Por María Luisa Santillán

 

 

En 1976 se fundó el Laboratorio de Paleoetnobotánica en el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, cuando su director era el doctor Jaime Litvak (1933-2006), destacado arqueólogo mexicano, quien impulsó la creación de distintos laboratorios con la visión del trabajo interdisciplinario.

En sus inicios, el laboratorio se ubicó en la Torre 1 de Humanidades, posteriormente en el antiguo edificio del Instituto de Geología de la UNAM, hasta que en 1985 se trasladó al sitio en el que actualmente se ubica, en Ciudad Universitaria.

Originalmente sólo se llamó Laboratorio de Paleoetnobotánica, pues estudiaban cómo los restos de plantas obtenidos en contextos arqueológicos contribuyen a entender cuál fue su relación con las sociedades pasadas, objetivo de esta disciplina. Sin embargo, desde hace dos décadas su nombre cambió a Laboratorio de Paleoetnobotánica y Paleoambiente, para destacar que hoy también estudian cómo las prácticas agrícolas de esas épocas cambiaron la vegetación y el paisaje en ese momento.

“Empezamos a ver que estábamos trabajando cada vez más no solamente con el uso de plantas por los humanos sino sus prácticas agrícolas, su manipulación de la vegetación de las zonas en donde vivían, y en estudios paleoambientales”, explica la doctora Emily McClung de Tapia, jefa del laboratorio de paleoetnobotánica.

En la actualidad, este laboratorio de paleoetnobotánica lo integran dos antropólogas la doctora Emily McClung de Tapia y la maestra Diana Martínez Yrízar, y dos biólogos, el maestro Emilio Ibarra Morales y la maestra Carmen Cristina Adriano Morán.

 

Estudiar los restos de la paleoetnobotánica

 

En este espacio de investigación antropológica analizan la relación de los humanos y las plantas en el pasado mediante dos tipos de muestras: microrrestos (polen, gránulos de almidón y fitolitos) y macrorestos (semillas, tallos, hojas, fibras, frutos y madera). Para ambos tipos de muestras existen protocolos enfocados en evitar su contaminación.

Para estudiar los microrrestos, se utilizan técnicas de extracción química que consisten en la utilización de reactivos para separar la materia mineral de la orgánica.

En el artículo “Los orígenes prehispánicos de una tradición alimentaria en la cuenca de México”, los académicos o investigadores McClung, Martínez Yrízar, Ibarra Morales y Adriano Morán explican que para “los microrrestos, la conservación en los sedimentos y suelos depende de los procesos de formación, de la acidez o alcalinidad de los mismos y en gran medida de si el sustrato es adecuado para su preservación, como, por ejemplo, los fondos de antiguos lagos”.

Por su parte, los restos macroscópicos se pueden conservar de cuatro formas: carbonizados, desecados, mineralizados y saturados en agua. La maestra Diana Martínez Yrízar explica que recuperar y estudiar los macro restos “es muy sencillo porque consiste poner en agua la muestra de tierra con silicato de sodio que hace que el agua sea un poquito más densa para que la matriz orgánica flote y la matriz mineral se precipite, se recupera y se revisa en el microscopio”.

Después de analizar las muestras al microscopio, se hace un listado de los hallazgos en cada una de ellas. La investigadora detalla que algunas veces sí es posible definir familia, género y especie, lo cual depende de la conservación de los materiales arqueológicos.

 

Trabajo paleoambiental

 

Otro de los objetivos de este laboratorio es realizar estudios paleoambientales, ya que algunos macro y micro restos se localizan en sedimentos o en suelos, lo cual permite estudiar la historia de la región. Esto lo hacen en conjunto con investigadores del Instituto de Geología de la UNAM quienes previamente han caracterizado los diferentes tipos de suelo y sedimentos en áreas de interés arqueológico.

Para hacer estudios paleoambientales en el Laboratorio de Pealeoetnobotánica y Paleoambiente analizan el polen y los fitolitos (cristales de sílice que se quedan en los espacios intercelulares de la planta) encontrados en sedimentos y suelo. Esto, más una datación por radiocarbono, les permitiría saber cómo pudo haber sido la vegetación en diferentes épocas.

“Finalmente se hace un análisis global de todo y se trata de determinar cuáles son realmente suelos y cuáles son sedimentos; los suelos se forman en un lugar y los sedimentos se redepositan encima. Cuando hay periodos de mucha estabilidad ambiental se forman nuevos suelos a partir de lo que está debajo, pero si hay erosión o épocas de perturbación, por ejemplo, como la construcción de terrazas agrícolas, se depositan sedimentos”, explica la doctora McClung.

Agrega que como parte de su labor también se estudian isótopos estables de carbono de cada uno de los estratos del suelo. Los isótopos brindan información sobre cuál fue la vegetación en las diferentes épocas, de qué tipo hubo o sí estaba más relacionada con características secas o húmedas. “Esta información en su conjunto nos permite plantear una hipótesis sobre lo que estaba pasando en diferentes momentos”.

 

Materiales de Teotihuacán

 

En los inicios del laboratorio la doctora Emily McClung estudió macrorestos procedentes de varias excavaciones en Teotihuacán, plantas carbonizadas encontradas en unidades habitacionales y en áreas ceremoniales de la zona. Esos primeros trabajos le permitieron emplear la técnica de flotación e incluso se pudo definir de las plantas que se habían conservado cuáles habían sido utilizadas con fines alimentarios.

La técnica de flotación fue descrita por el arqueólogo norteamericano Stuart Struever en 1968. “Él difundió la idea de que ya se podían recuperar restos de plantas de sedimentos arqueológicos, no necesitaba uno depender de cuevas secas y vasijas o bolsitas de piel de cazadores recolectores que andaban dejando cosas en los abrigos rocosos, sino se podía flotar la tierra de los pisos, de áreas de tierra”.

Narra que en ese momento no había mucho trabajo sobre el análisis de plantas en esta zona y como la técnica de flotación era muy reciente nadie sabía cómo hacerla o qué resultados se podían esperar.

Este proyecto duró varios años, durante los cuales se pudo manejar y estudiar los restos macrobotánicos de las principales excavaciones dentro de las estructuras monumentales de Teotihuacán.

Además, han trabajado en lugares como Xaltocan, sobre este sitio la doctora McClung explica: “tuvimos una oportunidad de ver una serie de adaptaciones a las condiciones lacustres, porque se encontraban chinampas en Xaltocan, en épocas más tempranas que las chinampas que se conocen en Xochimilco; eso era llamativo, porque realmente no se conocía la extensión de adaptaciones lacustres para la agricultura que había en la Cuenca de México”.

 

Otros estudios

 

En Teotihuacán también se recuperaron semillas de chía, en donde definieron que su uso era ritual y estaba asociado a ofrendas. Otra área de estudio fue San Gregorio Atlapulco, en la Ciudad de México, en donde se encontraron restos microscópicos de almidón. También colaboran en un proyecto en la cueva La Escondida, en Tamaulipas, en donde identificaron materiales botánicos como el agave.

“Mucho de nuestro trabajo ha sido en la línea de recordarle a la gente sobre sus tradiciones alimentarias, la parte simbólica de las plantas, su presencia en contextos funerarios, en áreas de actividad de preparación de alimentos, entonces es evidente que tuvieron un papel muy importante”, concluye la doctora McClung.