Por: Paola Gordon (Panamá, México).
Esta era la frase reinante en los pasillos de supermercados y tiendas de conveniencia en ciudades donde se había prohibido el uso de plásticos desechables de un solo uso como las bolsas plásticas. Claro, nos habíamos acostumbrado a no preocuparnos de cómo llevar la mercancía que compramos de un lugar a otro.
Pero esto (que la tienda te dé una bolsa para llevar la mercancía que compras) no es así en muchos lugares del mundo y tampoco fue así siempre en nuestras ciudades. Recuerdo de pequeña acompañar a mi abuela al mercado, y siempre llevaba con ella sus coloridas bolsas de mercado hechas de ixtle de lechuguilla o de palma.
Poco a poco nos fuimos acostumbrando a la facilidad de no preocuparnos por cómo llevarnos nuestros productos, y la tienda que brindaba esa facilidad claramente tenía una ventaja mercantil sobre aquellas que no. El problema no es sólo la cantidad de recursos (ej. agua y energía) que se requieren para producir las bolsas de plástico, sino el grave problema de contaminación para los seres humanos y los ecosistemas naturales.
Según datos de Naciones Unidas al año se utilizan aproximadamente 500,000 millones de bolsas. Haz un recuento de cuántas bolsas utilizas al mes y ahora multiplícalo por la cantidad de habitantes de su ciudad, quienes pueden utilizar un poco más o un poco menos que usted. ¡Es una gran cantidad de bolsas! Y que lastimosamente ahora vemos en nuestras calles, obstruyen las alcantarillas, contaminan nuestros ríos y mares, matan a los pájaros, reptiles y peces.
Pero el problema va más allá: no son las bolsas de plásticos por sí mismas, sino la forma en que funciona nuestra economía.
Hasta ahora, la economía global se ha basado en un modelo lineal, basado principalmente en el concepto de usar y tirar. Por ejemplo, cuando compramos comida para llevar y sólo usamos una vez el empaque para trasladarlo y lo tiramos, o cuando tenemos que comprar un refrigerador o un televisor nuevo porque sin razón aparente se dañaron y resulta más caro arreglarlos que comprarlos nuevamente. La obsolescencia programada es parte de este concepto.
Diversas escuelas de pensamiento han analizado el modelo lineal o cultura del descarte que impera en la actualidad y han propuesto un modelo de economía circular, que se asemeje más a los ciclos biológicos, como el ciclo alimenticio basado en el paso de materia y energía de un organismo a otro.
A diferencia del modelo de economía lineal en donde se asume que tanto los recursos naturales como la capacidad de asimilación de la basura por parte de los ecosistemas es infinita, el modelo de economía circular implica un nuevo modelo de producción y consumo, de manera tal que todos los materiales y productos existentes puedan ser compartidos, reutilizados, reparados, renovados y/o reciclados, extendiendo así su ciclo de vida y reduciendo o eliminando los residuos al mínimo.
El crecimiento poblacional, el aumento de la demanda por materias primas, la escasez de recursos, las emisiones de gases de efecto invernadero, la competencia por el uso del agua, la pobre gestión de los residuos sólidos y la contaminación provocada por éstos son algunas de las razones que han motivado este cambio de paradigma. Paulatinamente veremos cómo todos los productos a nuestro alrededor se transforman desde su diseño para, por un lado, evitar la generación de residuos desde su manufactura y por el otro, lograr que los productos se integren en otros productos cuando se descarten.
Jerárquicamente reducir es mejor que reutilizar, reutilizar es mejor que reciclar, y reciclar es mejor que desechar. Es por ello que el modelo de economía circular no sólo incluye el diseñar y producir mejores productos, sino también crear una cultura circular en todos los niveles de la sociedad.
Ahora pensamos más holísticamente: de dónde vienen las materias primas para producir lo que consumimos, si su utilización es sustentable, cómo estas materias han sido extraídas, en qué condiciones laborales se han manufacturado y transportado, cómo se descartan o se reutilizan, entre otros.
Diversas industrias como la de la construcción y la textil ya se están transformando, motivadas por sus compromisos ambientales y sociales, pero también por los potenciales ingresos y ahorros que podrían generar. Hoy en día se estudia cómo los residuos plásticos de baja calidad se pueden revalorizar para aprovechar su contenido de carbono como agente espumante para la industria acerera o en otras industrias.
En el caso de los residuos orgánicos, las transformaciones más comunes son el compostaje y la digestión anaerobia para obtener biogás. Todas estas innovaciones abren oportunidades para nuevas líneas de negocio, además de oportunidades de empleo, nuevas investigaciones y programas educativos.
Quizás no regresemos a utilizar el ixtle para las bolsas del supermercado, pero sin duda el futuro se ve más circular y regenerativo. Un futuro cercano donde las personas, instituciones y empresas tengan más conciencia de los productos que consumen y más herramientas científicas y tecnológicas para impulsar la regeneración de la naturaleza.
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Paola Gordon Luna es especialista en gestión de recursos naturales. Tiene estudios en Biología y en Manejo de Proyectos en la Universidad de Panamá y en la Universidad de Utah. Es Maestra en Ciencias en Manejo de Recursos Naturales por la Universidad de Guadalajara. Actualmente, en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) apoya a los gobiernos brindando asistencia técnica para mejorar el desempeño y la eficiencia de los sistemas de agua potable y desarrollar estrategias de planificación hídrica.
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