Eva Rodríguez.
La actividad marítima, con grandes portacontenedores que transportan el 80 % de las mercancías comercializadas a través de los océanos, pone en riesgo cada año a miles de ballenas que resultan heridas o mueren tras ser golpeadas por buques.
Un estudio dirigido por la Universidad de Washington (EE UU) ha cuantificado, por primera vez, el riesgo que suponen este tipo de colisiones entre ballenas y barcos en cuatro especies de ballenas muy extendidas geográficamente y amenazados: el rorcual azul, el rorcual común, la jorobada y el cachalote.
“Nuestro trabajo reveló que los niveles actuales de protección de las ballenas frente a los buques son bajos: menos del 7 % de las zonas de mayor riesgo contenían algún tipo de medida de gestión para reducir las colisiones. Por tanto, es necesario ampliar estos esfuerzos para proteger suficientemente a las ballenas, tanto dentro como fuera de las actuales áreas marinas protegidas”, dice Anna Nisi, investigadora del departamento de biología de la Universidad de Washington (EE UU) y coautora de la investigación que publica la revista Science.
Hasta ahora, los datos mundiales sobre colisiones entre ballenas y barcos eran difíciles de obtener. Por lo general, este tipo de accidentes solo se habían estudiado a escala local o regional. En este trabajo, los investigadores señalan que el tráfico marítimo mundial se solapa con aproximadamente el 92 % del área de distribución de estas especies de cetáceos.
Nuevas herramientas
“Las áreas marinas protegidas son una herramienta fundamental para la conservación. Pero la mayoría de ellas se crearon para proteger la vida marina frente a la pesca y no suelen incluir actualmente ninguna restricción o regulación respecto a la navegación. Incluir medidas relacionadas con el transporte marítimo sería una excelente manera de que estas zonas, con un alto nivel de riesgo de colisión entre ballenas y buques, protegieran a estas últimas en sus aguas”, enfatiza la investigadora.
El equipo internacional, en el que participaron expertos de los cinco continentes, analizó las aguas en las que viven, se alimentan y migran, reuniendo datos de fuentes dispares: gubernamentales, avistamientos por parte de ciudadanos, estudios de marcado e incluso registros de caza de ballenas. Recopilaron en total unos 435.000 avistamientos únicos de estos animales.
A continuación, combinaron esta novedosa base de datos con información sobre los recorridos de 176.000 buques de carga entre 2017 y 2022, seguidos por el sistema de identificación automática de cada buque y procesados mediante un algoritmo de Global Fishing Watch. De esta forma, identificaron dónde es más probable que se encuentren ballenas y buques.
Cómo reducir los choques
Según los investigadores, es importante comprender dónde es probable que se produzcan estas colisiones, porque algunas intervenciones son realmente sencillas de poner en marcha y pueden reducir sustancialmente el riesgo.
“Estas medidas incluyen reducciones de velocidad, tanto obligatorias como voluntarias, para los buques que cruzan aguas que se solapan con las zonas de migración o alimentación de las ballenas”, explica Nisi.
“La aplicación de medidas de gestión en solo un 2,6 % adicional de la superficie oceánica protegería todos los puntos conflictivos de mayor riesgo de colisión que identificamos”, añade Briana Abrahms, profesora de la misma universidad e investigadora del Centro de Centinelas del Ecosistema.
Otra de las acciones para disminuir el problema sería la modificación de su ruta para evitar áreas importantes para las ballenas. “Una nota positiva es que estas medidas pueden beneficiar a otras formas de vida marina, así como a las personas. Reducir la velocidad disminuye la contaminación acústica submarina, que afecta negativamente a muchas especies marinas, incluidos los cetáceos. Viajar a menor velocidad también hace que los buques emitan menos gases de efecto invernadero y contaminación atmosférica, lo que es importante tanto para el clima como para la salud humana”, destaca la científica.
Heather Welch, coautora del estudio e investigadora de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica y la Universidad de California en Santa Cruz, apunta: “A menudo, las actividades industriales deben limitarse mucho para alcanzar los objetivos de conservación, o viceversa. En este caso, hay un beneficio grande a un bajo coste para la industria naviera”.
Áreas de riesgo más alto
Las zonas de mayor impacto para las cuatro especies incluidas en el estudio se extienden principalmente por las zonas costeras del Mediterráneo, algunas partes de América, el sur de África y algunas zonas de Asia.
“Las colisiones con barcos son una amenaza clave tanto para los rorcuales comunes como para los cachalotes en el Mediterráneo. En esta región hay un gran tráfico de muchos tipos de embarcaciones: cargueros, transbordadores, cruceros y barcos más pequeños. El transporte marítimo es sin duda uno de los principales factores de riesgo, ya que hay muchos puertos y un gran volumen de comercio pasa por esta región”, señala Nisi.
En algunas de estas regiones identificadas ya es conocida la problemática de alto riesgo como en la costa norteamericana del Pacífico, Panamá, el mar Arábigo, Sri Lanka, el Mediterráneo o las Islas Canarias. Pero también identificó regiones poco estudiadas: como el sur de África; Sudamérica, a lo largo de las costas de Brasil, Chile, Perú y Ecuador; las Azores; y Asia oriental, frente a las costas de China, Japón y Corea del Sur.
“Nuestro análisis identificó puntos calientes de riesgo de colisión ballena-barco en todos los océanos excepto en el Océano Antártico”, asegura Nisi.
En el caso de las cuatro especies, la inmensa mayoría de los puntos críticos de colisión (más del 95 %) se encontraban en la costa, dentro de la zona económica exclusiva de cada país. Esto significa que cada uno de ellos podría aplicar sus propias medidas de protección en coordinación con la Organización Marítima Internacional de la ONU.
Medidas ya existentes
El equipo descubrió que las medidas obligatorias para reducir las colisiones entre son muy escasas, superponiéndose solo en el 0,54 % de los puntos calientes de ballena azul y al 0,27 % de los de ballena jorobada, y no superponiéndose a ningún punto caliente de rorcual común o cachalote. Además, la mayoría se encuentran a lo largo de la costa del Pacífico de Norteamérica y en el mar Mediterráneo.
Los autores esperan que este trabajo global sirva de punto de partida para que se lleve a cabo más investigación local o regional que cartografíe con más detalle las zonas críticas.
«Proteger a las ballenas es un enorme reto mundial. Hemos visto los beneficios de frenar la velocidad de los buques a escala local mediante programas como Blue Whales Blue Skies (BWBS) en California”, asegura Jono Wilson, director de ciencias oceánicas de la sección californiana de The Nature Conservancy, que identificó la necesidad de este estudio y aseguró su financiación
BWBS es un programa voluntario de reducción de la velocidad de los buques en California, basado en incentivos. La iniciativa hace un seguimiento de la cooperación de los buques en las zonas de ralentización de varios Santuarios Marinos Nacionales de California, y calcula los beneficios en riesgo de colisión entre ballenas y buques, emisiones, contaminación atmosférica y reducción del ruido submarino que se derivan de que los buques participantes viajen más despacio.
“Las compañías navieras que participan en el programa BWBS obtienen distintos niveles de certificación en función de su grado de reducción de la velocidad”, explica la investigadora.
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