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La miel de pino de Turquía en peligro tras los incendios

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ÇökekTurquía.

El apicultor Mustafa Alti y su hijo Fehmi producían una de las mieles de pino más apreciadas del mundo hasta que el pasado verano las llamas arrasaron los bosques de la costa turca y, con ellos, su modo de vida.

Ahora, los Alti y numerosos apicultores de la región de Mugla (suroeste), a orillas del mar Egeo, buscan desesperadamente un sustento y se preguntan cuántas décadas tardarán en recuperar todo lo perdido.

«Cuando los bosques queman, son nuestros ingresos los que se esfuman con el humo», dice Fehmi ante unas colmenas en la ladera de una montaña devorada por el fuego en el pueblo de Çökek.

«Trabajo al lado talando árboles. Así tiramos adelante», dice el hombre de unos 40 años.

Casi 200.000 hectáreas de bosque quemaron este año en Turquía -más de cinco veces la media anual-, reduciendo a cenizas franjas enteras de las verdes y turísticas costas del país.

Esa catástrofe y unas inundaciones posteriores en el norte del país colocaron el cambio climático, que ya figuraba entre las preocupaciones de los jóvenes turcos, como una cuestión candente a dos años de las elecciones presidenciales.

Señal de un giro político, el Parlamento turco ratificó esta semana el Acuerdo de París sobre el clima, cinco años después de su firma.

Pero el daño ya está hecho en Mugla, de donde procede el 80% de la miel de pino de Turquía que, a su vez, es de largo el primer productor mundial.

Un delicado equilibrio ecológico

Los apicultores de la región, que ya tenían que lidiar con la sequía, han visto como los incendios han roto el delicado equilibrio entre abejas, árboles y pequeños insectos, esencial para la producción.

Para fabricar la miel, las abejas recogen las secreciones azucaradas de la Marchalina hellenica, un pequeño insecto de la familia de las cochinillas que se nutre de la savia de los pinos.

Fehmi confía en que estos bichos se adapten a los jóvenes árboles tras los incendios. Pero «harán falta al menos cinco o diez años para volver a los ingresos de antes».

Su padre Mustafa asiente y pide al gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan replantar más árboles en la zona de los que había antes del desastre.

Turquía produce un 92% de la miel de pino mundial y los incendios ponen en jaque las reservas de este néctar ámbar.

«No podemos arreglar una casa quemada. ¿Podemos arreglar los muertos? Tampoco. Pero crecerán nuevos árboles, una nueva generación», dice Mustafa.

Por ahora, los apicultores se limitan a contar sus pérdidas.

El presidente de la asociación de apicultores de Mugla, Veli Turk, espera que la producción de miel caiga un 95% este año.

«Ya casi no queda miel de Marmaris», el puerto más cercano, afirma.

«Aquí ya no habrá más miel de esta durante sesenta años», predice. «Esta miel salía hacia todo el mundo. Era una bendición, es realmente una pérdida inmensa», añade.

Escasez y aumento de precio

Otro apicultor, Yasar Karayigit, piensa en producir otros tipos de miel para continuar viviendo de su pasión.

«Tendré que encontrar alternativas» como la jalea real o la miel de girasol, indica este cuarentón, padre de tres hijos.

«Es lo que tenemos que hacer si amamos las abejas», afirma.

Según Ismail Atici, presidente de la Cámara de Agricultura del distrito de Milas en Mugla, el precio de la miel de pino se ha duplicado respecto al año anterior.

Su coste es inasequible para muchos turcos, que suelen servirla en la mesa durante el desayuno. Y la previsión es que siga subiendo a medida que vayan disminuyendo las existencias.

«Llegará un momento en el que, incluso si tenéis dinero, no podréis comprarlo», dice Aitic.

Para prepararse mejor para el futuro, el presidente de la Asociación de Apicultores de Turquía, Ziya Sahin, sugiere introducir la Marchalina hellenica en nuevos bosques de pinos en la región.

«Si durante dos años introducimos este insecto zona a zona, puede que lleguemos a conservar la posición dominante de la región» en la producción de miel, dice Sahin.

Si no, la caída de la producción será muy grande «y no queremos eso», añade este apicultor, para quien 2021 vivió fue el «peor» de sus cincuenta años de carrera.

Pese al dolor y a la dificultad de vislumbrar un futuro, Fehmi Alti no se resigna.

«Es el oficio de mi padre. Y por ser un oficio que transmitimos de generación en generación, tenemos que continuar», afirma.

Por: por Raziye Akkoc / AFP.

Noticiero Científico y Cultural Iberoamericano – Noticias NCC
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