El nombramiento de una legisladora de posturas anticientíficas como primera secretaria de la comisión de Ciencia y Tecnología de la Cámara de Diputados argentina intensificó las alertas sobre el rol que le asigna al sector el gobierno de Javier Milei, y sobre el avance de las fake news y pseudociencias tras la pandemia.

La diputada oficialista Lilia Lemoine se define como “especialista en IT” (tecnologías de la información), pero es más conocida por haber sido la esteticista del presidente y destacarse en el mundo del cosplay, cuyos integrantes se visten como personajes de ficción.

La decisión de incorporarla a esa comisión causó sorpresa, dado que −en distintos momentos y en sus redes sociales antes de su llegada a la Cámara Baja de Argentina− Lemoine elogió la controversia alrededor de la teoría terraplanista, puso en duda la llegada del hombre a la Luna, imaginó un insólito test casero para detectar el coronavirus y propuso que los varones renunciaran a la paternidad si así lo desean.

Distintos investigadores interpretan la designación de la diputada, que no respondió a las solicitudes de entrevista para esta nota, como otro signo de desprecio hacia el sector científico de Argentina.

Desde la asunción de Milei −de tendencias ultraliberales− el 10 de diciembre de 2023, el Ministerio de Ciencia de Argentina fue degradado a Secretaría y se fijó un congelamiento presupuestario que pone en peligro al CONICET (principal organismo de investigación en Argentina) y a las universidades nacionales, en cuya defensa marcharon centenares de miles de personas este 23 de abril en Buenos Aires, Argentina.

Apenas una semana después, los diputados dieron media sanción a un proyecto de ley que −si el Senado lo avala− permitirá disolver organismos como el Banco Nacional de Datos Genéticos y la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, además de modificar el funcionamiento y los objetivos del propio CONICET.

Si bien Milei no tiene mayoría en ninguna de las dos cámaras, cuenta con los votos del macrismo y del ala más conservadora del radicalismo (UCR) para algunos proyectos.

En “profundo desacuerdo” con estas políticas, la Red de Autoridades de Institutos de Ciencia y Tecnología planteó que decisiones como la incorporación de Lemoine, “que denuesta públicamente la ciencia sin ningún fundamento (…) suponen un riesgo para la salud y el bienestar humano”.

Pandemia de fakes

Estas tendencias no son nuevas. Ya en 2018, un reporte de la consultora Gallup había mostrado que, aunque siete de cada diez personas sentían que la ciencia las beneficiaba, solo una de cada diez en Sudamérica mostraba altos niveles de confianza.

Las primeras explicaciones se centraron en la idea de que se desconfiaba más de ella en países con mayores niveles de desigualdad, revelando una correlación con el descreimiento en instituciones como el gobierno, los partidos y los sistemas de salud.

La pandemia de coronavirus exacerbó esa dinámica, con el agravante de que en los meses iniciales la idea de “infabilidad” de la ciencia entró en crisis.

“Cuando primero se recomendó no usar barbijo [mascarillas] y después sí hacerlo, hubo un señalamiento sobre la actividad, desconociendo que se trata de un saber que admite modificaciones frente a la nueva evidencia”, plantea en diálogo telefónico con SciDev.Net Victoria Ennis, periodista e integrante del Observatorio de Medios, Ciudadanía y Democracia de la Universidad Nacional del Centro.

“Durante los momentos más fuertes de propagación del virus, cuando la respuesta del gobierno se enfocó en las restricciones a la circulación, las estrategias de desinformación contaron con un contexto favorable”, agrega la investigadora del CONICET Natalia Aruguete.

Entonces, “los altos niveles de intolerancia social no solo se tradujeron en percepciones de riesgo contrapuestas [entre grupos a favor y en contra del aislamiento] sino que también erosionaron la confianza en la campaña de vacunación, insuflada por grupos extremistas alineados con los antivacunas”, añade.

Aruguete coincide en que la pandemia propició “un ensañamiento de las fake news con la ciencia”, fomentado en parte por el formato comunicativo de las redes: extensión limitada y propensión al impacto, por sobre los intercambios en clave de análisis crítico.

Estas formas de comunicación también abonan el terreno para las teorías conspirativas, que propagan desconfianza en las instituciones públicas y pueden llevar a la apatía o la radicalización; y en la información científica, con potenciales consecuencias sobre la salud física y mental.

Cuando −como en el caso de Argentina− son las propias instancias gubernamentales las que difunden falsedades, el problema se potencia. “Las ideas anticientíficas se pueden traducir en políticas anticientíficas”, advierte Ennis.

Las desinformaciones, agrega Aruguete, “son performativas, es decir, intentan visibilizar el poder ejercido sobre un otro vulnerable”. Al llegar desde dirigentes políticos “son aún más significativas, porque generan una mayor percepción de desamparo”.

Para combatirlas, considera central el rol de las organizaciones verificadoras, “tanto para disminuir la difusión de falsedades como para aumentar la circulación de información consensuada por autoridades sanitarias y asociaciones profesionales”.

En esa línea, Ennis integra el proyecto Ciencia Anti Fake News, gestado en los primeros días de la pandemia, que recomienda desconfiar de las noticias que apelan a la emocionalidad, y priorizar las que llevan la firma de su autor y provienen de medios confiables.

Ennis también recuerda la importancia de “abrirnos al esfuerzo de hablar con gente que no piensa como nosotros”, para intentar comprender cómo y por qué se generan determinados consensos, algo a lo que −quizá de forma impensada− contribuya la propia designación de Lemoine. Después de todo, concluye Ennis, también hay científicos que creen en Dios.