Por: Carlos Iván Moreno (México).

La salud de una democracia no radica en los procesos electorales, tampoco en los controles y los contrapesos; radica en la calidad de la conversación. La democracia nació conversando. En las ágoras de Atenas, ciudadanos libres —no todos, lamentablemente— debatían sobre las decisiones que moldearían su ciudad-estado. Este acto fundacional, basado en la palabra y el intercambio de ideas, fue la semilla de una tradición que, siglos después, definimos como el ideal democrático: un espacio donde las diferencias se resuelven no con violencia, sino con argumentos.

 

La conversación es la esencia de la democracia. Sin ella, el debate se convierte en ruido y la política en imposición. Vivir y gobernar en democracia es difícil, precisamente porque hay que dialogar; hay que convencer. Los procesos son lentos, la participación fluida. Pero vivir en democracia es también lo único que garantiza la libertad y la pluralidad.

Asimismo, cuando desde el poder no se promueve el diálogo, dice Yuval Harari, el gobierno carece de mecanismos de autocorrección, lo que eventualmente lleva a la crisis política, económica y social.

Aristóteles, en su visión de la polis, insistía en que el hombre es animal político que realiza su naturaleza en la interacción con otros. Hannah Arendt, siglos después, retomaría esta idea al señalar que el poder en una democracia emana no del individuo, sino del espacio público creado entre personas que dialogan. Pero el diálogo requiere algo que se ha vuelto un bien escaso: disposición para escuchar y, sobre todo, para cambiar de opinión.

En una época saturada de información, la conversación genuina —aquella que no busca vencer, sino entender— se encuentra en crisis, y con ella la democracia.  Las redes sociales, que prometían “ampliar la conversación”, de facto la han cancelado a través del consenso fabricado; la falsa coincidencia. La disposición a cambiar de opinión ha pasado de ser una virtud a considerarse una debilidad.

El diálogo no es un atributo innato; se aprende, se ejercita, se perfecciona.

Las universidades también debemos preguntarnos si en lugar de formar ciudadanos, estamos produciendo técnicos que dominan herramientas, pero no el arte de la deliberación.

En este 2025, recuperemos la conversación, transformemos en ágoras las aulas.

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Es Licenciado en Finanzas por la Universidad de Guadalajara (UdeG), Maestro en Administración Pública por la Universidad de Nuevo México y Doctor en Políticas Públicas por la Universidad de Illinois-Chicago. Realizó estancias doctorales en la Universidad de Chicago (Harris School of Public Policy) y en la Northwestern University (Kellog School of Management). Actualmente se desempeña como Coordinador General Académico y de Innovación de la Universidad de Guadalajara.