Hanga Roa, Chile.
Desde la isla chilena Rapa Nui, conocida a nivel mundial como isla de Pascua, localizada en el Pacífico a 3.700 kilómetros de la parte continental, se impulsa una atractiva iniciativa de reutilización textil pionera en la comunidad que busca hacer ruido en todo el mundo.
«Actualmente, hay una producción de calcetines para toda la humanidad de aquí a 50 o 100 años. Entonces, ¿por qué estamos haciendo más calcetines?, expresó de manera atónita la directora de Medio Ambiente de la Municipalidad de Rapa Nui, Vairoa Ika Guldman, tras leer un estudio realizado en el extranjero.
«El programa trabaja la economía circular local porque es un residuo (textil) que llega y se está reutilizando y está volviendo a la comunidad de manera gratuita», señaló Ika Guldman, de profesión ingeniera en recursos naturales renovables.
Durante la pandemia en 2020, la isla de Pascua decidió cerrar de forma total al turismo por más de dos años y evitar así la entrada del nuevo coronavirus.
La crisis sanitaria truncó así la principal actividad que sustenta al pueblo rapa nui, el turismo, al recibir más de 100.000 visitantes cada año, sobre todo durante el verano austral.
El alcalde local, Pedro Edmunds Paoa, declaró entonces que «la isla dejó de tener economía», pues al cerrar el aeropuerto, «el puente que nos une con el mundo, dejamos de tener economía, que se basa 100 por ciento en el turismo».
En medio de la preocupación por el desempleo y la consecuente pérdida de ingresos, las autoridades locales pusieron en marcha una serie de programas municipales para ocupar a la comunidad en tiempos de crisis.
Se enfocaron así en la sustentabilidad de la isla de la Polinesia de 8.000 habitantes, que carga con serios problemas de contaminación.
Durante los últimos años, los rapa nui sufren la creciente acumulación de basura en el vertedero local, a un costado del pequeño aeropuerto, a lo que se suman desechos de todo tipo que flotan en el mar y recalan en las costas, procedentes de buques factoría o residuos arrojados a ríos y mares del Pacífico Sur.
«Muchas veces fuimos al vertedero y se veían maletas, bolsas llenas de textil y eso era una deuda, porque nosotros tenemos un centro de valorización y educación para el reciclaje, donde acopiábamos sólo residuos clásicos como vidrio, papel, cartón y latas, pero nos faltaban otro tipo de residuos, y uno de ellos era el textil», comentó Ika Guldman.
En un llamado a frenar el sobreconsumo y la producción excesiva de vestuario, cinco costureras dieron rienda suelta a su imaginación y talento, por lo que comenzaron a recolectar ropa y telas entre sus vecinos para darles una nueva vida, y ofrecerlas de vuelta a las familias.
«Partimos en un espacio bien pequeño, donde de a poco la gente fue conociendo de qué se trataba (el programa). Fue llevando su textil en desuso a este espacio (…) se empezaron a hacer productos para el colegio, bomberos, para la Corporación Nacional Forestal y diferentes instituciones», añadió.
Rápido se corrió la voz y el programa tomó tal fuerza que los integrantes tuvieron que mudarse a un taller más grande para dar abasto a la cantidad de «materia prima» que obtienen en buen y mal estado, que se utiliza de igual manera porque nada se desecha.
La diseñadora a cargo, Priscilla Cruz, comentó a Xinhua que cada mes reciben más de 1.000 kilos de textiles y que solamente en enero pasado recibieron 1.200 kilos, de los cuales «600 fueron retornados a la comunidad a través de productos o ropa que vuelve a circular».
Cruz comentó que de seis a 12 personas visitan a diario la tienda que han armado a un costado del taller con ropa en buenas condiciones, algo así como una «boutique».
La encargada contó que en un pequeño cuarto han dispuesto percheros ordenados de manera minuciosa con camisetas, pantalones, chalecos, trajes de baño, ropa para niños y bebés.
La idea es que el público escoja y se lleve las prendas que quiera sin dinero de por medio, al tratarse de un improvisado bazar que además se ha transformado en un atractivo turístico y un salvavidas para los viajeros que extraviaron sus maletas durante el viaje y se quedaron sin ropa.
Los turistas visitan la tienda y se llevan prendas, al resultar muy llamativa la ropa que la gente local utiliza a diario como pareos para dama polinésicos o poleras (camisetas) con estampados de las estatuas monolítica «moais».
En la segunda etapa de la ruta textil entran las tijeras, los hilos, las agujas y la única máquina de coser disponible en el taller, escondido al interior de un pasaje poblado por plantas y rosados hibiscos, característicos de esta prístina isla volcánica.
En el taller se confeccionan con amor y dedicación fundas de cojines, banderines, sábanas, alfombras y artículos decorativos para cumpleaños, entre muchas otras cosas.
El producto estrella y el que se lleva todos los halagos es un diminuto sillón de 40 por 40 centímetros, relleno con 15 kilos de telas desgastadas, rotas o manchadas, que en otra ocasión irían directo a la basura.
A decir de la diseñadora Cruz, la propuesta abarca capacitar a otras personas para que puedan crear sus propios productos y generar ingresos a partir de estos insumos, así como cursos abiertos y la enseñanza a escolares sobre la importancia del reciclaje o la reutilización, en un contexto global de crisis climática.
La iniciativa comenzó a funcionar durante la pandemia con 11.000 kilos de tela y para 2023 se recolectaron 12 toneladas.
Los participantes de la iniciativa ya piensan en ese sentido en buscar un recinto con mayor capacidad, además de conseguir financiamiento para adquirir nuevas máquinas y apresurar la producción.
La industria de la moda es de las más contaminantes del mundo, por encima del transporte marítimo y los vuelos internacionales, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Chile es al mismo tiempo el cuarto país que mayor cantidad de prendas nuevas o usadas importa en el mundo, así como el que más ropa consume por persona a nivel latinoamericano, de acuerdo con cifras de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y el Ministerio de Medio Ambiente chileno.
El 60 por ciento de estas adquisiciones termina en vertederos o en quemas ilegales, que se han multiplicado a lo largo del país sudamericano, sobre todo en el desierto de Atacama, en la región norte de Chile.
El desierto chileno de Atacama, destino turístico por excelencia del país, acoge el «mayor basural del mundo».
Este basurero es responsable a su vez de la emanación de gases tóxicos dañinos para el medio ambiente y un peligro para quienes hurgan en las montañas de basura en la búsqueda de vestimenta o productos para vender.
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