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Cruzada para salvar a la estigmatizada zarigüeya en Colombia

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Medellín, Colombia

De nariz rosada y pelaje marrón sedoso, la zarigüeya es el patito feo de los marsupiales. Muy presente en las ciudades, este animal es víctima de maltrato por su lejano parecido a la rata, pese a su función vital en el ecosistema.

«Toda la vida nos han dicho que es fea, que es una rata gigante, que porta enfermedades. Entonces la gente le tiene miedo (pero) es un desconocimiento del beneficio que ellas nos brindan», deplora Sergio Aguirre, veterinario en un centro de conservación de fauna silvestre en el municipio de Barbosa, a las afueras de Medellín (noroeste).

Por ese estigma, algunos las atropellan con sus autos o les arrojan agua caliente. Autoridades ambientales y la ONG Fundazar emprendieron una cruzada para proteger a este animal. 

«Es importante conservarlas porque dispersan semillas contribuyendo a la reforestación, controlan plagas de insectos y de roedores como ratas y ratones, y son fuente de alimento para águilas y grandes carnívoros como felinos y zorros», señala la fundación en su página web.

Natalia Vergara, asistente veterinaria y colega de Aguirre, recibe entre ocho y diez zarigüeyas al día en su centro de atención de fauna silvestre.

Los animales llegan «heridos, lesionados, vulnerables». Otras son «crías que caen del marsupio» de su madre y son traídas por los lugareños. «Queremos mitigar el estrés» de la zarigüeya y luego liberarla en el campo, precisa.

Primo lejano del koala y del canguro, este marsupial de la familia Didelphidae es un mamífero nocturno del tamaño de un gato doméstico.

Su larga cola, orejas peladas, hocico puntiagudo, pequeños y afilados dientes, recuerdan inevitablemente a la rata. Pero su pelaje a menudo bicolor, blanco en la cabeza, y sus grandes ojos negros le dan un aspecto más bien simpático. La imagen de una camada de cachorros colgando de su madre inspira ternura.

Seis especies de Didelphidae están repartidas por el continente americano, entre América del Norte y del Sur, según Fundazar.

En Colombia, donde solían vivir en bosques y zonas agrícolas, estas zarigüeyas se han ido trasladando a las ciudades a medida que el país se urbanizaba.

La zarigüeya es omnívora, se alimenta de frutas y semillas, pequeños insectos, ranas, pájaros y lombrices, pero también de carroña, lo que contribuye a su mala reputación. A veces le gusta hurgar en la basura o anidar cerca de sus contenedores y mueren quemadas cuando los humanos prenden fuego a sus desechos.

Otros las cazan por «miedo», «desconocimiento» o «asco». Pero, contrario a la creencia popular, no transmiten enfermedades como la rabia.

«La zarigüeyas son sorprendentemente resistentes (…) Pero están viviendo en la ciudad donde los carros no paran, donde nosotros vamos a un ritmo diferente (…) Y no nos hemos logrado acoplar. Ellas a nosotros sí, pero nosotros a ellas no», lamenta Aguirre.

AFP

 

Noticiero Científico y Cultural Iberoamericano – Noticias NCC
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