Por: Walter Alberto Pengue (Argentina).

“Un viaje sin retorno, no una economía circular”

(Herman Daly,1938-2022)

 

El evento más importante para la biodiversidad global, regional y local está finalizando en este mes de octubre en nuestra querida Colombia. No puede haber sido más saludable para el planeta decidir organizar esta Cumbre Mundial en una región tan relevante y rica para la biodiversidad como América Latina y el Caribe.  Cumbres previas sobre la biodiversidad se hicieron justamente en países megadiversos como India, China, Malasia, Brasil, México y ahora Colombia.

Comentaba el presidente de Colombia, Gustavo Petro, en la inauguración de la Cumbre Global que como decían los pueblos Arhuaco – que junto con los Kogi y los Wiwa – son uno de los tres pueblos cuyos ancestros estaban conectados a la antigua y avanzada cultura Tayrona – allí en la Sierra Nevada de Santa Marta – que ellos habitaban en el corazón del mundo. Una potente imagen para toda la América Latina y también para el planeta, que tiene en esta región a uno de los reservorios de biodiversidad – biológica y cultural – más poderosa del mundo.

Hacia finales de este año entonces, tres grandes cumbres focalizaran en tres grandes temas que enfrenta la humanidad y el planeta: La COP16 sobre biodiversidad que se lleva adelante en esta semana y finaliza el 1 de noviembre. La COP29 sobre cambio climático que se realizará en Bakú (Azerbaiyán) entre el 11 y el 22 de noviembre y también la COP16 sobre desertificación que tendrá lugar en Riad (Arabia Saudita), del 2 al 13 de diciembre. El acrónimo COP significa Conferencia de las Partes  (en español) y es el nombre dado a las reuniones de los países que toman decisiones acordadas globalmente sobre la protección del ambiente mundial, pero que a su vez acuerdan muchas veces procedimientos diferentes y agendas propias para llegar a esas metas comunes.

Lamentablemente, a pesar del enorme esfuerzo económico y social, problemáticas tan profundas y serias abordadas de forma parcial – al hacerse por separado cuando el problema ambiental que el mundo enfrenta es tan complejo y profundo – no resuelven lamentablemente la situación hacia la que vamos.

Nuevamente ahora, representantes de 196 países reunidos en esta COP16 de Biodiversidad estarán buscando avanzar en la implementación del Marco Mundial Kunming-Montreal para la Biodiversidad, un plan global para detener y revertir la pérdida de biodiversidad para el año 2030. Las COP de Biodiversidad son emergentes de la Cumbre de Río 1992.  La COP1 se organizó en 1994 en Las Bahamas donde se instauraron las bases para la implementación del Convenio sobre la Diversidad Biológica. En el 2010 en Nagoya (Japón) se adoptó el llamado Plan Estratégico para la Biodiversidad 2011-2020 y los llamados Objetivos de Aichi (por el Municipio japonés donde esto se concretó) en ese año. Finalmente, en la cumbre anterior COP15 en Canadá, se adoptó el histórico Marco Mundial Kunming-Montreal para la Biodiversidad, un acuerdo que establece metas ambiciosas para la conservación de la biodiversidad en la próxima década.

Pero también un conjunto de riesgos, si tan sólo la discusión queda focalizada en la necesidad financiera para taclear la recurrente crisis de biodiversidad con más fondos, pero sin transformar el verdadero cáncer de esta sociedad que reside en el consumismo exacerbado por modelos económicos distorsionados, sólo sostenidos por el capital por encima del propio bien común de la humanidad.

Nuevamente en la Cumbre se escuchan discursos y diatribas relevantes sobre la necesidad de un cambio, para luego desalentarnos un poco y volver a caer en una discusión meramente financiera. Promovida por los interesados en los mercados verdes, alentada por los países y aceptada gustosamente por la mayoría de los pobres del mundo.  La centralidad del capital, que recicla – cuantas veces se quiera – simplemente al dinero, se contrapone directamente con la relevancia de la importancia por salvar la vida, por salvar la biodiversidad. Y esto es lo que claramente diferencia a la naturaleza de la economía.

En la naturaleza, todo sí, efectivamente se recicla y reabsorbe. Se transforma. En un todo absoluto.  Evoluciona y se reconvierte. No queda en un estado estacionario. En la naturaleza, existen una serie de procesos en el que los elementos circulan continuamente bajo distintas formas entre distintos compartimentos del ambiente – aire, agua, suelo, seres vivos. Los ciclos biogeoquímicos (nitrógeno, carbono, fósforo, otros nutrientes) y del agua, son un ejemplo.

Muy distinto es el proceso, en la economía. Es un imposible, reciclar, a perpetuidad, sus procesos de transformación. Y por ello, lo que no puede, se convierte en residuos, basura o contaminación. Más allá de todos los esfuerzos por reciclar o retrasar o ciclar tales procesos. Y aunque en una buena parte en algún momento se pudiera, con la tecnología que conocemos o tenemos disponible por los próximos años, la inversión en energía puede hacer improcedente tales procesos. Además de la clara comprensión de los procesos termodinámicos involucrados y la eventual cancelación de servicios ecosistémicos perdidos.

La lógica del crecimiento actual se basa en una alocada carrera de transformación de la naturaleza, con consecuencias impredecibles y fuera de control, promovida por tecnologías cada día más poderosas y a la par, más peligrosas. O también, de resultados impredecibles en el mediano plazo, al simplemente no haber sido estudiados a cabalidad.

Dice Herman Daly (2019): “Muchos no se conforman con un viaje más lento, más cuidadoso y sin retorno. Quieren una denominada “economía circular” que, presumiblemente, pueda vivir y seguir creciendo, ingiriendo únicamente sus propios desechos. Suponen, por lo tanto, que lo que consideran deseable debe ser posible”.

Ese pensamiento de economía circular nos retrotrae a los primeros capítulos de los libros de microeconomía que marcan la circularidad de bienes y servicios, intercambiados por dinero, entre las familias y las empresas, el tan conocido “circuito económico”.  Un circuito que en general no previene ni estudia “el entorno”, la procedencia de la energía y los recursos que nutren a tal sociedad, cuando estos no “cotizan” en mercados formales, es decir, “apreciados” en formato de dinero.

Herman Daly – quién fuera hace pocos años, antes de su fallecimiento candidato al Premio Nobel – informa nuevamente: “La cuestión básica de los límites al crecimiento, sobre los que el Club de Roma hizo tanto hincapié a principios de los años 1970, debe seguir siendo un tema central, y el reciclaje puede considerarse una solución útil para ese límite, pero no un camino por el que la economía del crecimiento pueda continuar. Mucho antes de volverse físicamente imposible, el crecimiento del subsistema económico se vuelve antieconómico en el sentido de que cuesta más en términos de servicios ecosistémicos sacrificados que lo que vale en términos de producción adicional”.

Como el perro que se muerde la cola, la humanidad apela a una recurrencia de soluciones y circularidades que buscan encontrar soluciones parciales a problemas globales.

Para quienes trabajan en las temáticas de formación ambiental y carreras vinculadas a la Ecología, promover una educación profesional que sólo focalice en la circularidad de los materiales, no está mal. Pero tampoco está bien. Cuando la cuestión se analiza solamente bajo el enfoque crematístico o monetario, la promoción de los procesos de reciclado, puede funcionar. Pero no es lo mismo, si pretendemos asociar estos procesos, con la sustentabilidad de un modelo social que es mucho más complejo. Reciclar papel, plástico, residuos no está mal. Pretender desacoplar algunos de los impactos de los procesos de producción y consumo tampoco. Pero buscar asociarlo a un proceso reconocido científicamente como sustentable cuando no lo es – simplemente por las leyes físicas que lo impiden – no es correcto, frente a la imposibilidad biofísica indicada.

En resumen, una nueva propuesta de moda, impulsada por economistas con un interés comercial y financiero genuino para ellos, pero muy alejado de la realidad sustentable, como lo fueran las promovidas políticas vinculadas al “New Green Deal” de la ONU en el 2008, las propuestas de la Bioeconomía impulsadas principalmente por la Unión Europea, unos años después y ahora, el nuevo leitmotiv de la Economía Circular, como si fuera una verdadera solución al serio problema que enfrenta la civilización humana.

Evidentemente, la discusión financiera, los gaps de financiación entre objetivos y procesos, entre países ricos y pobres, no resuelven tampoco la cuestión. Ayudan quizás seguramente a algunas comunidades y entornos a resolver sus problemas de coyuntura, pero tampoco atacan la cuestión de fondo. Incluso es aceptable que los pobres del mundo, reciban tales recursos para intentar sobrevivir en un mundo tan desigual y con una tendencia hacia el infierno climático y ambiental tan cercano. A algunos al menos permitirá sobrevivir. Distintas escalas en una discusión compleja.

Poco vemos más allá. Tanto desde la necesidad clara de un cambio civilizatorio hasta el reconocimiento claro y objetivo de los derechos de la naturaleza. En ello, las obras del economista ecuatoriano Alberto Acosta Derechos de la Naturaleza (2009) y La Naturaleza sí tiene derechos (Acosta y Viale 2024), ayudan a reflexionar formas de incorporar procesos complejos a las propuestas simplistas del sistema. Y promover a una mayor participación de las bases sociales mundiales. No sólo a los científicos, a los expertos o a meros “representantes” sociales que poco representan a sus comunidades. Debería ser obligatorio ampliar la participación y dar voz y voto a estas miradas, que ayudan a reconocer el valor intrínseco de la naturaleza, los servicios de los ecosistemas, visibilizar los intangibles ambientales, promover la necesidad de restaurar los ciclos vitales, el derecho a la vida de las otras especies y la existencia de ríos, montañas y sus ecosistemas. Y pensar claramente en las generaciones futuras, tanto de nuestra especie como de las otras y una tierra – Gaia – que clama por dejar de ser molestada.

La Cumbre Mundial de Biodiversidad de Colombia tiene como lema el “Hacer las paces con la tierra”, tal como lo planteara previamente en su obra, la ecofeminista india, Vandana Shiva. Un pedido de paz en un momento, donde en diferentes partes del mundo, son los cañones los que hablan y obliteran las vidas y espacios de pueblos enteros. Algunos seguramente dirán, que es una perspectiva un poco naif, en el medio caótico global.  Y lamentablemente en el marco de unas Naciones Unidas, hoy claramente más debilitada, y hasta nada escuchada por algunos de sus miembros más relevantes.  Nos queda claro que, de ser así, la humanidad deberá, en primer lugar, sacar sus manos violatorias de encima de ella y de nuestros congéneres dolientes y reflexionar profundamente sobre los serios riesgos que conllevan el sólo ayudarnos a tener la cabeza por encima del agua – por un tiempo nada más – cuando ya son muchos los sistemas, los ambientes y las gentes que se están ahogando.

 

Fuentes de base:

Acosta, A. y Martínez, E. (Comp.) (2009). Derechos de la Naturaleza: El futuro es ahora. Editorial Abya Yala.

Acosta, A. y Viale, E (2024). La naturaleza sí tiene derechos. Aunque algunos no lo crean. Editorial Siglo XXI Editores.

Daly, H. (2019). A Journey of No Return, Not a Circular Economy. Abril 23, 2019. https://steadystate.org/a-journey-of-no-return-not-a-circular-economy/

Pengue, W.A. (2023). Economía ecológica, recursos naturales y sistemas alimentarios ¿Quién se come a quién?. https://ppduruguay.undp.org.uy/wp-content/uploads/2023/04/Economia-Ecologica-Recursos-Naturales-y-Sistemas-Alimentarios.-Quien-se-Come-a-Quien.pdf

 

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Walter Pengue es Ingeniero Agrónomo, con formación en Genética Vegetal. Es Máster en Políticas Ambientales y Territoriales de la Universidad de Buenos Aires. Doctor en Agroecología por la Universidad de Córdoba, España. Es Director del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente de la Universidad de Buenos Aires (GEPAMA). Profesor Titular de Economía Ecológica, Universidad Nacional de General Sarmiento. Es Miembro del Grupo Ejecutivo del TEEB Agriculture and Food de las Naciones Unidas y miembro Científico del Reporte VI del IPCC.