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El calor amenaza los mejillones del Mediterráneo español

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Deltebre, España. 

 

«Aquí no queda nada», lamenta el acuicultor Javier Franch mientras sacude la pesada cuerda de mejillones que acaba de sacar a la superficie. Están todos muertos. Las aguas del Delta del Ebro, en el noreste de España, rondan los 30 grados y quien no ha extraído sus moluscos a tiempo los ha perdido.

Pero eso no es lo peor: la mayoría de crías para el próximo año tampoco han resistido a una de las olas de calor marinas más intensas en el Mediterráneo español.

«Las altas temperaturas nos han acortado la temporada», lamenta Franch, quien, a sus 46 años, lleva casi 30 trabajando en la empresa que inició su padre y calcula que este año ha perdido el 25% de su producción.

El sol calienta sin tregua la mezcla de agua dulce y salada de este delicado humedal situado en la costa catalana, donde el río Ebro desemboca en el Mediterráneo.

En esta tórrida mañana de verano en Deltebre, uno de los municipios del Delta, las bateas – las largas estructuras de madera de las que cuelgan las múltiples cuerdas donde pueden crecer hasta 20 kilos de mejillones en cada una – deberían estar llenas de operarios apurando la temporada comercial.

Pero apenas hay movimiento.

«No solo [perdimos] la producción que quedaba, que no era mucha porque nosotros ya trabajamos para avanzarnos (…) El problema es el año que viene, que nos hemos quedado sin cría y tendremos un sobrecosto bastante fuerte», explica Carles Fernández, asesor de la Federación de Productores de Moluscos del Delta del Ebro (Fepromodel).

Perdidas millonarias 

El calor ha arrasado 150 toneladas de mejillón comercial y 1.000 toneladas de cría, según las primeras estimaciones de los productores, que calculan que perderán más de un millón de euros, ya que ahora tendrán que comprar en Italia o Grecia los pequeños moluscos para hacerlos crecer.

«Cuando pasa una semana con el agua a más de 28 grados puede haber mortalidad, pero este verano ha sido casi un mes y medio«, con picos de casi 31 grados, resalta el gerente de Fepromodel, Gerardo Bonet.

En condiciones normales, las dos bahías del Delta generan unas 3.500 toneladas de mejillones y 800 de ostra, lo que sitúa a Cataluña como la segunda región productora de España, aunque muy por detrás de Galicia (noroeste).

Hace años que la recogida se adelanta aquí, acortando una campaña que antes iba de abril a agosto.

Mediterráneo tropical 

Asediado por la erosión y la falta de sedimentos que lo están hundiendo en el mar, el rico ecosistema del Delta del Ebro, reserva de la biosfera y una de las zonas húmedas más importantes del Mediterráneo occidental, es especialmente vulnerable ante el cambio climático.

Y este verano extremo en el que España ha pasado 42 días en situación de ola de calor – un récord que triplica el promedio de la última década, según la Agencia Estatal de Meteorología – ha dejado sus huellas también debajo del agua.

Aquellas poblaciones que no soporten estas elevadas temperaturas «van a sufrir lo que nosotros llamamos mortalidades masivas», explica Emma Cebrián, bióloga marina del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

«Imagínate un bosque, es como si el 80% o 60% de los árboles muere, con el impacto que esto tiene en la biodiversidad asociada», agrega.

La sucesión de olas de calor en la superficie ha generado otra en el mar que, a la espera de analizar todos los datos en noviembre, puede ser «la más fuerte» en esta zona del Mediterráneo desde que comenzaron los registros en los años 80, adelanta.

En su conjunto, el Mediterráneo occidental ha sufrido este verano una ola de calor marina con temperaturas «excepcionales», unos cuatro o cinco grados por encima de las habituales, según la asociación de institutos especializados en oceanografía Mercator Océan International.

Cebrián compara estas olas cada vez más extremas con las consecuencias de los grandes fuegos en superficie: «Uno puede tener impacto, pero el incendio recurrente probablemente no va a dejar que las poblaciones afectadas sean capaces de recuperarse».

A Javier Franch se le agolpan los ejemplos de esta «tropicalización» del Mediterráneo, mientras desliza su barca entre las bateas vacías, en una bahía sin una brizna de viento.

Adaptarse a las «olas de calor» 

«En los últimos diez años he visto un incremento, me atrevería a decir, del 50%», afirma sobre la recurrencia de las olas de calor.

Por ello está valorando aumentar su producción de ostras – más resistentes a las altas temperaturas, pero que solo representan un 10% de su actividad ahora – para tratar de asegurarse un futuro que no ve claro para las 800 personas que trabajan de forma directa o indirecta para el sector en el Delta.

«Amenazado está, porque el cambio climático es una realidad y esto que estamos viviendo ahora se va a repetir«, admite preocupado.

Por: Rosa SULLEIRO.

Noticiero Científico y Cultural Iberoamericano – Noticias NCC
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