Por: Carlos Iván Moreno (México).
Una de las cualidades distintivas de la democracia electoral contemporánea es la fragmentación. Se terminó la era en que dos grandes partidos, usualmente uno conservador (de derecha) y otro progresista (de izquierda), representaban los intereses de toda la sociedad.
Podemos verlo, por ejemplo, en España, donde ninguna de las dos fuerzas tradicionales -Socialistas y Populares- logró una mayoría suficiente para formar gobierno tras las últimas elecciones, ni siquiera recibiendo el apoyo de aliados medianos, como el ultraizquierdista Sumar y el ultraderechista Vox. Para gobernar, el PSOE necesitará de una sinfonía disonante de apoyos: la izquierda independentista vasca, la izquierda independentista catalana, la izquierda independentista gallega, la socialdemocracia soberanista vasca y la derecha independentista catalana. Un trabalenguas.
En Polonia, por otro lado, hace apenas un mes celebraron elecciones legislativas. Ahí, el gran ganador fue la coalición opositora al gobierno en turno liderada por el ex primer ministro Donald Tusk. Ganaron la mayoría de escaños en el Parlamento, poniendo fin a ocho años de gobierno del partido Ley y Justicia (PiS). Figuras como Francis Fukuyama consideraron este resultado como una acción que, sin duda, devolverá al país al seno de las democracias liberales europeas.
En México, solamente en alianza los tres partidos históricos -PAN, PRI y PRD- serían medianamente competitivos ante la avasalladora popularidad de Morena. Aunque en nuestro país esta aglutinación multicolor resulte una novedad -y haya quiénes se sorprendan por ello-, en sistemas parlamentarios y democracias más maduras (como la chilena) el pacto y la coalición son más la norma que la excepción.
Si bien asociamos la fragmentación con la debilidad, ésta puede significar, por paradójico que parezca, un síntoma de salud democrática. Mientras la concentración de poder incentiva los atropellos e impide su reversibilidad, la fragmentación orilla a la cesión y los acuerdos. En una democracia fragmentada las victorias son parciales, las derrotas también.
Con el proceso electoral abierto en Jalisco, mucho se ha discutido sobre la conveniencia de formar coaliciones entre fuerzas políticas que parecieran no compartir mucho entre sí. Si bien lo ideal puede ser que los pactos se realicen con base en coincidencias ideológicas y programáticas, la conversación entre distintos actores democráticos ya es un bien en sí mismo para la construcción de consensos en una sociedad plural.
Una de las razones fundamentales para valorar las coaliciones es su capacidad para ampliar la representación. En un sistema multipartidista, la colaboración entre diferentes partidos permite que una gama más amplia de voces y perspectivas influya en la toma de decisiones. Tanto a nivel estatal como federal la construcción de coaliciones se presenta como una herramienta efectiva para imponer límites, establecer controles y mantener equilibrios frente a la posible concentración excesiva de poder.
La esencia misma de las coaliciones reside en la negociación y el compromiso, aspectos esenciales para el buen funcionamiento de cualquier sistema democrático. Más allá de las dificultades que puedan presentar, reflejan no solo la complejidad del entramado político actual, sino también la madurez democrática de una sociedad que reconoce la necesidad de colaboración para garantizar una representación más equitativa y sostenible.
Las coaliciones son un indicador positivo de la vitalidad de un sistema democrático en evolución. Bienvenidas sean.
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