cuadro.

Inclinado sobre la mesa de su alborotado estudio-dormitorio, este artista de 41 años cuenta cómo su llegada a Ouvidor le cambió los planes. Volvía de viaje cuando le invitaron a crear un taller de grabados. Iba a quedarse unos meses y ya ha pasado un año y medio.

«Nuestros proyectos son en su mayoría gratuitos, siempre haciendo un trueque. Cuando recaudamos fondos, es para mantener el edificio», asegura.

Aunque vivir en comunidad no es siempre tan idílico –todavía recuerda su tensión mientras la asamblea votaba si podía quedarse–, ahora se siente parte de algo más grande.

– Disciplina –

Un piso más abajo, Giuseppe Gordillo mantiene el equilibrio sobre una alta estructura vertical de tres ruedas.

Desde que se inició en los malabares viajando por Sudamérica, este colombiano con una rosa de los vientos tatuada en el cuello se enamoró del circo. Tanto, que decidió volver a Brasil junto a su pareja y su hija de tres años para hacer de su pasión una forma de vida.

«Cuando llegamos a La Paz, unos amigos chilenos nos hablaron de la ocupación y decidimos venir a Sao Paulo», recuerda sobre su travesía por carretera.

Ya hace un año de aquello y ahora trabaja haciendo malabares en los semáforos, da clases en Ouvidor y es uno de los habitantes de la sexta planta, donde viven los artistas de circo y preparan su espectáculo quincenal de varietés.

«Este es el único lugar del edificio donde está prohibido tomar alcohol o cualquier sustancia. Es un espacio para hacer arte, no para fiesta ni descontrol», afirma tajante.

A este bogotano de 26 años se le iluminan los ojos cuando explica cómo esta colorida sala de techo elevado para que puedan volar las mazas es también un valioso refugio para muchos artistas nómadas que, como él, desembarcan en esta megalópolis caótica.

«Sao Paulo es una ciudad enorme, aquí es muy fácil estresarse y perder el control», asegura.

En el edificio viven ahora unos 30 extranjeros, la mayoría artistas latinoamericanos, aunque ya son muchos los que dejaron su huella en una comunidad que se renueva sin cesar.

– Amenaza –

Hace unos días, nació un bebé en el mismo rellano aumentando la población infantil del Ouvidor, donde ahora viven siete hijos de artistas.

Cada habitante busca su espacio entre el bullicio de este edificio en marcha. Como Vanessa, una creadora de 23 años que interrumpió su viaje en un viejo coche Fusca, o Escarabajo, por Brasil junto a su perra para pasar un tiempo en la ocupación, y vio que faltaba algo.

«Cuando llegué en noviembre, no había un espacio solo para mujeres. Lancé la idea, conseguí hospedar a dos chicas del movimiento feminista y ahora tenemos un piso entero solo para mujeres», cuenta. El nuevo proyecto ocupa la novena planta.

Pese a la constante amenaza de desalojo, la lista de espera para conseguir albergue en la comunidad sigue siendo larga.

Dueño del inmueble, el estado ya lo ha puesto a subasta en dos ocasiones, pero no recibió ninguna oferta, cuentan sus residentes. Preguntado por ello, el gobierno afirmó que el Consejo de Patrimonio está elaborando una «propuesta de concurso público para venderlo».

Pero esa perspectiva no afecta el proyecto creativo.

«No tengo miedo, porque nuestra idea ha sido fortalecer el colectivo para no ser solo un espacio físico», valora Gangary.

La comunidad de Ouvidor está unida por lazos más fuertes que el cemento.