Por: Carlos Iván Moreno (México).

Con la reciente victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, regresa a la Casa Blanca una era de debilitamiento institucional y discursos polarizantes, enmascarados bajo un supuesto nacionalismo que estigmatiza a la mayoría de latinas y latinos, en particular a los mexicanos. Este enfoque, predecible pero no por eso menos alarmante, traerá importantes repercusiones en áreas clave como el comercio internacional, la migración y la seguridad. Nada nuevo bajo el sol cuando se trata del actual presidente electo.

Ante ello, surgen dos preguntas obligadas: ¿cómo es posible que un país que se presenta como faro de la democracia pueda elegir de nuevo a una figura marcada por un historial de desprecio hacia toda norma democrática y ética? ¿Qué explica que la superpotencia económica, científica y militar haya empoderado nuevamente a quien representa la bancarrota moral y ha sido condenado penalmente por delitos graves?

En una sociedad tan desigual, donde unos pocos acaparan la mayor parte de la riqueza y el 50% más pobre posee solo el 1%, los discursos que polarizan son capitalizados con éxito por la causa trumpista. Ya que, a pesar de los esfuerzos de la ex candidata demócrata Kamala Harris por tejer una narrativa de política inclusiva, no fue posible calmar las crecientes preocupaciones y frustraciones de la clase trabajadora, que continúa percibiendo a los demócratas como el partido de los altamente educados y de los medios de comunicación. Esta desconexión evidencia una crisis de representación.

Pero eso no lo explica todo. Para entender mejor esta crisis es útil recurrir a las reflexiones de Michael Sandel y de Ronald Daniels, quienes han profundizado en los problemas que subyacen a la democracia estadounidense, especialmente sobre el papel de los sistemas y las instituciones educativas.

Sandel, en La Tiranía del mérito, advierte que una sociedad como la estadounidense, donde apenas 40% de la población adulta posee un grado universitario, la educación superior se ha vuelto “artículo de lujo” y el credencialismo representa el “único prejuicio legitimado”, es difícil mantener la cohesión social y, por ende, la democracia.

También Daniels, como rector de Johns Hopkins, la universidad más antigua de EEUU, pone el dedo en la llaga sobre la ineludible corresponsabilidad de las universidades en la erosión de valores democráticos, advirtiendo que “las casas de estudio tienen una deuda fundamental con la formación de ciudadanos”. La educación superior, dice Daniels, no debería estar enfocada solo en la profesionalización, sino también en crear una ciudadanía crítica, con un fuerte compromiso con los valores humanistas. Algo está fallando.

La democracia, en esencia, depende del compromiso cívico de las personas. Y ello, ni se hereda ni se reproduce automáticamente. Las universidades debemos asumir un mayor compromiso y responsabilidad en la formación en valores.

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Carlos Iván Moreno es Licenciado en Finanzas por la Universidad de Guadalajara (UdeG), Maestro en Administración Pública por la Universidad de Nuevo México y Doctor en Políticas Públicas por la Universidad de Illinois-Chicago. Realizó estancias doctorales en la Universidad de Chicago (Harris School of Public Policy) y en la Northwestern University (Kellog School of Management). Actualmente se desempeña como Coordinador General Académico y de Innovación de la Universidad de Guadalajara.