Por: Walter Alberto Pengue (Argentina).
“Todo necio confunde, valor y precio”
(Antonio Machado, Proverbios y Cantares, LXVIII, Campos de Castilla, 1912)
La pérdida de biodiversidad y la cancelación de servicios ecosistémicos imprescindibles para la vida humana y de las otras especies, está en el centro de las discusiones globales sobre la naturaleza. El reconocimiento del valor intrínseco de la misma ha crecido y por tanto una valoración creciente de los fuertes vínculos entre su estabilidad y la supervivencia de la civilización humana.
No obstante ello, la intensificación en la demanda de recursos y el avance sobre áreas prístinas pone una presión adicional sobre la naturaleza que no se está resolviendo adecuadamente.
Una de estas cuestiones, estriba en el reconocimiento o no de las necesidades financieras para proteger, gestionar o restaurar incluso, sitios degradados por la propia acción humana. Y, además, sobre las formas de cómo prepararse en el planeta para los embates crecientes del cambio climático.
De alguna forma, al respecto se han constituido dos escuelas. Una, que reconoce los servicios de la naturaleza a la humanidad y que alega que la misma no debe venderse, bajo el argumento de la mercantilización de la naturaleza. Y otra, que destaca la necesidad de contar con fondos suficientes para lograr siquiera mantener y en lo posible rehabilitar espacios naturales degradados.
La primera puede circunscribirse a la perspectiva de la economía ecológica y la segunda, a las miradas más cercanas a una valoración crematística o monetaria de la misma, bajo el paraguas de la economía ambiental (Pengue 2023).
Más allá de las discusiones actuales sobre el greenwashing o marketing verde, una tercera posición alega la necesidad – claramente explícita – de contar con fondos suficientes para lograr mantener el valor intrínseco de la naturaleza, en su propio entorno y sin hacerle entrar en las lógicas convencionales del mercado.
Existe así, una argumentación más sólida sobre la necesidad de financiarización de los esfuerzos por mantener a la naturaleza protegida, de una sociedad que a veces, pretende consumirse a sí misma.
Además, el efecto contraproducente, dado por las inversiones erróneas en aspectos que dañan y no mejoran la performance natural, están en el foco de nuevas discusiones. Es mucho más elevado, el valor de la inversiones en subsidios que dañan el medio ambiente, que aquellas que se orientan al menos, a la protección o el apoyo a las llamadas Soluciones Basadas en la Naturaleza.
El Tercer reporte mundial sobre las Finanzas y la protección de la Biodiversidad destaca básicamente estos aspectos (UNEP 2023). Asimismo, se resaltan los impactos que las políticas de subsidios y la promoción de una desmanda sostenida hacia el sobreconsumo, degrada recursos naturales relevantes.
El cambio de uso del suelo, tiene consecuencias dramáticas. Más de 100 millones de hectáreas – el doble del tamaño de Groenlandia – de tierras de buena calidad y alto potencial productivo se perdieron entre los años 2015-2019, impactando en forma directa sobre más de 1.300.000 millones de personas.
Como destacaba el IPBES en 2018, las prácticas de uso de la tierra están llevando a un aumento de la degradación y la pérdida de fertilidad del suelo con efectos devastadores en la entrega de servicios de los ecosistemas y la seguridad alimentaria.
El “costo” de los efectos ambientales, socioeconómicos y a la salud humana, provocados por el actual sistema agroalimentario están estimados en 19,8 trillones de dólares – un trillón: 1,000,000,000,000 lo cual representa 1012) – más del doble que el sistema alimentario mundial (Riemer y otros 2023).
Las inversiones, en lugar de facilitar un proceso virtuoso, hacia la transformación sostenible,está promoviendo la destrucción de la naturaleza.
Los flujos financieros hacia actividades económicas que perjudican la naturaleza son muy grandes y siguen creciendo. Mientras existe un reconocimiento generalizado de la gran escala de los flujos financieros negativos para la naturaleza a nivel mundial, hay pocas estimaciones del volumen de estos flujos financieros debido a la falta de datos y metodologías acordadas.
El reciente Informe (2023) está comenzando a poner luz y al menos intentar, primero conocer y luego reorientar las finanzas globales por la naturaleza, hacia andariveles más cercanos a la sostenibilidad.
Los flujos financieros anuales de sectores públicos y privados que tienen un impacto negativo directo sobre la naturaleza, se estiman en casi 7 trillones de dólares al año. El impacto combinado para la protección de la naturaleza de fondos públicos y privados siguen siendo negativos.
Los flujos financieros son enormemente destructivos y socavan por otro lado, los posibles aumentos en la financiación de apoyo a los procesos vinculados a las llamadas Soluciones Basadas en la Naturaleza (SBNs). Los fondos derivados hacia esto último, representan tan sólo, diez veces menos que las inversiones indicadas (unos 165 billones de dólares).
Los subsidios que son directamente dañinos a la naturaleza, son muy elevados y además siguen creciendo. Los subsidios a los combustibles fósiles son muy elevados y claramente se vinculan con por otro lado, los efectos negativos referidos a los escenarios de cambio climático (En 2022, 1,69 trillones de dólares).
Los subsidios a la agricultura perjudiciales para el medio ambiente se estiman en más de 345 mil millones de dólares, lo que refleja que la agricultura recibe el nivel más alto de apoyo de los sectores de uso de la tierra considerados.
El análisis de datos – que cubren 54 países – estiman un apoyo total al sector agrícola de 817 mil millones por año entre 2019 y 2021, principalmente a través de subsidios a los productores (71 por ciento). Por otro lado, el apoyo presupuestario hacia bienes y servicios públicos que sostengan medidas basadas en SBNs representan menos del 13 por ciento.
Si estas proyecciones siguieran el mismo esquema actual, los subsidios a los agricultores alcanzarían los 1.800 millones de dólares en el año 2030 a través de fondos públicos transferidos, muy lejos de lo derivado hacia inversiones sociales y de SBNs.
Es llamativo, que la mayoría de los análisis, focalizados desde estudios en los países más desarrollados – y que subsidian a su agricultura y su obsoleto sistema productivo – se muestran como permanentes, sin cuestionar sus efectos deletéreos sobre todos los otros agricultores y sistemas alimentarios del mundo subdesarrollado o de aquellos países que no subsidian a su agricultura (como Argentina, Brasil o México).
Estos últimos, son los que, por otro lado, se ven presionados a ampliar más su frontera agropecuaria, para continuar compitiendo en un mercado de commodities, distorsionado y sostenido por las negativas medidas económicas que justamente promueve el mundo desarrollado, especialmente Europa.
Una actividad negativa para la naturaleza se define aquí como “cualquier actividad con un impacto negativo directo sobre la naturaleza”. Esto incluye un impacto negativo sobre la biodiversidad, la calidad de la tierra o el cambio climático que también están interconectados con impactos sociales para los más desfavorecidos. Los cálculos sobre los flujos financieros difieren de algunos otros estudios debido a diferencias tanto en el alcance como los métodos.
Pero todos representan cifras muy elevadas. Por ejemplo, el reconocido Reporte Dasgupta, por ejemplo, analiza de manera más amplia, los efectos de los subsidios tanto explícitos como implícitos y que captan una subvaloración de los costos ambientales. Los subsidios a los combustibles fósiles se estiman en los 1.400 mil millones de dólares, mientras que el Fondo Monetario Internacional los eleva a los 7.000 mil millones de dólares.
Es claro que, no es creíble que la transformación se logre, si no hay inversiones genuinas que apunten al sostenimiento y la restauración de la naturaleza. También lo es el hecho, que esto no pueden ser medidas cosméticas, sino propuestas creíbles, que contribuyan a cambiar el actual escenario negativo que está siguiendo el mundo.
Para alcanzar la agenda 30-30 – esto es detener la pérdida de biodiversidad y garantizar el 30 por ciento de la tierra y el mar y se alcance la neutralidad en la degradación de la tierra para el 2030, bajo un calentamiento global de menos del 1,5°C – se necesitan fortalecer medidas que también apoyen a las SBN, con lo que alcanzar los objetivos de la Convención de Río.
El tema es complejo y claramente desafiante. Disponer de más fondos para la naturaleza, sin un drástico cambio en el camino seguido por la actual civilización tampoco parece un camino razonable. Pero quizás sí lo sea, en el sentido de contribuir a reorientar las formas de producción, de consumo y especialmente de reflexión, para un planeta que se encuentra contra las cuerdas de la sustentabilidad.
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