Por: Camilo Cortés-Useche (Colombia).

Mientras caminaba por la orilla del Magdalena, avisté dos hermanos en sus barcas echando las redes, a primera vista me ilusioné y pensé que la proximidad aseguraba éxito en su faena de pesca. Sin embargo, me acerqué y percibí sus miradas de cansancio e incertidumbre ante ese cuerpo de agua imponente. Un paso más dí, y sentí caer al vacío. Rápidamente una mano me agarró por las ropas y subió al promontorio verdolaga de la rivera.

Una vez que me anclé a tierra firme, entendí primero que hay manos que nunca te fallan, y segundo que esa profesión ancestral con velas sueltas a la abundancia y prosperidad para las comunidades ha mermado significativamente. Al punto que generacionalmente se ha perdido esta tradición, y además las valientes personas han aumentado el riesgo físico al exponerse a esos misterios propios de las profundidades de las aguas.

Con el paso del tiempo, la degradación y sobreexplotación de recursos ha sido evidente. El incremento en la presión por pesca y las malas prácticas alteran la estructura de las poblaciones y la distribución de ciertas especies. Esto modifica las redes tróficas y contribuye a la pérdida de biodiversidad y de los servicios ecosistémicos.

El impacto es evidente para algunas poblaciones específicas de peces, en la productividad pesquera y en los ingresos económicos que se generan. La sobrepesca de peces que pertenecen a diferentes grupos funcionales, es decir que desempeñan diferentes roles dentro del ecosistema, implica efectos en cascada sobre estos, generalmente resultan en la eliminación de grupos de peces funcionalmente claves como los herbívoros, así como, los grandes depredadores con tallas magnas.

Algunos estudios en el Caribe, reflejan que la capacidad de gestionar los recursos pesqueros de algunos estados insulares continúa siendo reducida. En la región solo algunos casos incluyen la protección de los procesos ecosistémicos, y son escasas las evidencias científicas.

Algunas acciones específicas de gestión al prevenir la pesca y otras actividades extractivas han tenido un éxito relativo en la restauración de las poblaciones de peces e invertebrados sobreexplotadas.

En el Caribe algunos ejemplos de los efectos positivos incluyen estudios en las islas de Bonaire, Saba, Puerto Rico, Santa Lucia, Dominica y Jamaica. El objetivo del estudio fue analizar los ensamblajes de peces arrecifales bajo diferentes niveles de presión pesquera, los resultados revelan que islas con baja presión de pesca como las Antillas holandesas tienen biomasas más altas.

Otro ejemplo es la zonificación en un área del Caribe Sur, en el Parque Marino de Saba, la riqueza de peces y biomasa de algunas familias (Scaridae y Serranidae) fue mayor en sitios cerrados a la pesca del parque, en comparación con otros sitios abiertos a la pesca.

En la Isla de Mona en Puerto Rico, la protección está correlacionada con el ensamblaje de peces de arrecifes de coral, en sitios de recuperación pesquera se observa mayor abundancia de especies de tallas pequeñas y etapas tempranas de la vida, lo que sugiere una señal de reclutamiento.

En el sur de la República Dominicana los efectos reveladores de la protección de los peces indican una mayor densidad de individuos y biomasa total en sitios donde se ejerce un control y vigilancia en el uso de los recursos. Acompañado de un proceso de socialización e integración a las actividades laborales de las comunidades locales.

La vulnerabilidad de los ecosistemas acuáticos y la alta dependencia de las sociedades a sus bienes y servicios, ponen en contexto las vías para explorar el manejo adaptativo como un modelo acertado.

Para alcanzar este modelo es esencial cumplir con características claves como: zonas de recuperación pesquera, zonas y permisos de uso de pesca y actividades recreativas, corredores biológicos entre reservas (marinas y costeras), asegurar un tamaño y diseño espacial adecuado, además de la planificación del uso de la tierra y gestión de cuencas hidrográficas aledañas.

La efectividad debe estar asociada a la participación de las comunidades, un alto grado de cumplimiento de los instrumentos de gobernanza y la aplicación de la ciencia, como una estrategia de beneficio mutuo. Este enfoque de manejo dependerá del compromiso colectivo y el entendimiento del concepto de conectividad con la naturaleza. Particularmente en los países de la región Caribe, altamente dependientes de los recursos y con ese afán de sentir manos que los lleven a cambiar las miradas tristes e inciertas actuales.

***

Ca­mi­lo Cor­tés es biólogo Marino. Maestro en Manejo de Ecosistemas Marinos y Costeros, doctor y post doctor en Ciencias Marinas. Su investigación en el área de la ecología marina en la República Dominicana le valió el reconocimiento del “Premio Dr. Alonso Fernández González 2020” a las Mejores Tesis de Posgrado del Cinvestav en la Categoría Doctorado. Forma parte del movimiento Wave of Change del Grupo Iberostar, como Coastal Health Regional Manager, donde trabaja en la salud Costera en la región Caribe, llevando a cabo investigación científica.