Por: Walter Pengue (Argentina).
En este siglo XXI, la economía global está aún más distorsionada. La mal llamada globalización, nos está llevando a una nueva reconfiguración del trabajo y una utilización – y hasta mala explotación – de la naturaleza, que hoy controla, por la vía los precios internacionales (y no tanto en forma directa, por el poder militar o de derechos sobre un bien primario) a un acceso a recursos naturales renovables y no renovables por parte de las economías más poderosas del mundo.
Esta nueva globalización del ambiente mundial, conlleva a una reorganización en la forma en que se usan y acceden a los recursos naturales – la mayoría de ellos vitales – para el funcionamiento del sistema económico. Y es claro, de la civilización moderna.
Uno de las primeras cuestiones que tienen a estos bienes naturales en su centro, residen en el reconocimiento – o no – que se hacen de sus servicios ecosistémicos, más allá del precio acordado. La conocida Teoría de la Renta Diferencial de David Ricardo, dio cuenta inicial del reconocimiento de la renta de la tierra, sea esta por su calidad como por su distancia. Y en el análisis de la economía ambiental, en general mucho de este análisis, se extrapoló hacia otros recursos naturales.
Pero más allá de la mirada económica que ha tenido esta teoría, hoy en día podemos reveer el empezar a considerar una renta adicional, como aquella ofrecida por los servicios ecosistémicos dado por estos recursos naturales, que no cotizan en mercados formales.
Una de las regiones del mundo que más ha crecido económica y socialmente en los últimos treinta años es el Asia Pacífico. Según el IPBES (Asia Pacífico), la diversidad biológica y los servicios de los ecosistemas contribuyeron a un rápido crecimiento económico anual promedio del 7,6 por ciento desde 1990 a 2010 en la región Asia-Pacífico, beneficiando a sus más de 4.500 millones de personas. Este crecimiento, en cambio, ha tenido distintos impactos sobre la diversidad biológica y los servicios de los ecosistemas.
La biodiversidad de la región asiática, enfrenta amenazas sin precedentes, que van desde fenómenos meteorológicos extremos (inundaciones y sequías) y aumento del nivel del mar, hasta especies exóticas invasoras, intensificación agrícola y aumento de los residuos y la polución.
Demanda de recursos naturales
La demanda por recursos naturales y particularmente de alimentos para sostener la expansión del consumo en esta parte del mundo seguirá creciendo y no sólo utilizando sus propios recursos sino los beneficios del acceso global a los mismos.
Las prácticas de acuicultura no sostenibles, la sobrepesca y la explotación pesquera destructiva (que también “come tierras”), amenazan los ecosistemas costeros y marinos, con proyecciones que indican que, si las actuales prácticas de pesca continúan, no habrá poblaciones de peces explotables en la región para el año 2048. Por algo es que China, hace años, que sale a buscarlos en otras regiones (como el Atlántico y el Pacífico Sur).
Las zonas intermareales también se están deteriorando rápidamente a causa de las actividades humanas, donde los arrecifes de coral de crucial importancia ecológica, cultural y económica ya están sufriendo serias amenazas y varios arrecifes ya se han perdido, especialmente en Asia Meridional y en Asia Sudoriental.
El IPBES nos destaca que hasta un 90 por ciento de los corales sufrirán degradación grave para el año 2050, aún en escenarios conservadores de cambio climático.
Sea por acceso a los recursos, sea por los servicios ecosistemicos cancelados u apropiados sin valorización o reconocimiento por los grandes actores globales de la economía mundial, estamos asistiendo claramente hoy a un intercambio ecológicamente desigual.
Comprar caro y vender barato
La huella ecológica de la humanidad en cada subregión de las Américas, se incrementó entre un 200 al 300 por ciento desde 1960. Este “Prebisch ecológico” moderno, nos confronta a un sistema que exporta recursos naturales y trabajo humano “barato” desde América Latina y sigue importando productos y trabajo “caro”.
Una nueva religión ser yergue sobre la economía pobre mundial. Lo que conlleva a reconocer lo que Joan Martinez Alier denominara como una economía de rapiña o el propio Papa Francisco llamara economía del descarte.
Un “San Garabato”, tal como lo menciona el reconocido catedrático madrileño, José Manuel Naredo, cuando de forma risueña indica que nuestra economía parece promover el lema del nuevo santo de las economías pobres: “comprar caro, y vender barato…”.
Existe como indica la CEPAL, que se tiene una percepción actual que la inserción de China en América Latina refleja una nueva tendencia histórica que afecta las estructuras productivas de la región, fortaleciendo el modelo exportador de commodities; en particular, por la percepción de que esa inserción “se relaciona con un nuevo tipo de relaciones entre el centro y la periferia, al cual la región parece estar cada vez más subordinada, que incluye a China como nuevo “eslabón” de la dependencia de las economías centrales”.
Los investigadores brasileños Freitas da Rocha y Bielschowsky (2018) en un interesante trabajo para la CEPAL nos informan que las “importaciones netas de petróleo aumentaron de 1,2 millones de barriles diarios en 2000 a 6,7 millones en 2015, las de mineral de hierro crecieron de 44 millones de toneladas finas en 2000 a cerca de 580 millones en 2015, las de cobre se incrementaron de 1,1 millones de toneladas finas en 2000 a 7,2 millones en 2015”.
Las de soja, que tanto importan a las economías de América del Sur, eran de 10 millones de toneladas en 2000, llegaron a más de 95 millones de toneladas en 2020.
El grado de dependencia de las importaciones de recursos naturales en China, medido como proporción entre importaciones netas y consumo, alcanza el 60 por ciento en el caso de los principales productos básicos, como el petróleo, el cobre y el mineral de hierro, mientras que en el caso de los granos, como la soja asciende al 85 por ciento (Ver Gráfico).
China se urbaniza y transforma su clase pobre a media, promoviendo relevantes transformaciones que impulsan el consumo. El aumento de su PBI se debe claramente al impulso de su consumo interno, mucho más que a las propias exportaciones.
Las importaciones de China del mineral de “hierro latinoamericano aumentaron de 17 millones de toneladas en 2000 a casi 220 millones en 2015, de los cuales 192 millones de toneladas se produjeron en el Brasil, 11 millones de toneladas en el Perú, 10 millones de toneladas en Chile y 5 millones de toneladas en otros países latinoamericanos. En la actualidad, esos tres países representan el 98 por ciento de las importaciones de China de mineral de hierro con origen en América Latina”.
En relación con la soja, China siendo un gran productor, tiene un volumen ya relevante de sus campos degradados y sus aguas contaminadas. Una política muy inteligente del partido gubernamental chino ha sido la de promover la siembra de cultivos C4, en detrimento de aquellos de C3 (soja), intentando comprar por fuera (es decir en el mercado internacional), aquellos cultivos que “necesitan de más tierra y son menos productivos”, esto es, las plantas C3.
Algo muy conocido en la biología y en la ecología, pero sorprendente a ojos vista de la política. Pero China, a diferencia de muchos gobiernos latinoamericanos, claramente sabe de estas cosas y se apoya en su ciencia.
Las importaciones de soja latinoamericana por parte de China han crecido desde 1996 y, desde 2000, representan una media de casi el 60 por ciento de las importaciones de China de la oleaginosa (el otro 40 por ciento restante proviene de Estados Unidos). Es decir, los países latinoamericanos suministran casi la mitad del consumo chino de granos de soja.
Con respecto a la concentración de la producción, China importa la oleaginosa principalmente del Brasil, Argentina y, más recientemente del Paraguay y Uruguay. Lo que alguna compañía internacional – algo arrepentida por su desastrosa campaña marketinera por cierto – y ONGs ambientalistas – que tomaron beneficio de la instancia – dieron en llamar a este corazón del Sur de América, “La República Unida de la Soja”.
América Latina se enfrenta así, no sólo a la histórica y hasta colonial demanda de recursos por parte de Europa, sino que en este siglo XXI, nuevos actores muy potentes se suman a esta lucha por el acceso a sus recursos. En ambos casos, ha sido y hoy día sigue siendo muy pobre, el reconocimiento de los servicios dados por su naturaleza.
Quizás sea el momento para las decisiones de las políticas públicas vinculadas al ambiente, que toda la Región, en conjunto, rearme su estrategia de largo plazo y promueva discutir con otra mirada el potencial que la misma tiene no sólo como proveedora de recursos naturales sino de productos elaborados e innovación que se debe vinculada a ello.
Pues claramente la culpa no es de quién compra, sino de quién permite y hasta promueve ese tipo de compras, sin prácticamente salvaguarda ambiental en lo que a impactos ambientales y sociales se refiere. Como dicen en el campo: “la culpa no es del chancho, sino de quién le da de comer…”.
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Walter Pengue es Ingeniero Agrónomo, con formación en Genética Vegetal. Es Máster en Políticas Ambientales y Territoriales de la Universidad de Buenos Aires. Doctor en Agroecología por la Universidad de Córdoba, España. Es Director del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente de la Universidad de Buenos Aires (GEPAMA). Profesor Titular de Economía Ecológica, Universidad Nacional de General Sarmiento. Es Miembro del Grupo Ejecutivo del TEEB Agriculture and Food de las Naciones Unidas y miembro Científico del Reporte VI del IPCC.
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