Barcelona, España.
Un estudio internacional liderado por el Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales de la Universidad Autónoma de Barcelona defiende que, si se gestiona de manera sostenible con anticipación, la pesca podría paliar situaciones de escasez alimentaria incluso tras un conflicto nuclear.
Durante el último medio siglo, el sistema mundial de producción de alimentos ha abastecido de manera estable a la población humana en rápido crecimiento. Pero eventos impredecibles como una guerra o erupciones volcánicas podrían interrumpir rápidamente la producción de alimentos y dejar vacíos los estantes de las tiendas de comestibles.
Un estudio internacional coliderado por el Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales de la Universidad Autónoma de Barcelona (ICTA-UAB) y publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), proporciona las primeras estimaciones sobre cuál sería la situación de la pesca oceánica mundial después de un conflicto nuclear.
Los investigadores aseguran que, aunque la pesca no podría compensar la gran pérdida de producción agrícola en tierra, sí tendría el potencial de amortiguar la situación, pero solo si las pesquerías se encontrasen en un estado saludable antes de que la crisis alimentaria tuviera lugar.
«Las simulaciones de modelos climáticos han demostrado que el polvo, producido por los incendios en una guerra nuclear, reduciría la producción agrícola mundial», explica la coautora principal Cheryl Harrison, profesora de la Universidad de Texas Rio Grande Valley. «Aquí mostramos que las poblaciones mundiales de peces también sufren un crecimiento reducido en estas condiciones, ya que los océanos se vuelven más fríos y oscuros», añade. Estiman que una guerra nuclear podría reducir hasta en un 30% la cantidad de productos del mar capturados por los barcos pesqueros en todo el mundo
Kim Scherrer, coautora principal e investigadora del ICTA-UAB, apunta: “La parte positiva de nuestros resultados es que muestran los beneficios que se podrían obtener si dispusiéramos de pesquerías saludables antes de que una hipotética guerra nuclear tuviera lugar. Si los peces fueran abundantes como consecuencia de unas medidas contundentes y eficaces que evitasen la sobrepesca, los océanos podrían proporcionar un enorme suministro de alimentos de emergencia durante unos años”, indica.
“Si las regulaciones son demasiado débiles para proteger las poblaciones de peces antes de una hipotética situación extrema, como una guerra, no se podría aliviar el impacto”, explica Scherrer.
Modelos informáticos de última generación
Los resultados se basan en modelos informáticos de última generación que simulan cómo los efectos de una posible guerra nuclear se filtran a través del sistema terrestre. Un modelo oceánico global predice cambios en la temperatura del océano, las corrientes y la luz solar disponible, lo que determina la cantidad de alimento disponible para permitir el crecimiento de los peces. Por tanto, simula la respuesta de las flotas pesqueras del mundo tanto al cambio en el crecimiento de los peces como a los cambios en la demanda de pescado.
“Si las regulaciones son demasiado débiles para proteger las poblaciones de peces antes de una hipotética situación extrema, como una guerra, no se podría aliviar el impacto”, explica Scherrer. “No importaría cuán alto está el precio del pescado, porque simplemente no habría más pescado que capturar. Sin embargo, si las poblaciones de peces son abundantes, esto podría servir como reserva de alimento”. Calculan que la pesca podría reemplazar alrededor del 40% del resto de proteínas animales durante uno o dos años.
Para Ryan Heneghan, del ICTA-UAB “es más, debido a que en la actualidad muchas pesquerías están sobreexplotadas, la acumulación de poblaciones de peces podría tener lugar sin reducir las capturas previas a la guerra. Es una situación beneficiosa por partida doble», explica el coautor.
Este trabajo cuenta además con la participación de científicos de la Universidad McGill (Canadá), la Universidad de Colorado Boulder, Universidad de Texas Rio Grande Valley, el U.S. National Center for Atmospheric Research y la Universidad Rutgers (EE UU).
Por: SINC.
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