Buenos Aires, Argentina.
Apasionada por el cielo y sus fenómenos, Jorgelina Álvarez o «Astrolina”, así conocida por sus fotografías paisajísticas de los cielos nocturnos, es una pionera de la astrofotografía en la Antártida. Allí, durante un año y mientras trabajaba como meteoróloga, desafió constantemente las bajísimas temperaturas y fortísimos vientos en su afán por capturar con su cámara el imponente firmamento austral.
La observación del cielo la deslumbró desde muy pequeña. Nacida en una diminuta localidad de la provincia de Buenos Aires, a 200 km de la capital argentina, todas las noches Jorgelina orientaba su mirada hacia los límpidos o tormentosos cielos de la llanura pampeana.
«Desde el patio de mi casa siempre me paraba a mirar, a observar el cielo, de día también las tormentas, su evolución», comenta Álvarez.
“Todas las noches veía puntitos que se movían, que ahora sé que son satélites, cosas que brillaban, que ahora sé que son meteoros o estrellas fugaces, y eso me llevó a querer saber más”, recuerda.
Ya de adulta, graduada de meteoróloga y viviendo en Buenos Aires -una ciudad cuya contaminación lumínica impide la observación del firmamento-; Jorgelina anhelaba retomar ese vínculo con los astros.
Así fue como se unió a una asociación que organizaba salidas observacionales de los cielos nocturnos. Bastó asistir a una para que reviviera ese entusiasmo que la había acompañado desde la infancia.
«Ahí entendí que realmente me gustaba la astronomía (…) fue un antes y un después para mí, porque dije yo quiero empezar a fotografiar esto», afirma.
Antártida: los días
En 2016 Jorgelina trabajaba en el Servicio Meteorológico Nacional. Por sugerencia de un colega y amigo, que había sido parte de la campaña antártica años atrás, Álvarez se planteó presentarse a la convocatoria 2017. Una experiencia que la llevaría a vivir durante un año en una de las bases argentinas del continente blanco.
«Lo hablé con mi familia y me apoyaron porque sabían que era mi oportunidad para hacer todo lo que me gusta, desde la meteorología hasta la astronomía, la fotografía, todo en el mismo combo», asegura.
Así, en noviembre de 2017 arribó al continente austral junto a otros 40 compañeros, la mayoría de ellos militares.
En esos primeros meses, Álvarez dedicó su tiempo al aprendizaje: «si bien yo ya tenía experiencia, me sentí como un libro en blanco. Tenía que aprender todo de vuelta porque allá es todo más extremo, los fenómenos son muy diferentes a los que se viven acá«, remarca.
Pero no todo fue trabajo en el verano austral y Jorgelina pudo darse el gusto de fotografiar una superluna y observar un eclipse parcial de sol: «Así fue como empecé a dimensionar que estaba en la Antártida, fotografiando y trabajando de lo que me gustaba», señala.
Antártida: las noches
«Con el correr del tiempo llegaron las noches, ahí sí sentí la emoción de ver por primera vez la Vía Láctea en la Antártida», comenta.
A pesar de tener que cumplir con turnos rotativos de ocho horas, siempre que las condiciones meteorológicas se lo permitían Jorgelina encontraba un momento para salir a fotografiar: «Lo bueno es que al ir con el servicio meteorológico todos tus compañeros te ayudan a decidir si salir o no esa noche», explica jocosa.
Sin embargo, en la Antártida un paseo por el exterior requiere de un protocolo que implica salir acompañado, cargando ropa que pesa ocho kilos y munido de una radio para contactar con la oficina de comunicaciones «por si uno no vuelve y tienen que ir a buscarlo».
«Al principio, cuando dije que hacía astrofotografía me miraron raro. En las primeras noches que tuvimos en marzo, me acompañaban una o dos personas”, recuerda.
Pero eso cambiaría pronto, cuando el jefe de la base Marambio pidió a Jorgelina que tomara la tradicional fotografía anual de grupo, pero con las estrellas de fondo.
«Esa foto, el jefe de base la quería con la mirada de ‘Astrolina’, fue una satisfacción enorme», manifiesta Álvarez emocionada.
Esa fue la primera noche en que toda la gente vio las estrellas: «A partir de ahí empezaron a entender eso que yo contaba, fue un antes y después (…) terminamos siendo como quince en las salidas», comenta Jorgelina.
En sus excursiones, la astrofotógrafa observó fenómenos que nunca había visto antes: nubes noctilucentes (compuestas de cristales de hielo); lenticulares (con forma de lente convergente); o estratosféricas polares, producto de la destrucción de ozono y solo visibles en la Antártida o el Ártico.
Con respecto a las temperaturas, Jorgelina debió afrontar 41 grados bajo cero: «Esa noche nosotros y el equipo (cámara y trípode) estábamos congelados», afirma contundente.
«Ese año para mí fue muy fructífero porque fue como una terapia, puse mi energía en la astrofotografía», agrega.
«Cada vez que lo cuento vuelve el recuerdo y me emociono, porque no todo fue color de rosa, pero eso también es bueno porque fue como un viaje introspectivo, fue como aprender mucho de mí«, explica.
Pandemia, astrofotografía y divulgación
«La Antártida fue un antes y un después en mi carrera de astrofotografía”, remarca Jorgelina.
«El año pasado me decidí y dije, voy a seguir mi instinto y mi pasión cien por ciento, y me estoy dedicando a la astrofotografía, soy una emprendedora de la astrofotografía”, expresa.
En 2020, como consecuencia de la pandemia, Álvarez debió ofrecer la versión de sus cursos online, en los que no solo habla sobre astrofotografía paisajística, sino que divulga sus conocimientos sobre astronomía.
«Tengo alumnos de la Antártida, que están en la base Esperanza, España, Perú, Chile y Argentina. Hay que aprovechar este momento para conectarnos, al menos de forma remota con un montón de personas de todo el mundo», enfatiza.
Mientras espera poder volver a las montañas o los campos lejanos, «Astrolina» sale a la carga por los alrededores de su ciudad natal para fotografiar el paisaje del «maravilloso llano» que la rodea, cuando las condiciones meteorológicas y de posición astronómica lo permiten.
Con respecto a la Antártida afirma: «Todavía no sé cómo, pero sí sé que voy a volver».
Por: Julieta Barrera, EFE
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