Por: Camilo Cor­tés- Use­che (Colombia).

 

Desde hace cuarenta noches, el hombre de la habitación oscura no había logrado cerrar los ojos. Ni un parpadeo, ni el alivio de un sueño leve, ni siquiera el descanso falso del agotamiento entre bullicios y calores propios del trópico. Sus párpados, endurecidos como cuero de burra, se mantenían abiertos por la voluntad de una fuerza que él no comprendía. No era el insomnio común de los hombres modernos; no. Lo suyo era un augurio, una fórmula antigua que los guajiros del sur solían anunciar cuando las arañas negras, los alacranes y las hormigas gigantes que brotaban por paredes y entre los pisos.

La habitación, mantenía un perfume elegante y penetrante, una mezcla entre notas frescas, bergamota y las lágrimas de una orquídea extinta, flotaba en el aire como una presencia que lo vigilaba.

Una vela encendida en la esquina, desde hace más de veintisiete días, mantenía una llama que nunca se apagaba, como si también ella hubiera enfermado de insomnio. La cera se deslizaba lentamente, formando figuras que el hombre leía como oráculos. El viento del sur, cargado de polvo y desvelo, golpeaba la cortina con el sonido de un látigo lento, y ese golpeteo se le metía al alma. A cada movimiento de tela, su cuerpo se encogía, recordando que el amor se convierte en polvo como la arena del mar.

Las lámparas de conchas gigantes seguían encendidas también. Dos pequeños luceros, uno de tono ámbar, el otro rojo profundo se clavaban en sus ojos como las pupilas de un animal nocturno. Cuando intentaba cerrarlos, esas luces crecían, se acercaban y le hablaban. Lo incitaban a abrirlos, a mirar lo que no quería ver, la verdad triangular de su alma desgarrada.

El marco de carey del espejo principal, quebrado en la última luna llena, le devolvía una imagen retorcida de sí mismo. Sus hombros caídos como alas rotas, los ojos hinchados como frutas maduras a punto de estallar, y el pecho arrugado, sin poder estirarlo como solía hacerlo.

Ningún remedio, ningún brebaje de curanderos, ni las píldoras prohibidas de la capital, pudieron hacerle cerrar los ojos. Los relojes de la casa, en un acto de solidaridad o de burla, habían detenido sus manecillas. El tiempo ya no corría, se disolvía como sal en la piel. Afuera, la selva seguía respirando con normalidad. Él la recorría en el día, con los pies arrastrando hojas secas, con los ojos abiertos de par en par, viendo cómo todo soplaba menos su alma.

El insomnio lo había carcomido por dentro. Ya no pensaba en el descanso como una necesidad fisiológica. Anhelaba dormir, para poder soñar, para caminar con la mano tomada, sin miedo, sin vergüenza, sin el peso de las palabras y los besos lanzados.

El Edén estaba ahí, lo sabía. No era un lugar, sino una memoria. Un instante perfecto en el que el amor, la paz y el olvido coincidían. Pero solo podía alcanzarlo si cerraba los ojos.

Y entonces ocurrió.

Una madrugada, cuando el viento del sur trajo un aroma distinto, el de la tierra mojada antes de la lluvia, la vela titiló. El perfume en el aire pareció más dulce, menos agresivo. Las cortinas dejaron de golpear. Las lámparas menguaron su brillo.

Y del espejo surgió una mano.

No era una mano cualquiera. Era la mano adecuada. La que había sido leal al corazón. La que no juzgaba ni huía. La que, con un roce, pudo apagar los luceros en sus pupilas, recoger las lágrimas secas de sus mejillas, y por fin, cerrar sus ojos.

Así como el insomnio del hombre de la historia nacía de un desequilibrio profundo entre su cuerpo, su alma y su entorno, la humanidad también sufre una pesadilla cuando rompe su armonía con la naturaleza, solo restaurando esa conexión podremos encontrar descanso, salud y un futuro sostenible.

Este 22 de mayo se celebra el Día Internacional de la Diversidad Biológica, campaña impulsada por las Naciones Unidas bajo el lema Armonía con la naturaleza y desarrollo sostenible. Este mensaje busca resaltar la interdependencia entre el Plan de Biodiversidad y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), mostrando que ambas agendas deben avanzar juntas, ya que se refuerzan mutuamente. A solo cinco años del 2030, el llamado a la acción es urgente: debemos actuar ahora para asegurar un futuro equilibrado entre el progreso humano y el cuidado del planeta.

El Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB), instrumento clave de la ONU en esta materia, es el organismo encargado de liderar esta celebración. A través de su sitio web, ofrece materiales educativos y herramientas de sensibilización en varios idiomas, incluyendo una página interactiva que muestra las conexiones entre el Marco Mundial y los ODS.

La biodiversidad no solo se refiere a la variedad de especies, sino también a la diversidad genética dentro de cada una de ellas y a los ecosistemas que las acogen. Los recursos biológicos son pilares de las civilizaciones: los peces representan el 20% de la proteína animal consumida por tres mil millones de personas; más del 80% de la dieta humana proviene de las plantas, y aproximadamente el 80% de la población rural en países en desarrollo depende de medicinas naturales obtenidas de su entorno.

Sin embargo, esta riqueza natural se encuentra gravemente amenazada por la actividad humana: deforestación, contaminación, sobreexplotación de recursos y cambio climático están provocando la acelerada desaparición de especies y ecosistemas. Esta degradación también incrementa el riesgo de enfermedades transmisibles, al facilitar el contacto entre humanos, fauna silvestre y patógenos.

El Día Internacional de la Biodiversidad no es solo una fecha simbólica, sino un llamado global a reconocer que la salud del planeta es también la salud de la humanidad. Proteger la biodiversidad es proteger la vida en todas sus formas. En armonía con la naturaleza, es posible avanzar hacia un desarrollo verdaderamente sostenible, justo y resiliente. El momento de actuar es ahora.

La biodiversidad es clave no solo para nuestra supervivencia, sino también para garantizar calidad de vida y bienestar. Así como el descanso requiere equilibrio verdadero, un planeta sano es condición esencial para un futuro sostenible. Proteger la biodiversidad es asegurar condiciones reales para vivir y soñar con un mañana posible.

 

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Camilo Cortés- Useche es biólogo Marino. Maestro en Manejo de Ecosistemas Marinos y Costeros, con doctorado e investigación postdoctoral en el área de las Ciencias Marinas. Su trabajo en el campo de la gestión y ecología marina en la República Dominicana le valió el reconocimiento del “Premio Dr. Alonso Fernández González 2020” a las Mejores Tesis de Posgrado del CINVESTAV en la Categoría Doctorado. Innovador de la sostenibilidad, científico y distinguido por sus aportes en la conservación de la naturaleza. Durante los últimos años ha liderado coaliciones para un modelo resiliente al cambio climático basado en la ciencia, con una idea firme del desarrollo social justo.