Por: Carlos Iván Moreno (México).

El grave problema de salud pública que provoca el COVID-19 se va reduciendo a los no vacunados. La población más joven tiene el infortunio de no haber recibido la vacuna todavía, pero muchos la han rechazado. Los negacionistas y anti-vacunas son, principalmente, los que están dando cuenta de las bajas, convirtiéndose de facto en el “grupo de control” que confirma que las vacunas sí funcionan. En México, durante la tercera ola, los no vacunados representan 90 por ciento de las hospitalizaciones.

¿Por qué no se vacuna la gente? Las razones son diversas: posturas recalcitrantes anti-gobierno, libertad egoísta, ignorancia o bien fallas de los gobiernos en brindar información oportuna y confiable. También, el propio bienestar produce la paradoja del rechazo a las vacunas en personas que nunca han tenido contacto con ciertas enfermedades. Una especie de falacia tierraplanista (afirmar que la tierra es plana) en la que “no creo en algo porque no lo he visto” y “no me consta”.

También hay un importante grupo entre los anti-vax que aparentemente son más racionales, al argumentar que su rechazo a la vacuna se da porque “aún es experimental” y porque “realmente no sabemos lo que nos están inyectando”. Ese súbito rechazo al proceso y avance científico es selectivo, dado que generalmente no se aplica para otras tecnologías emergentes, como el uso de la 5G que, en breve, será la norma.

No perdamos de vista que la confianza en las vacunas, los medicamentos y prácticamente todos los nuevos desarrollos tecnológicos son actos de fe. Sí, de fe en la ciencia, sus métodos e instituciones. De no ser por ello, seguiríamos en cuevas y cazando.

Los anti-vacunas son relativamente pocos, pero suficientes para poner en jaque el retorno a la normalidad, dado que son particularmente activistas y efectivos en redes sociales. A nivel mundial, las personas favorables a las vacunas son importantes mayorías: en Estados Unidos y Reino Unido el porcentaje puede llegar al 90 por ciento. En México, distintas encuestas muestran enorme disposición a aceptar el biológico: 79 por ciento (Statista); 80 por ciento (Secretaría de Salud); 92 por ciento (Mitofsky).

La ideología política cuenta mucho. En EE. UU., 46 por ciento de los republicanos rechaza la vacuna, mientras que solo 17 por ciento de los demócratas (Pew Research Center). Incluso, los estados de tendencia republicana resienten más el golpe: en los últimos 15 días, Florida y Texas han dado cuenta del 32 por ciento de las hospitalizaciones y del 25 por ciento de las muertes en todo el país. Los estados con menores porcentajes de vacunación son rojos (votantes republicanos): Alabama 34 por ciento, Misisipi 34 por ciento, Luisiana 37 por ciento y Georgia 38 por ciento. El promedio nacional es del 50 por ciento (NYTimes).

El cálculo y la racionalidad política mueven montañas. Hace apenas unos meses, algunas legislaturas estatales dominadas por los republicanos mantenían una feroz cruzada contra las vacunas. En Ohio, la Cámara de Representantes promovió la comparecencia de una especialista anti-vacunas y, en Tennessee, los legisladores hicieron efectiva  la exclusión de los adolescentes de los procesos de vacunación.

Empero, los líderes republicanos ahora están cambiando de opinión y dando un giro de 180 grados, de la noche a la mañana. La razón es muy sencilla: se les está infectando y muriendo el electorado. En una epifanía dramática, el líder de los republicanos en el Senado, Mitch McConnell, declaró que “las dosis deben llegar a los brazos de todas las personas tan rápido como sea posible”; y el gobernador de Florida, Ron DeSantis, llama urgentemente a la gente a vacunarse, al afirmar contundentemente lo que se sabe desde hace meses: “las vacunas están salvando vidas”. ¡Oh sorpresa!

En nuestro país, los rasgos de la población anti-vacuna tiene las siguientes características: el 46 por ciento tiene entre 30 y 49 años de edad; el 60 por ciento tiene un nivel de escolaridad de secundaria o menor; y el 50 por ciento tiene un ingreso entre 0 y 3 salarios mínimos (Mitosfky). Parece ser un asunto más de información y educación que de ideología política.

Lo inadmisible es que, en días pasados, en México se haya puesto en duda el adquirir vacunas para los adolescentes, bajo el argumento de que no hay información suficiente sobre su seguridad y conveniencia. La hay.

Debería estar claro: la vacuna debe ser universal. Que no nos pase como a los republicanos en Estados Unidos.

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Car­los Iván Mo­reno es Li­cen­cia­do en Fi­nan­zas por la Uni­ver­si­dad de Gua­da­la­ja­ra (UdeG), Maes­tro en Ad­mi­nis­tra­ción Pú­bli­ca por la Uni­ver­si­dad de Nue­vo Mé­xi­co y Doc­tor en Po­lí­ti­cas Pú­bli­cas por la Uni­ver­si­dad de Illi­nois-Chica­go. Reali­zó es­tan­cias doc­to­ra­les en la Uni­ver­si­dad de Chica­go (Ha­rris School of Pu­blic Po­licy) y en la North­wes­tern Uni­ver­sity (Ke­llog School of Ma­na­ge­ment). Ac­tual­men­te se desem­pe­ña como Coor­di­na­dor Ge­ne­ral Aca­dé­mi­co y de In­no­va­ción de la Uni­ver­si­dad de Gua­da­la­ja­ra.