Por: Camilo Cortés- Useche, PhD (Colombia).

En el corazón de la selva, donde los árboles se alzan como pilotes que sostienen las nubes y los ríos guardan secretos, nació un amor frenético. Él era hijo de la montaña, heredero de pactos honorables olvidados en estos tiempos de ingratitud, y ella, guardiana de los cantos sagrados, hija de un linaje que servía a los dioses del trueno.

Su encuentro fue fortuito, o quizá escrito por fuerzas que nadie se atrevía a nombrar. Ella llevaba flores rojas al altar de la ceiba mayor, él navegaba en secreto cerca del río prohibido. Una mirada bastó para abrir la herida, sabían que ese amor era lujurioso. Pero contra la voluntad del cielo y el peso de las profecías, se buscaron en la sombra, se amaron bajo la luna como dos fugitivos del destino.

Él dejó atrás su presente, sus oficios. Ella abandonó el templo, los rezos de su madre y la protección de su hermano mayor. Unidos, caminaron entre pantanos y manglares, convencidos de que el amor podía ser más fuerte que los dioses y demonios.

Pronto, la selva comenzó a volverse contra ellos. Las aves carroñeras acechaban sus pasos, los arácnidos los envolvían en sus telarañas, las raíces se enroscaban como serpientes en su camino, y el hombre era perseguido por sombras deformes en sueños que lo dejaban sin aliento y sin sueño. Cansado de huir, buscó refugio en quien creyó amigo. No sospechaba que aquel personaje, generoso en palabras y en sonrisas, era en realidad el guardián del linaje que había jurado impedir esa unión.

La traición fue inevitable. En una noche encendida por la luna llena en medio de un claro, El aire se llenó de gritos, amenazas y conjuros. El pueblo entero ardía en furia, la sangre se mezcló con la lluvia. El hombre cayó prisionero, señalado por todos como blasfemo. La sentencia era clara, debía morir. Ella, en un acto desesperado, subió al templo de los dioses y ofreció su vida, sus rezos y hasta su alma. Rogó clemencia. Lloró hasta que la selva misma pareció silenciarse para escucharla. Los dioses aceptaron el trato, la vida del hombre sería salvada, pero a cambio, perdería lo más preciado, la memoria.

Aquel día, los ojos del enamorado se apagaron. Sus recuerdos fueron desapareciendo como humo en el viento. Pasaron los años. Los días se volvieron estaciones, y las estaciones, décadas. Un anciano cansado abrió los ojos sin saber quién era ni por qué despertaba. A su lado, sentada en penumbras, había una mujer hermosa, mirada ardiente y lágrimas contenidas. Él la observó sin reconocerla.

La madre del hombre, encorvada por el peso de los años, lo ayudó como siempre a levantarse y lo condujo hacia la puerta. La mujer quedó atrás, llorando en silencio, castigada por haber pactado con lo eterno. Pero en medio de su extravío, algo lo detuvo. No eran recuerdos, sino un presentimiento que nacía en lo más hondo de su pecho. Giró la cabeza. La vio, temblando, y en un instante supo que ese dolor le pertenecía. Con torpeza y lágrimas en los ojos, regresó. La abrazó con la fuerza que le quedaba.

En ese abrazo, ella cayó profundamente dormida, como si el castigo de los dioses la reclamara al fin. Él la sostuvo entre sus brazos, temblando, y entendió que la memoria puede borrarse, pero no el amor cuando se ha sembrado en la raíz misma de la selva.

Este relato desde el corazón de la madre naturaleza, celebra también el Día Internacional de los Parques Nacionales 2025, cuyo lema es proteger hoy para garantizar el mañana. Cada 24 de agosto, el mundo celebra el Día Internacional de los Parques Nacionales, una fecha instaurada en 1986 para reconocer la importancia de estos espacios naturales como pilares de la biodiversidad, la cultura y el bienestar humano. En 2025, la conmemoración adquiere especial relevancia ante el desafío global de alcanzar la meta de conservar al menos el 30% de la tierra y los océanos para el año 2030, compromiso establecido en el Marco Mundial de Biodiversidad de Kunming-Montreal.

Actualmente, según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), la UICN y el informe Protected Planet, alrededor del 17.6% de la superficie terrestre y apenas el 8.4% del océano están bajo alguna categoría de protección oficial. Aunque la cifra representa un avance respecto a décadas anteriores, todavía es insuficiente para cumplir el objetivo conocido como “30×30”. El reto no solo es ampliar la cobertura, sino también garantizar la calidad y efectividad de la gestión, muchas áreas existen solo en papel, carecen de financiamiento, personal o planes adecuados, lo que limita su verdadero impacto en la conservación.

Los parques nacionales cumplen funciones vitales. Son refugio de especies amenazadas, regulan el clima al almacenar carbono en bosques y humedales, aseguran el ciclo del agua, mantienen procesos ecológicos y generan oportunidades de educación e investigación científica. También son motores de desarrollo local: el turismo de naturaleza, cuando se maneja de forma sostenible, apoya economías comunitarias. A nivel mundial, los parques nacionales y áreas protegidas se encuentran bajo amenazas crecientes, la expansión agrícola y ganadera, la minería, la pesca industrial, el cambio climático, el turismo mal planificado, la introducción de especies invasoras y las enfermedades emergentes.

Frente a estos desafíos, la comunidad internacional promueve buenas prácticas como fortalecer la conectividad ecológica mediante corredores biológicos, reconocer y apoyar las medidas de conservación lideradas por comunidades e indígenas, implementar planes de turismo responsable y crear mecanismos de financiamiento innovadores como bonos de biodiversidad o pagos por servicios ecosistémicos.

No obstante, el camino hacia el 30×30 requiere más que cifras: implica gobernanza participativa, equidad social y respeto a los derechos de quienes habitan y cuidan estos territorios. Los pueblos indígenas y comunidades locales han demostrado ser guardianes eficaces de la biodiversidad, y su inclusión plena en la gestión es hoy un consenso internacional. Del mismo modo, el éxito dependerá de la voluntad política, la cooperación internacional y la capacidad de movilizar recursos financieros suficientes para sostener estos sistemas en el largo plazo.

El Día Internacional de los Parques Nacionales 2025 nos recuerda que proteger la naturaleza no es un lujo, sino una necesidad para garantizar agua, aire limpio, alimentos y estabilidad climática para las próximas generaciones. La invitación es sincera, visitar los parques de manera responsable, apoyar programas de conservación, participar en actividades de restauración y exigir a gobiernos y empresas políticas que aseguren la integridad de estos ecosistemas. La meta es ambiciosa, pero también urgente: solo con acción colectiva podremos asegurar que, en 2030, los parques nacionales y las áreas protegidas del mundo sean no solo más extensos, sino también más fuertes, justos y efectivos.

 

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Ca­mi­lo Cor­tés- Use­che es bió­lo­go Ma­rino. Maes­tro en Ma­ne­jo de Eco­sis­te­mas Ma­ri­nos y Cos­te­ros, con doc­to­ra­do e in­ves­ti­ga­ción post­doc­to­ral en el área de las Cien­cias Ma­ri­nas. Su tra­ba­jo en el cam­po de la ges­tión y eco­lo­gía ma­ri­na en la Re­pú­bli­ca Do­mi­ni­ca­na le va­lió el re­co­no­ci­mien­to del “Pre­mio Dr. Alon­so Fer­nán­dez Gon­zá­lez 2020” a las Me­jo­res Te­sis de Pos­gra­do del CIN­VES­TAV en la Ca­te­go­ría Doc­to­ra­do. In­no­va­dor de la sos­te­ni­bi­li­dad, cien­tí­fi­co y dis­tin­gui­do por sus apor­tes en la con­ser­va­ción de la na­tu­ra­le­za. Du­ran­te los úl­ti­mos años ha liderado coa­li­cio­nes para un mo­de­lo re­si­lien­te al cam­bio cli­má­ti­co ba­sa­do en la cien­cia, con una idea fir­me del desa­rro­llo so­cial jus­to.