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Oregón explora el poder de las setas mágicas

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Estados Unidos.
Tori Armbrust cultiva setas mágicas. Pero no lo hace de forma secreta o furtiva, sino comercialmente, porque en Oregon es legal.

«[En otros lugares] me metería en problemas», ríe Armbrust al mostrar una bolsa con 250 gramos de setas.

La estadounidense recibió la primera licencia para cultivar los hongos en Oregón, en donde su consumo  está despenalizado desde el 1 de enero.

Las setas alucinógenas – apodadas «carne de los dioses» por los aztecas- están asociadas al uso recreativo de la contracultura estadounidense.

Pero la psilocibina, su principio activo, es estudiada como potencial herramienta para tratar la depresión severa, adicciones o el estrés postraumático.

Oregón, en el norte de Estados Unidos, se ha convertido en un estado pionero al contravenir una ley federal que criminaliza su consumo e impulsar un proyecto para abrir centros de tratamiento especializados.

Los mayores de 21 años pueden consumir las setas alucinógenas sin receta médica, pero sólo bajo la vigilancia de un supervisor certificado.

El efecto dura unas seis horas y debe ser seguido de, al menos, una sesión con ese supervisor.

»¿Por qué no?»

Esa nueva profesión, que exige 160 horas de formación, atrae a trabajadores de la salud mental como Tyler Case.

El terapeuta de 44 años pagó casi 10.000 dólares para formarse, y espera ofrecer esto como alternativa a pacientes con trastornos de personalidad considerados incurables.

«Es una herramienta que puede ayudar a las personas (…) que no han encontrado ayuda en otros lugares», dijo Case a AFP.

«Utilizamos potentes psicofármacos todo el tiempo, hacemos cosas que cambian el funcionamiento del cerebro. ¿Por qué no probar esto también?».

Los científicos estudian cómo funciona la psilocibina, y hay poca información sobre su uso a largo plazo.

Pero las investigaciones sugieren que esa sustancia, junto a psicodélicos como el LSD o el MDMA, aumenta las conexiones neuronales y permite reformatear el cerebro, para generar nuevos comportamientos frente a problemas de larga duración.

Tobias Shea, un veterano del ejército estadounidense, apeló a este recurso para tratar una profunda depresión y una ansiedad paralizante.

Shea, ahora de 41 años, cumplió dos misiones en Afganistán, donde perdió colegas. Intentó psicoterapia y antidepresivos. «[Pero] no fueron eficaces», dice. En 2011 probó las setas alucinógenas, y repitió el tratamiento en 2013.

«En ambas sesiones experimenté alucinaciones visuales que asemejaban a un prisma de colores, como un arco iris que cubría todo», cuenta el también entrenador de jiu-jitsu.

«Emocionalmente, sentí una alegría desbordante, y también una abrumadora sensación de fascinación ante la inmensidad y complejidad del Universo».

«Desembalé el contenido aterrador de mi cabeza», dice Shea sobre el tratamiento que le enseñó además que su «experiencia traumática» en la guerra no tiene que definir su vida.

Cuestiones éticas

Con la legalización, Oregón también busca fomentar una práctica transparente e impedir los posibles abusos de poder de autodenominados gurús u otras figuras que operan en el sector.

La responsabilidad legal de los profesionales y centros que adhieren a la práctica es «un factor clave», afirma Elizabeth Nielson, psicóloga y fundadora de Fluence, una de las empresas certificadas para la formación de los supervisores.

El uso de la psilocibina es permitido en otro países, pero Nielson subraya que lo novedoso del marco legal de Oregón es que hace del sector «un ambiente regulado».

Buena parte de la formación de los supervisores aborda la «extrema vulnerabilidad» de los pacientes durante las sesiones, cuando están bajo el efecto de las setas, explica Nielson.

Se les enseña a intervenir lo menos posible, y deben firmar un contrato ético que define qué partes del cuerpo de sus pacientes pueden tocar si ocurre un «mal viaje».

Gestos tranquilizadores como darles la mano o tomarlos por los hombros deben estar detallados antes de la sesión. El primer centro de tratamiento especializado en las setas alucinógenas de Oregón acaba de abrir sus puertas en Eugene.

Empero sus sesiones cuestan 3.500 dólares y algunos ponen en duda la viabilidad de ese proyecto que ha inspirado a estados como Nueva York y California e estudiar iniciativas similares.

«Puedes cultivar [hongos] por 40 dólares», dice el dueño de una productora de setas que prefiere el anonimato. «Creo que esto es principalmente para los turistas». Sin embargo, para Tori Armbrust, es una cuestión de principios: «La naturaleza no puede ser criminalizada».

Noticiero Científico y Cultural Iberoamericano – Noticias NCC
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