Por: Walter Pengue (Argentina)

“Una palabra nueva es como una semilla fresca que se arroja al terreno de la discusión.”

 (Ludwig Wittgenstein (1889–1951), Viena.

Las ciudades son hoy en día y más aún en el futuro, el centro neurálgico del crecimiento de la actual civilización humana. Es desde allí, de dónde se producen las mayores demandas de recursos naturales, suelos, aguas, recursos genéticos y energía para satisfacer el voraz consumo de sus urbanitas.  Ya hemos sobrepasado el límite de más de la mitad de la población mundial viviendo en ellas y en el año 2050 se proyecta que prácticamente el 70 % de la población global vivirá en ellas: megalópolis, ciudades intermedias, pueblos y caseríos.  Ciudades y pueblos que se enfrentan a escenarios de cambio climático que les obligarán – por las buenas o por las malas – a una transformación radical de su relación con el entorno, bajo escenarios de cambio climático, predecibles y alarmantes (BM 2025).

América Latina, luego de esta llamada segunda ola de urbanización, es uno de los subcontinentes más urbanizados del planeta. En promedio, casi el 90 % de su población vive en ciudades, y en grandes países – por la extensión de sus territorios – como Argentina o Brasil superan el 92 %, mientras que en México, el otro gran coloso latinoamericano la cifra ronda el 87 %. En los tres casos, como en tantos otros países, que por sus superficies, son más pequeños, la migración desde áreas rurales a zonas urbanas o las conurbaciones emergentes se hace constante.

Por otro lado, la expansión de las actividades primarias en la región, sigue creciendo de forma permanente, avanzando por un lado sobre espacios naturales o ligeramente antropizados como así también por el otro, sobre el mismo borde de pueblos y ciudades: lo rural avanza hoy en día entonces, tanto sobre lo natural como sobre lo urbano.  Los estudios sobre los primeros, dan cuenta de un creciente proceso de deforestación, desertificación y migración concurrente con un impacto muy fuerte de las actividades agroindustriales sobre el entorno. Leídas estas como un efecto tijera entre deforestación y contaminación ambiental por igual.

Pero también el efecto del avance agroindustrial sobre la propia vida de los ciudadanos de las ciudades se hace cada día más intenso y sus consecuencias comienzan a mostrarse preocupantes.

A pesar del escaso territorio ocupado, si lo comparamos con otros usos como la agricultura, las ciudades demandan para sí ingentes cantidades de recursos naturales, agua y energía, cuya satisfacción es cada día más compleja y con mayores impactos. Con el cambio global, el cambio de uso del suelo se explica en su mayoría por la expansión de las áreas urbanas y de la infraestructura a expensas de las tierras agrícolas y por la expansión de las tierras agrícolas a expensas de los pastizales, sabanas y bosques. En principio, ambos factores seguirán creciendo en el presente siglo (Pengue 2023). El crecimiento, a su vez, de estas tierras agrícolas y de sus modelos de expansión impactan doblemente, en especial con respecto a la enorme carga de agroquímicos que implican los actuales modelos. Sus residuos, pesticidas y derivados y fertilizantes sintéticos recaen de forma directa sobre las ciudades y pueblos, en especial aquellos en ámbitos rurales o inmersos en estos entornos.

El área continental mundial cubre unos 14.900 millones de ha. Tierras que son de los siete clases distintos de calidad, considerando la agricultura.  En función de diferentes fuentes, es posible inferir que el área mundial construida ocupa entre el 1 y el 3 % de la superficie mundial, tomando como base los datos emergentes del Earth Institute. En los próximos 40 años se prevé que los asentamientos e infraestructuras aumenten de un 72 a un 118 %, esto es, de unas 260 a 420 millones de nuevas ha urbanizadas, lo que significa que se cubrirá del 4 al 5 % de la superficie terrestre del planeta (Pengue 2017).

Actualmente, las ciudades consumen entre el 60 y el 80 % de la energía global, unos 10.000 millones de kWh ó 3.500 kWh/cápita/año, ó 2.000 millones de litros de combustibles fósiles (666 l/cápita/año). Asimismo, consumen el 75% de los recursos del planeta. En términos físicos, las ciudades demandan unos 247 millones de km3 de materiales por año, es decir, unos 82 km3 per cápita por año y alrededor de 6 millones de toneladas (t) de materiales de construcción, generando alrededor de 2,9 millones t de residuos sólidos y unos 200 millones de kilolitros (kl) de efluentes, muchos de los cuales ya no encuentran espacios donde ser vertidos o transportados. Además, por su demanda conjunta de energía y materiales, son responsables del 75% de las emisiones de gases de efecto invernadero (particularmente, CO2), arrojando a la atmósfera un promedio per cápita de alrededor de 7 t por habitante y año (Pengue 2023).

Pero estos pueblos y ciudades, han sido diseñados, pensados y concretados, prácticamente “aislados” de la demanda de recursos, pobremente vinculados a los suelos que cementan y en algunos casos, solamente relacionados a su relación con la disponibilidad o no, de recursos hídricos. Por otro lado, muchas, especialmente pueblos y ciudades intermedias han venido creciendo acompañando la expansión agroindustrial y han quedado prácticamente rodeados de producciones primarias, que asperjan sobre estos, millones de toneladas de agroquímicos, fertilizantes y generan residuos importantes, que deberían ser reciclados y tratados adecuadamente.

En general, cuando se diseña una nueva ciudad, se definen sus límites y se proyecta su expansión y crecimiento sin tener en cuenta los recursos naturales que necesitará, ni para su proceso de construcción, crecimiento o expansión, ni en términos de la energía necesaria para su funcionamiento cotidiano. A diferencia de otros recursos como materiales, suelo y agua, el proceso de demanda que acompaña el crecimiento de la ciudad sigue una curva gaussiana, la demanda de energía de la ciudad no tiene límites y no se reduce a medida que esta sigue creciendo, justificada justamente por la creciente red intrincada de relaciones y necesidades de la misma. Este es un cuello de botella físico/energético/hídrico con el que se enfrentan las ciudades del futuro. A esto se suma el serio problema de los residuos producidos, que en los pueblos de América Latina aún, dejan bastante que desear, respecto de su tratamiento, reciclado y reutilización. Esto es especialmente más complejo aún, si nos referimos a los pueblos, poblaciones con bajo número de habitantes y villorios, los que en algunos casos ni siquiera cuentan con plantas de tratamiento.

En esta maraña de situaciones preocupantes, los pueblos rurales encuentran aún más complejidades. Por un lado, rodeados de una agricultura cada día más intensiva, que a pesar de sus esfuerzos por acercarse a modelos sostenibles de producción, aún depende fuertemente de su carga agroquímica sintética y por el otro, una acumulación de residuos urbanos y rurales que sin tratamiento, pueden convertirse en una fuente de contaminación ambiental con los consiguientes impactos en la salud humana y la naturaleza en general.  Y esto se exacerba, cuando nos encontramos en las periferias urbanas, donde el contacto con la agricultura industrial, los cinturones verdes hortícolas y florícolas intensivos, los feedlots de la ganadería más intensiva o las plantaciones de pinos u otras producciones vinculadas son la recurrencia productiva y de las que en muchos casos, dependen los urbanitas que viven allí y también se contaminan y enferman. “Los pobres venden barato”, pregonaba un reconocido economista ecológico.

La problemática ha sido abordada – cuando lo ha sido – intentando promover bandas de restricción agroproductiva en el propio borde de las ciudades. Aplicadas en muchos casos sin un profundo análisis técnico, localizado y ajustado a la coyuntura productiva que trajo un poco de aire fresco por algún tiempo pero creo un nuevo problema que es la discusión con los propietarios de esas tierras, que no encuentran una salida productiva – en lo industrial – hasta ahora.

En países como la Argentina, el planteo de bandas de restricción productiva se fue dando como resultado de la presión de los propios ciudadanos locales para no recibir las fumigaciones directamente sobre sus cabezas. Nacieron de esta forma la red de Pueblos Fumigados o Paren de Fumigar como una discusión y búsqueda de alternativas viables para intentar detener el avance de lo agroindustrial más contaminante y tóxico sobre las propiedades, el suelo, el agua de consumo o el propio aire que los urbanitas aspiran diariamente. Y es allí, donde desde el GEPAMA, en FADU de la Universidad de Buenos Aires, se ha venido estudiando conspicuamente desde hace dos décadas,  la enorme oportunidad que se podría tener en beneficio de todos los actores, de mediar la posibilidad de promover modelos productivos basados en prácticas sostenibles como la agroecología o incluso sistemas de producción orgánicos, biodinámicos o restaurativos y protectivos frente al embate industrial.

Las crisis económicas o ambientales también generan ciertas oportunidades. Argentina lo vivió a principios del presente milenio y Europa le siguió después de 2008. En ambos casos, las propuestas agroecológicas emergieron y dieron soluciones. Hoy mismo en España, además de la producción agroecológica en ciudades como Madrid, Granada, Barcelona o Córdoba, se suma las creaciones originales de la economía social como el aporte dado por las Molas (Materia Orgánica Liberada) por las cuales además, llevando sus residuos orgánicos, se reinvierten y convierten además de compost en dinero de intercambio (Pengue 2017).

La cuestión en América Latina se convierte en una crisis por un lado y en una enorme oportunidad de transformación productiva, ambiental y económico-social interesante. Promover en los lugares donde se da la interfase urbano-rural, escudos protección y a la vez de producción, que den salida y solución a todos los problemas planteados por las actividades industriales en estos espacios de borde, que también son tierras complicadas, en muchos casos desordenadas, pobremente legalizadas, que reciben tanto agroquímicos como residuos y que pueden ser transformadas.

Dentro de estas alternativas, que contribuyen a la ciudad con su infraestructura verde, la promoción en las interfases de los EVAs (Pengue 2018) se convierte en un camino sostenible y que puede ayudar a pensar las ciudades y pueblos actuales como los del futuro. Pueblos “verdes” no sólo en términos estéticos sino productivos, bajo tecnologías sostenibles. Los EVAs, o ESCUDOS VERDES AGROECOLÓGICOS, son sistemas productivos que actúan como área buffer entre la ciudad y el campo y a la vez brindan alimentos de todo tipo, recuperan servicios ecosistémicos, promueven el trabajo local e impulsan mercados de cercanía, bajo las lógicas actuales – muy ponderadas por cierto – de la ciudad de los 15 minutos y el importante concepto de Una Salud (IPBES 2024), promovido por la propia Naciones Unidas.

Se trata de un sistema ambiental productor de biomasa (alimentos y servicios) en condiciones agroecológicas que a su vez actúa como elemento protector, conservador y recuperador de servicios ambientales importantes para la sociedad, lo que evita la aparición de problemas de salud.  El EVA, es un sistema productivo, que puede implementarse en el entorno de los 100,  250 a 500 o mil metros alrededor de todos los pueblos y delimitarse sobre los parches específicos para la diversificación de la producción en formas concéntricas o en parches alternativos que permitan tanto la producción como el mantenimiento de áreas asilvestradas que facilitan mantener la diversidad biológica, los controladores biológicos como pájaros e insectos benéficos y demás servicios ambientales.  En ello puede sumarse la recuperación de semillas tradicionales, fortalecimiento de la agrobiodiversidad o la biodiversidad local en sus cuatro patas (biológica, ecológica, pero también social y cultural) y un seguimiento de procesos y tecnologías apropiadas para tales fines.

La siguiente imagen (Pengue 2017), que representa básicamente el conjunto de elementos que deben estar incluidos dentro de una propuesta de integración sociedad-naturaleza y recuperación de servicios ecosistémicos, que incluyen no solo el crecimiento del verde productivo, sino la obligada relación con su entorno, la producción animal de distinto tipo para carnes, leches y huevos, la biomasa y residuos que luego serán sustento de las propias producciones agroecológicas y las relaciones sociales, culturales e históricas que son en la mayoría de los casos, el rico acervo que pueblos y ciudades han tenido históricamente con su entorno.

El fundamento básico de la agroecología como tal es la seguridad y soberanía alimentaria. Pero ¿qué es la agroecología? Bajo una perspectiva amplia, la agroecología está definida como el manejo ecológico de los recursos naturales a través de formas de acción social colectiva. Presentan alternativas en la actual crisis de la modernidad mediante propuestas de desarrollo participativo desde los ámbitos de la producción y la circulación alternativa de sus productos y pretende establecer formas de producción y consumo que contribuyan a encarar la crisis ecosocial, y con ello restaurar el curso alterado de la coevolución social y ecológica. Su estrategia tiene una naturaleza sistémica al considerar el establecimiento o finca, la organización comunitaria y el resto de los marcos de relación de las sociedades rurales articulados en torno a la dimensión socioambiental local –y donde se encuentran los sistemas de conocimiento local, campesino e indígena– portadores del potencial endógeno que permite dinamizar la biodiversidad ecológica y sociocultural. Tal diversidad es el punto de partida de sus agriculturas alternativas, desde las cuales se pretende el diseño participativo de métodos de desarrollo endógeno para el establecimiento de dinámicas de transformación hacia sociedades sustentables. La agroecología “nace” en la finca, en el modelo de producción a escala humana, y por ello está directamente vinculada con la soberanía alimentaria y el acceso a alimentos buenos, sanos, baratos y nutritivos. Los principales promotores de estas prácticas y procesos han sido los movimientos sociales, acompañados por técnicos y profesionales independientes comprometidos con el quehacer agroecológico. Por ese motivo, la agroecología “entra” en los sistemas campesinos y de la agricultura familiar, como también en quienes manejan neoecosistemas en los sistemas vinculados al ecotono urbano-rural y actualmente hacia “dentro” de la propia ciudad. Son poderosos los motivos por los cuales la agroecología puede expandirse en las ciudades y pueblos y potenciar procesos de producción totalmente diferentes a los actuales.

Por ese motivo, esta integralidad entre producción sostenible, espacio restringido en el borde de interfase, búsqueda y recuperación de la salud ambiental y social, es que encuentro que es la agroecología, la única práctica integral que puede utilizarse en la interfase urbano rural y que permite por un lado proteger a la población urbana, pero por otro lado, promover prácticas productivas sostenibles posibles en tales espacios.

Con los Escudos Verdes Agroecológicos (Pengue 2018) se logra:

– Disminuir el riesgo socioambiental inmediato producido por la agricultura industrial colindante con los espacios de vida de los habitantes de las ciudades y pueblos.

– Promover modelos de recuperación ambiental, parches de paisajes naturales, parcelas de parches naturales y canales de conectividad y canales de conectividad que mejoran las condiciones de vida.

– Promover a la agricultura familiar de base agroecológica.

-Impulsar un proceso de economía circular de residuos orgánicos que lleven al concepto de “Basura Cero” como una realidad. Inclusive ampliar la oportunidad a otros residuos (plásticos, maderas, etc.), promoviendo la producción de otros elementos para la construcción hasta briquetas que faciliten una mejora en la disponibilidad energética.

– Controlar el crecimiento indiscriminado de la “mancha urbana”.

– Recuperar los suelos decapitados y tosqueras.

– Utilizar compost obtenido de basurales de la zona para dicha remediación.

– Realizar la capacitación laboral para reinserción de mano de obra desocupada.

– Promover la inclusión de la población rural y periurbana en el sistema de producción orgánica.

Mejorar la calidad alimentaria y nutricional de la población.

– Disminuir la carga de agroquímicos que se asperja en las zonas periurbanas, promoviendo Escudos Verdes en la periferia de las ciudades intermedias.

– Ofrecer una alternativa productiva a los productores rurales, hoy limitados en sus procesos productivos por la generación de legislación que les prohíbe la producción y fumigaciones en el entorno urbano, pero no les ofrece alternativas.

-Crear mercados locales y redes de comercio justo.

– Constituir faros agroecológicos que se erigen como sencillos modelos a emular por otras comunidades y pueblos rurales, que pueden beneficiarse de la implementación en sus municipios.

– Generar nuevos indicadores de sostenibilidad socioambiental y productiva, que permitan enfocar también nuevos mecanismos y canales de certificación alternativos para las redes de producción de base agroecológica y de consumo local y regional que escapen a los procesos de concentración y elevados costos de quienes promueven los leoninos sistemas de certificación orgánica para los productores pequeños y los consumidores.

En los grandes países – por territorio – hay además un conjunto importante de pueblos rurales. Cada vez con menos gente, pero que permanecen. En la Argentina, más de 2000 poblaciones se identifican como tales, mientras que en Brasil, prácticamente duplican este número y en Paraguay son alrededor de 200 las poblaciones vinculadas a estos espacios. El número es llamativo en otro gran país como México,  que tiene unas 185.000 localidades rurales (con menos de 2,500 habitantes) frente a casi 4.200  urbanas, representando el 97.7% de todas las localidades y reflejando que la mayor parte de los asentamientos mexicanos son pequeños y rurales, aunque la población urbana ha crecido significativamente. Y por supuesto, en todos los casos, sin considerar las grandes urbes en todos estos países y otros tantos de la región latinoamericana.

Las actividades agrícolas intensivas, pecuarias (feedlots), forestales intensivas se pueden neutralizar por sus efectos sobre la población al menos en las áreas de borde. Los agroquímicos asperjados no “son agua bendita” y deben ser aplicados de forma somera, pero prohibida directamente en los bordes de los pueblos rurales, villorios y ciudades intermedias. Y ni que hablar, en las escuelas rurales y asentamientos indígenas o comunitarios. Son demasiados los casos reportados sobre efectos en la salud humana y ambiental, que ameritan una transformación directa en esos espacios límites.

Además, en muchas de estas poblaciones, residen hoy en día un reservorio de conocimiento cultural e histórico productivo que reproduce tanto semillas como tecnologías apropiadas vinculadas en el acervo social representado por miembros de comunidades de pueblos indígenas, comunidades locales y migrantes de una parte a la otra del mundo. Junto además a procesos culturales y de intercambios que se han dado en América Latina desde el momento de su interacción e intercambio con otros continentes como Europa, Africa, Asia y Oceanía.  Se rescatan allí en varios casos semillas originales y sostenidas localmente – semillas criollas –  de cultivos relevantes – como trigo, maíz -, árboles y tantos otros cultivos de relevancia para la humanidad. Semillas domesticadas y hasta acriolladas rescatadas y sostenidas, como elemento cultural y hasta de cohesión social.

Un conjunto de soluciones y opciones de respuesta concretas, para territorios que hoy en día son base de conflictos ecológico distributivos por la forma en que se utilizan, distribuyen los recursos de base y objetivos disímiles que se pueden resolver con una acción colectiva de todas las partes involucradas: Escudos Verdes, basados en prácticas agroecológicas como los EVAs.

 

Referencias

Banco Mundial (2025). Inhabitable: Enfrentando el calor urbano extremo en América Latina y el Caribe. https://www.bancomundial.org/es/region/lac/publication/extreme-heat-report-in-lac

IPBES (2024). Summary for Policymakers of the Thematic Assessment Report on the Interlinkages among Biodiversity, Water, Food and Health of the Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services. McElwee, P. D., Harrison, P. A., van Huysen, T. L., Alonso Roldán, V., Barrios, E., Dasgupta, P., DeClerck, F., Harmáčková, Z. V., Hayman, D. T. S., Herrero, M., Kumar, R., Ley, D., Mangalagiu, D., McFarlane, R. A., Paukert, C., Pengue, W. A., Prist, P. R., Ricketts, T. H., Rounsevell, M. D. A., Saito, O., Selomane, O., Seppelt, R., Singh, P. K., Sitas, N., Smith, P., Vause, J., Molua, E. L., Zambrana-Torrelio, C., and Obura, D. (eds.). IPBES secretariat, Bonn, Germany.  DOI: 10.5281/zenodo.13850290. https://zenodo.org/records/13850290

Pengue, W.A. (2017). Agroecología y ciudad. Alimentación, ambiente y salud para una agenda urbana sostenible. Revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global Nº 139 2017.

Pengue, W.A. (2018). Agroecología, Ambiente y Salud: Escudos Verdes Productivos y Pueblos Sustentables. https://www.researchgate.net/publication/329125037_Agroecologia_Ambiente_y_Salud_Escudos_Verdes_Productivos_y_Pueblos_Sustentables

Pengue, W.A. (2023). Economía Ecológica, Recursos Naturales y Sistemas Alimentarios ¿Quién se Come a Quién? Orientación Gráfica Editora.  Disponible en: https://www.researchgate.net/publication/370068450_Economia_Ecologica_Recursos_Naturales_y_Sistemas_Alimentarios_Quien_se_Come_a_Quien

Pengue, W.A. (2023). Los subsidios a la agricultura del mundo desarrollado y sus impactos sobre América Latina. https://noticiasncc.com/plumas-ncc/12/20/plumas-ncc-los-subsidios-a-la-agricultura-del-mundo-desarrollado-y-sus-impactos-sobre-america-latina/

Pengue, W.A. (2024). Subsidios distorsivos en la agricultura.  https://noticiasncc.com/plumas-ncc/walter-pengue/12/31/plumas-ncc-subsidios-distorsivos-en-la-agricultura-ampliando-nuestra-mirada/

Rockstrom, J. (2025). Lo que la ciencia le dice a cada negociador en la COP30. https://www.linkedin.com/pulse/what-science-tells-every-negotiator-cop30-johan-rockstr%C3%B6m-gx1pf/

 

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Walter Alberto Pengue es Ingeniero Agrónomo, con una especialización en Mejoramiento Genético Vegetal (Fitotecnia) por la Universidad de Buenos Aires.  En la misma Universidad obtuvo su título de Magister en Políticas Ambientales y Territoriales. Su Doctorado lo hizo en la Escuela de Ingenieros Agrónomos y de Montes en la Universidad de Córdoba (España) en Agroecología, Sociología y Desarrollo Rural Sostenible.  Realizó estancias postdoctorales en las Universidades de Tromso (Noruega) y en el INBI, University of Canterbury (Nueva Zelanda).

Pengue es Profesor Titular de Economía Ecológica y Agroecología en la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS) y director del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente (GEPAMA) de la Universidad de Buenos Aires (FADU UBA).

Es fundador y ex presidente de la Sociedad Argentino Uruguaya de Economía Ecológica (ASAUEE) y fue miembro del Board Mundial de la Sociedad Internacional de Economía Ecológica (ISEE).  Es uno de los fundadores de SOCLA, la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA), de la que actualmente es responsable de su Comité de Ética. Lleva más de 30 años de estudios sobre los impactos ecológicos y socioeconómicos de la agricultura industrial, la agricultura transgénica y el sistema alimentario a nivel nacional, regional y global y su relación con los recursos naturales (suelos, agua, recursos genéticos). Experto Internacional, revisor, autor principal y coordinador de autores del IPBES (Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas) (desde 2019), TEEB (2015 a 2019) y del Resource Panel de Naciones Unidas Ambiente (2007 a 2015). Ha sido autor principal del Capítulo 16 de la Ronda 6 del IPCC (2019/2022), presentado en 2023. Es autor principal y coordinador de autores en el Proyecto Nexus IPBES, análisis temático sobre las interrelaciones entre los sistemas alimentarios, la biodiversidad, la salud, el agua y el cambio climático (2021 a 2025). Participa de la Red CLACSO sobre Agroecología Política y es tutor del Grupo de Agroecología Andina. Académico de Número de la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente y de Varias Comisiones Científicas Asesoras en Desarrollo Sustentable, Ambiente, Agricultura y Alimentación de Argentina. Profesor invitado de Universidades de América Latina, Europa, Asia, África y Oceanía. Consultor internacional sobre ambiente, agricultura y sistemas alimentarios.  Miembro del Grupo de Pensadores Fundacionales del Ambiente y el desarrollo sustentable de la CEPAL, Naciones Unidas, cuyo último libro es AMÉRICA LATINA y EL CARIBE: Una de las últimas fronteras para la vida (noviembre 2024). Pengue es investigador invitado de la Cátedra CALAS María Sybilla Merian Center de las Universidades de Guadalajara y CIAS, Center for InterAmerican Studies de la Universidad de Bielefeld (2024/2025) y del Center for Advanced Study (HIAS) de la Universidad de Hamburgo (2024/2025).

Publicaciones

Todas sus obras pueden bajarse de:  https://www.researchgate.net/profile/Walter-Pengue

Últimos libros

GLIGO, N., PENGUE, WALTER y otros (2024).  AMÉRICA LATINA y EL CARIBE: Una de las últimas fronteras para la vida. El libro (español, inglés, francés y portugués), puede bajarse de: https://www.researchgate.net/profile/Walter-Pengue

PENGUE, WALTER A. (2023). Economía Ecológica, Recursos Naturales y Sistemas Alimentarios ¿Quién se Come a Quién? – 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Orientación Gráfica Editora, 2023.354 p.; 24 x 16 cm. – (Economía ecológica / Walter Alberto Pengue ISBN 978-987-1922-51-2 – El libro puede bajarse de: https://www.researchgate.net/profile/Walter-Pengue