En medio de la selva amazónica brasileña, donde la luz tiene que hacer maromas para colarse entre los árboles, Brasil levanta una gigantesca estructura a cielo abierto que ayudará a descubrir con antelación cómo será el futuro del bioma con la crisis climática.

Ubicado a unos 80 kilómetros de Manaos, la capital del estado de Amazonas, el proyecto Amazonface permitirá prever la capacidad de la selva para absorber dióxido de carbono (CO2) en la medida que ese gas aumente en la atmósfera, el impacto que la elevación de sus emisiones tendrá en la ecología y el funcionamiento de la Amazonía y sus implicaciones socioconómicas.

Considerado el más grande de su tipo en una selva tropical, el programa fue conocido este martes por el ministro británico de Asuntos Exteriores, James Cleverly, quien se encuentra de visita oficial en Brasil, ya que Reino Unido es uno de los financiadores de la iniciativa.

¿Cómo funciona?

El proyecto utilizará la tecnología de enriquecimiento de CO2 al aire libre (FACE, por sus siglas en inglés), la cual eleva la concentración del gas en un área específica y permite medir la respuesta del crecimiento de las plantas en esas condiciones.

El experimento probará la existencia, magnitud y duración del efecto de fertilización del CO2 atmosférico en la selva tropical.

En un escenario positivo eso puede representar que la vegetación de la selva se fortalezca o que crezca más, pero si el impacto resulta negativo, la absorción del gas en una escala mayor a la actual, como se espera que sucederá en los próximos años por el calentamiento global, puede reducir el agua en las plantas y por ende habrá menos lluvias.

«La Amazonía es como si fuera un radiador del planeta controlando el clima global. Dependiendo lo que suceda aquí, otras partes del planeta terminan siendo afectadas, principalmente en Sudamérica, al sur de Brasil, en Uruguay y Argentina, porque nosotros exportamos lluvia hacia allá» señaló David Lapola, investigador de la Universidad de Campinas (Unicamp) y uno de los coordinadores del programa.

Una gigantesca estructura

La estructura completa tendrá seis anillos, cada uno compuesto por 16 torres de aluminio de 35 metros de altura (el equivalente a un edificio de unos 12 pisos).

Cada anillo será soportado por una grúa de 50 metros para mantenimiento, observación y contará también con una infraestructura de tanques de CO2 y sistemas de tuberías y control.

Ya el sistema de monitoreo, que funciona con energía solar, captura datos sobre radiación, humedad, precipitación y CO2.

Los dos primeros anillos deben empezar a funcionar hacia finales de año. Y la estructura total debe estar concluida hacia mediados de 2024.

El experimento no es nocivo para la fauna y flora del bioma, ya que la concentración del gas es comparativamente más baja.

«Si usted toma un volumen de aire aquí, menos del 1 % es CO2. Ese gas comienza a ser un problema cuando está encima del 10 %, o 12 %, aseguró el experto.

Su sistema de control, además, utiliza la dirección del viento para asegurar que se libere CO2 solamente en el sitio del experimento.

Un trabajo en equipo

AmazonFACE es un programa de investigación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de Brasil, coordinado por el Instituto Nacional de Investigación de la Amazonía y por la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp) y cuenta con apoyo del Gobierno británico.

El Reino Unido ha sido uno de los principales colaboradores del proyecto y ya ha otorgado unos 9 millones de dólares, de los cuales casi 2.5 millones de dólares fueron anunciados este martes por el canciller.

Brasil, por su parte, ha invertido unos 32 millones de reales (unos 6,5 millones de dólares).

La selva y la crisis climática

La minería ilegal, la tala ilícita de madera y los incendios -buena parte ocasionados por manos criminales- son los responsables por la deforestación en la Amazonía, una problemática que se disparó en los últimos años hasta niveles que no se veían décadas atrás.

La crisis climática ha debilitado a la selva, que está perdiendo su capacidad de reciclar agua, lo que aumenta los incendios y elimina la vegetación típica de clima húmedo, un proceso que, según los expertos, puede llevar al bioma a un punto de no retorno, en el que la Amazonía entraría en una fase de sabanización.