México.

Cuando Alejandro Magno llegó a la India hace 2.300 años, le llamó la atención que no requerían de miel de abeja para endulzar su comida. Extraían unos jugos a partir del cual obtenían cristales blancos de sabor dulce. Sin embargo, el clima de Europa no era propicio para cultivar estas plantas que hoy conocemos como caña de azúcar.

Fue hasta el siglo VXIII que un químico alemán mostró que un compuesto idéntico al de la caña podría obtenerse de la remolacha que se cultivaba sin dificultad en Europa.

El azúcar, como la conocemos, está formada por la unión de dos carbohidratos: glucosa y fructosa. Al ingresar en nuestro cuerpo, la fructosa es transformada en glucosa, que es el combustible que se quema dentro de cada una de nuestras células liberando energía.

Para que esta reacción se lleve a cabo, se requiere del oxígeno que los glóbulos rojos llevan a las células. El dióxido de carbono que exhalamos es el desecho de esa reacción de combustión.

Los carbohidratos contenidos en la harina de trigo, la masa de maíz, el arroz y la papa están formados por cadenas de glucosa que serán fragmentadas por encima digestivas para poder ser utilizadas.

Aunque los azúcares son indispensables para la vida, pueden llegar a ser un enemigo mortal cuando se ingieren en exceso, pues son un factor de riesgo para adquirir lo que se conoce como síndrome metabólico, en el que aumenta la probabilidad de padecer una enfermedad cardiovascular o diabetes tipo 2.

Por: DGDC.