Por: Camilo Cortés- Useche, PhD (Colombia).

En el rincón olvidado de las montañas del silencio, donde el tiempo susurraba su propio eco, nació un hombre que cargaba en su pecho una voluntad indomable. Desde niño, su vida parecía no pertenecer a la serenidad de aquel lugar. Decían algunos que era como el viento de la montaña: libre, fuerte, e imposible de atrapar. En su mirada brillaba un fuego que parecía más antiguo que el pueblo mismo, como si llevara dentro la energía de las tormentas que azotaban aquellas cimas.

Desde su primer aliento, aquel hombre estuvo rodeado de una familia que se alzaba como un bosque protector, entrelazando sus raíces para que él pudiera crecer con fuerza. En su familia habitaban lecciones profundas de sudor. Con ellos aprendió que la vida era un río que no siempre fluye sereno, pero que, aun en las corrientes más turbulentas, había un ancla, que te aferraba a la lealtad de quienes te sostienen cuando el mundo parece desmoronarse. Cada gesto, cada palabra de aliento, cada silencio compartido fue un hilo que tejió en su alma el sentido de pertenencia y orgullo.

La familia, como el latido conjunto de muchos corazones, le enseñó que la libertad no era escapar, sino el coraje de enfrentarse al mundo, sabiendo que siempre tendría un puerto seguro al cual regresar. Y aunque las montañas silenciosas parecían querer retenerlo, él sintió que el horizonte lo llamaba, ese horizonte que había escuchado en los relatos de quienes confiaban en él. Partió entonces, llevándose consigo las enseñanzas de su gente, sus valores como brújula y su energía como vela.

Fue lejos de aquellas montañas donde encontró las pruebas más desafiantes, un camino tan vasto y complejo como el océano que había soñado. Sin embargo, las mareas no siempre son generosas. El vendaval de decisiones equivocadas lo arrastró hacia aguas inciertas y sus errores se convirtieron en cadenas invisibles. En las noches más oscuras, cuando el sueño lo abandonaba, se veía prisionero de ansiedad y de los caminos no tomados. Pero en medio de la tempestad, la luz apareció, permaneció como un faro, recordándole que incluso las más violentas tormentas terminan por calmarse.

Así, al recordar sus raíces y sentir el rayo de luz sobre su pecho, halló el valor para levantarse. Comprendió que caer no era el final, sino parte del viaje, y que su verdadero honor radicaba en redimirse con cada paso, en reconstruirse con la fuerza que solo el apoyo de los suyos podía darle. Su gente, como el eco de un bosque que respira al unísono, le recordó que nunca estaría solo, que su ancla jamás se hundiría mientras ellos existieran.

Cuando cierra  los ojos, en la brisa que cruza los árboles, no solo oye las historias de las montañas, sino también el murmullo de las voces que siempre lo han acompañado. Como el león que lleva en su interior, sabe que el verdadero poder no está en no caer, sino en caminar con la frente en alto, guiado por el deseo de seguir adelante. Su mirada, ahora fuerte y clara, se une a los susurros de la montaña, creando un eco que, baja desde las nubes hasta el océano, celebrando la fortaleza de la vida.

Vida, que precisamente tuvo un reconocimiento el pasado mes en Cali (Colombia), donde se celebró la 16ª Conferencia de las Partes de la Convención sobre la Diversidad Biológica de las Naciones Unidas (COP16). Reunió a líderes internacionales, expertos, comunidades indígenas y organizaciones de todo el mundo con el objetivo de impulsar la protección de la biodiversidad global.

Entre sus logros más destacados se encuentran el reconocimiento formal del papel de los pueblos indígenas y comunidades locales como asesores en las decisiones internacionales sobre biodiversidad, la promoción del Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal, y la creación de la Zona Verde, que permitió la participación activa de la sociedad civil y fomentó iniciativas de sostenibilidad.

Sin embargo, la cumbre enfrentó desafíos, como la falta de acuerdos sobre financiamiento, afectando los objetivos de movilizar 20.000 millones de dólares anuales para la conservación hasta 2025​.

Así, la cumbre cerró con estos retos flotando en el aire, como semillas que aguardan el momento de germinar y convertirse en grandes bosques. Sin embargo, en el corazón del pueblo, la Zona Verde  del evento vibro como un bosque encantado, un lugar donde un millón de almas caminaron entre historias de vida y esperanza. Más de 40.000 voces se unieron a la sinfonía de actividades académicas, mientras el eco del mensaje de vida, naturaleza y justicia resonaba en cada rincón.

La ciudad, se vistió de biodiversidad, sin presumir fotos, los acuerdos y documentos firmados, sino con un despertar colectivo que una vez más motiva y crece entre algunos que creemos en la verdad y nos alejamos de la mentira.

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Camilo Cortés- Useche es biólogo Marino. Maestro en Manejo de Ecosistemas Marinos y Costeros, con doctorado e investigación postdoctoral en el área de las Ciencias Marinas. Su trabajo en el campo de la gestión y ecología marina en la República Dominicana le valió el reconocimiento del “Premio Dr. Alonso Fernández González 2020” a las Mejores Tesis de Posgrado del CINVESTAV en la Categoría Doctorado. Innovador de la sostenibilidad, científico y distinguido por sus aportes en la conservación de la naturaleza. Durante los últimos años ha liderando coaliciones para un modelo resiliente al cambio climático basado en la ciencia, con una idea firme del desarrollo social justo.