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La Antártida en pandemia: aislarse en medio de la inmensidad

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Chile.

Cuando se desató la pandemia de la COVID-19 que alteró nuestras vidas con largos y desacostumbrados encierros, pocos llegaron a imaginar que aislarse pudiera suponer una necesidad, incluso en lugares tan remotos como el desierto, el espacio o La Antártida.

Pero el virus se infiltró en el «continente blanco» y cambió también la rutina de miles de trabajadores, confinados y aislados en uno de los confines del planeta, donde la inmensidad y el viento son la única compañía segura. Y es que el privilegio de visitar La Antártida requiere de una predisposición total a enfrentar el frío y las limitaciones de habitar el «fin del mundo», pero también compartir el día a día en bases civiles y militares donde la convivencia se extiende por largas temporadas.

“Este año ha sido complicado. Todo se ha demorado”, dijo Juan Höfer, de la escuela de Ciencias del Mar de la Universidad de Valparaíso. Sin embargo, este año con la pandemia en plena efervescencia y la llegada de cepas aún más contagiosas como la ómicron, todo se volvió aún más intrincado. Höfer tuvo que hacer una cuarentena previa al viaje de siete días con dos exámenes PCR incluidos.

Todo ello forma parte del «espíritu antártico», detalló el jefe de la base Escudero e investigador marino del Instituto Antártico Chileno (Inach), Francisco Santa Cruz. “Esa necesidad de aislamiento para no traer el virus a la Antártida donde no hay posibilidades de responder en caso de que una persona se contagie, es una de las cosas más complejas”.

La Isla Rey Jorge, situada en el extremo norte de la Antártida, es el lugar con la mayor concentración de bases internacionales del continente, con la presencia de hasta diez países como Chile, Argentina, Rusia, China, Uruguay, Corea del Sur o Brasil y entre las que existe una estrecha relación logística y social.

Noticiero Científico y Cultural Iberoamericano – Noticias NCC
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