Por: Carlos Iván Moreno (México).

De seguir la tendencia actual, al final del sexenio de la 4ta Transformación habrán empeorado los de por sí magros resultados en educación superior, ciencia y tecnología: estancamiento en la cobertura, menor inversión educativa, abandono escolar, mayor fuga de cerebros, menos becarios internacionales, desmotivación en la comunidad científica, etc. En suma: menor innovación. Otro sexenio perdido.

El problema viene desde la “narrativa” y la agenda pública nacional. La innovación tecnológica no está en la discusión, no es tema que preocupe a la clase política. Mientras en México el álgido debate actual gira casi exclusivamente alrededor de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), Petróleos Mexicanos (PEMEX), de un nuevo aeropuerto o un tren turístico, la discusión global es sobre algoritmos, ciberespacio y la creciente influencia geopolítica de empresas “big tech”, como Amazon, Google, Facebook o Alibaba. Estamos fuera del juego, parece que no sabemos lo que no sabemos.

Podría ser de otra manera. La disputa por el ciberespacio entre EEUU y China sería una gran oportunidad para México, si lo supiéramos ver. Como lo afirma Ian Bremmer, “La futura competitividad de industrias tradicionales dependerá de cómo se aprovechen las nuevas oportunidades creadas por las redes 5G, la Inteligencia Artificial y los desarrollos masivos del Internet de las Cosas”.

¿Y cómo podríamos aprovechar esas oportunidades? Simple: invirtiendo más y mejor en el desarrollo de talento, sobre todo universitario. Aquí es donde vienen las malas noticias: invertimos apenas el 0.3 por ciento del PIB en ciencia, tecnología e innovación (inversión pública y privada); Israel invierte el 5 por ciento de su PIB, Corea el 4.6 por ciento, EEUU el 3 por ciento y China el 2.2 por ciento (OCDE).

Tenemos solo el 8 por ciento de la matrícula universitaria en nivel posgrado (1 por ciento en doctorado) y apenas el 12 por ciento del posgrado está en programas de áreas STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas); a diferencia de Corea que tiene el 24 por ciento de su posgrado en STEM. Graduamos a solo 11,400 doctores al año, Brasil graduó a más del doble de doctores que nosotros (24,297) y EEUU seis veces más (73,923) (OCDE). 

En México, el número de investigadores por cada millón de habitantes es de tan solo 315; mientras que Brasil tiene 887, Argentina 1,200, EEUU 4,000, y Corea cuenta con 8,000 (UNESO). Producimos solo 125 patentes por cada millón de habitantes; esto equivale al 1 por ciento de las patentes que genera China, el 2.6 por ciento de EEUU y el 7 por ciento de las de Corea (Banco Mundial).

De acuerdo con el “EF English Proficiency Index 2021”, México ocupa el lugar 92 de 112 países en aprendizaje del inglés (un nivel muy bajo), somos el penúltimo lugar de Latinoamérica; solo por arriba de Haití. En contraste, Corea ocupa la posición 37, la India está en el lugar 48 y China en el 49.

Los resultados de la prueba PISA 2018 evidencian que menos del 1 por ciento de nuestros estudiantes de 15 años tienen dominio sobresaliente en matemáticas, a diferencia de países como China donde el porcentaje asciende al 44 por ciento, en Singapur es del 37 por ciento y en Corea del 21 por ciento. Además, del total de estudiantes mexicanos que realizaron la prueba, el 35 por ciento no obtuvieron un nivel mínimo de competencia en ninguna de las tres áreas evaluadas (matemáticas, español y ciencias).

Ante estos indicadores, ¿cuál es la política del gobierno federal? Recortes presupuestales a las universidades públicas por cuarto año consecutivo, que deriva en la inversión por alumno más baja en los últimos 20 años (46 mil pesos); menor peso de la educación superior y el posgrado en el Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF), mientras en 2015 representaba el 3.5 por ciento del gasto total programable, en 2022 será de apenas el 2.9 por ciento; una caída sistemática de la inversión pública federal para Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI), de cada 100 pesos disponibles en el PEF 2022 solo 1 peso es para CTI.

Si queremos que haya realmente un desarrollo nacional en materia de innovación, el gobierno no puede ser un actor “invisible”, indiferente a los avances y discusiones internacionales. La idea de un Estado mínimo solo limita y pone en riesgo el potencial de los procesos de innovación de cualquier país. El modelo de gobernanza del sistema de innovación requiere de la presencia y coordinación del Estado; un sector público con visión, confianza y dispuesto a tomar riesgos.

Estaremos desperdiciando otra gran oportunidad mientras sigamos más preocupados por el carbón que por la fibra óptica.

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Car­los Iván Mo­reno es Li­cen­cia­do en Fi­nan­zas por la Uni­ver­si­dad de Gua­da­la­ja­ra (UdeG), Maes­tro en Ad­mi­nis­tra­ción Pú­bli­ca por la Uni­ver­si­dad de Nue­vo Mé­xi­co y Doc­tor en Po­lí­ti­cas Pú­bli­cas por la Uni­ver­si­dad de Illi­nois-Chica­go. Reali­zó es­tan­cias doc­to­ra­les en la Uni­ver­si­dad de Chica­go (Ha­rris School of Pu­blic Po­licy) y en la North­wes­tern Uni­ver­sity (Ke­llog School of Ma­na­ge­ment). Ac­tual­men­te se desem­pe­ña como Coor­di­na­dor Ge­ne­ral Aca­dé­mi­co y de In­no­va­ción de la Uni­ver­si­dad de Gua­da­la­ja­ra.