Marsella. 

En las profundidades, en el estómago de las tortugas, en las playas: el plástico está por todos lados en el Mediterráneo, el mar más contaminado del mundo. Y aunque las operaciones de limpieza se multipliquen, solo una reducción drástica de los residuos puede frenar la catástrofe.

En el cañón submarino de Mónaco, un equipo científico internacional descubrió un verdadero vertedero submarino a más de dos kilómetros de profundidad. El cual   incluye bidones, vasos o un yogur de una marca francesa desaparecida hace veinte años.

«Un 95% de los residuos plásticos en el agua terminan en los abismos. Cuando se encuentran con esta basura, los pilotos de los submarinos saben que han llegado al fondo», explica  uno de los científicos, François Galgani, especialista de plásticos en el Instituto Francés de Investigación de Explotación del Mar (Ifremer).

Primer destino turístico del mundo y con un cuarto del tráfico marítimo internacional, el Mediterráneo está sometido a una intensa presión humana. Entre el 5 y el 10% del plástico mundial se encuentra en este mar semicerrado, que llega a un nivel de saturación, alerta el Fondo Mundial para la Naturaleza WWF.

Según la Unesco, el plástico provoca cada año la muerte de un millón de pájaros y de más de 100.000 mamíferos marinos en el mundo. «No tenemos elección, hay que cerrar el grifo», dice François-Michel Lambert, presidente del Instituto de Economía Circular.

Desde Tel Aviv a Barcelona abundan las operaciones de recogida de basura, convirtiéndola en cestos, joyas u otros objetos de consumo.

Pero el esfuerzo es insuficiente, según Lucie Courtial, de la asociación monegasca Plastic Med. Y además, las expediciones en barco pueden «desplazar al problema» por sus altas emisiones de carbono.

De macroplásticos a nanoplásticos 

La recogida en las playas «puede tener sentido antes de que el plástico se disperse en el mar», dice la científica. Aunque incluso así, estas operaciones sirven sobre todo para «alertar al gran público».

En el mar, algunas iniciativas reciben apoyo científico, como el buque Ekkopol, una empresa francesa que alquila sus servicios a las autoridades públicas locales.

En zonas fuertemente contaminadas, dicha embarcación puede tratar hasta 1.000 metros cúbicos de agua por hora, capturando los residuos y los hidrocarburos con un filtro.

En la bahía de Saint-Florent, en la isla francesa de Córcega, Eric Dupont, su cofundador, enseña una botella triturada, una muestra de estos «residuos muy degradados que generalmente terminan enterrados o incinerados».

Por «cada macroplástico recuperado, son decenas de miles de microplásticos menos«, asegura mientras muestra un trozo de una espuma expansiva muy usada en la construcción.

«Se degrada en polvo y es muy tóxica, en particular para el fitoplancton«, explica.

«El plástico representa una amenaza física, biológica y química para la fauna y la flora y permanece durante mucho tiempo en el medioambiente, lo que lo hace más nocivo y perjudicial que otros materiales en el mar«, insiste Lucie Courtial.

El plástico es dañino como material donde se fijan otros contaminantes como los hidrocarburos, pero también por sus propias sustancias químicas, sobre todo cuando se degradan en micro o nanoplásticos de una talla inferior a la milésima de milímetro, «suficientemente pequeños para traspasar los tejidos», dice Galgani.

En ese momento «ya no hay marcha atrás, porque una vez en el ecosistema no se pueden recuperar», alerta.

«Balsas» para virus 

De acuerdo con los primeros estudios, algunas especies son especialmente vulnerables: un 80% de las tortugas ingieren bolsas de plástico, las ramas de las gorgonias (una especie de coral) quedan seccionadas por hilos de pesca a la deriva o los mictófidos se tragan los microplásticos en la superficie.

El plástico está tan presente en el Mediterráneo que en algunas partes ya se ha integrado en el ecosistema: las especies de «neuston«, un conjunto de organismos invisibles que viven en la superficie del agua, lo usan como espacios flotantes para reproducirse.

«Su impacto es complicado de cuantificar. Es ingerido por la fauna y el suelo, pero también favorece la multiplicación de una fauna microbacteriana«, dice Lucie Courtial.

«Alrededor de 24 trillones de microplásticos flotan en la superficie de los océanos, de un continente a otro«, señala François Galgani. Y estas «balsas de plástico», que transportan virus a través de las corrientes, representan «un riesgo de desestabilizar los ecosistemas«.

«Es bastante peligroso, también para la salud humana«, afirma.

Ante la estimación de que un 80% del plástico en el mar procede de los continentes, ecologistas y científicos militan por una gestión de los residuos en tierra, más eficaz y menos costosa que la recogida en mar.

Pero el problema es que a orillas del Mediterráneo no existe una gestión homogénea de residuos. En los países más pobres, «los vertederos a cielo abierto son todavía lo normal», lamenta Lucie Courtial.

 «Un mundo sin plástico» 

La consultoría medioambiental británica SystemIQ estima que para revertir la tendencia hay que llegar a un 85-90% de plástico reciclado en 2050, contra el 35% actual en Europa.

Pero incluso si terminan en el contenedor apropiado, Lucie Courtial recuerda que «con los residuos plásticos, no hay reciclaje, sino +deciclaje+: una botella de leche puede convertirse en un tubo, por ejemplo, pero tenemos que reinyectar materia prima».

Jean-Yves Daclin, director general en Francia de la asociación de industriales Plastics Europe, señala que existen «nuevas tecnologías de reciclaje químico, que permitirán reciclar productos que hoy no se pueden reciclar» o incluso «fabricar plástico a partir de carbono capturado en la producción industrial«.

Sin embargo, hay que vigilar ante «los mensajes de la tecnología salvadora», advierte Maité Abos, directora de Plastic Odyssey. «No podemos ignorar la reflexión de cómo hacerlo sin plástico», dice.

Es un «material fantástico, muy sólido y duradero, pero que empleamos para un solo uso y muy contaminante», explica.

En el Mediterráneo, son los plásticos de un solo uso, con los embalajes de alimentos en cabeza, que constituyen la mayoría de los residuos.

Para François-Michel Lambert, que presionó como diputado en Francia por la prohibición de las bolsas de plástico y la vajilla desechable, «imaginar un mundo sin plástico es tan difícil como imaginar el fin del mundo«.