Panamá.
Quien haya afirmado que “para florecer se requiere pasar por todas las estaciones”, nunca ha visitado Panamá, ni conoce los guayacanes. Como país tropical, el Istmo cuenta solo con dos estaciones: seca y lluviosa. Pero eso no le impide participar, año tras año, del momento en que la naturaleza tiñe de amarillo vibrante y rosado los rincones de más de una decena de países en Latinoamérica, incluyendo Panamá.
Los árboles, popularmente conocidos como guayacán, lapacho o aranguaney, científicamente se denominan Handroanthus. Sin embargo, a día de hoy, se siguen encontrando diversas publicaciones donde a la especie se le llama por su nombre científico anterior: Tabebuia guayacan, título vigente de 1838 hasta 2018, según el informe de la XVIII reunión de la Conferencia de Partes Colombo (CoP18) de la Convención sobre el comercio internacional de especies amenazadas de Fauna y Flora Silvestre (CITES), ya que, mediante estudios filogénicos, se logró separar a los Tabebuias (robles) de los Handroanthus (guayacanes).
Los guayacanes son árboles nativos de los bosques tropicales secos de Latinoamérica y según condiciones como espacio, clima y demás, pueden alcanzar entre los 6 a 20 metros de altura, pese a que su crecimiento es lento y maduran alrededor de los ocho años. Su floración se da entre los meses de febrero a abril. Sus principales usos son: ornamental, en la rama de la construcción, confección de muebles, artesanías y se siguen realizando estudios para comprobar la efectividad del Lapachol (presente en la corteza del árbol) en el campo de la medicina.
Tipos de guayacanes
Según explica el biólogo especialista en Botánica, Taxonomía y Sistemática, Rodolfo Flores, en Panamá se cuenta con tres guayacanes que florecen en color amarillo: el Handroanthus guayacan, el Handroanthus ochraceus y el Handroanthus chrysanthus. Aunque a simple vista pueden parecer el mismo, existen características que ayudan a diferenciar uno de otro.
El Handroanthus guayacan es el más común en Panamá: el cáliz de su flor es liso, el tono de sus flores es un amarillo más brillante y su fruto es rugoso; por su parte, el Handroanthus ochraceus tiene un cáliz y hojas con pequeños pelos marrones, y todas sus flores salen en un mismo eje. Por último, el Handroanthus chrysanthus es el menos común de ver en este territorio, pero también tiene cáliz peludo, aunque sus flores están regadas (no salen desde un mismo punto).
Diferencias entre guayacán rosado/lila y roble rosado/blanco
El biólogo asegura que el Handroanthus impetiginosus típicamente llamado guayacán rosado, es poco común en Panamá y que de forma natural se puede encontrar al sur de la provincia de Veraguas (Soná, Pixbae y áreas aledañas) y algunos puntos de la provincia de Chiriquí. Al florecer en tono rosado/lila, suele confundirse con el Tabebuia rosea habitualmente conocido como roble.
Siendo dos especies totalmente diferentes, poseen rasgos distintivos como: el cáliz del guayacán rosado presenta granitos y su fruto es liso, pero presenta ondulaciones, producto de las semillas que están adentro compactadas. En el caso del roble, su cáliz es totalmente liso y dispone de una “lengüita” larga que amarra el cáliz; al fruto se le queda pegado el cáliz de la flor y tiene líneas longitudinales.
Guayacanes en América
Además de la cercanía geográfica y las muchas similitudes que unen a las naciones latinoamericanas, la presencia y floración de los guayacanes en su territorio, también las identifica. Catorce países: México, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Colombia, Venezuela, Ecuador, Brasil, Bolivia, Perú, Paraguay y Argentina, poseen uno o todos los tipos de guayacanes que existen en Panamá, conforme datos de la CoP18.
Uno de los guayacanes amarillos, el Handroanthus chrysanthus fue establecido como el árbol nacional de Venezuela el 29 de mayo de 1948 y su nombre popular en el país es aranguaney o flor de oro.
Función y utilidad de los guayacanes
Jorge Mendieta, docente, investigador y botánico de la Universidad de Panamá, comenta que además de la belleza visual que generan los guayacanes, dentro del ecosistema -como cualquier otro árbol-, purifican el aire, protegen y regulan la temperatura del suelo; al dejar caer sus hojas aportan materia orgánica para otros individuos (bacterias, hongos) y el néctar de sus flores alimenta a insectos.
Mendieta manifiesta que: “son muy pocas las aves que anidan en estos árboles”, pero que sí es frecuente ver mariposas, abejas y otros insectos que contribuyen en la polinización.
El guayacán es una especie ornamental y la madera de su tronco, al ser de gran resistencia es utilizada para mobiliario, estructuras de construcción y artesanías.
Fenología, comportamiento y asimilación de carbono de guayacanes
El cambio climático, el fenómeno de La Niña y otros factores han modificado el comportamiento de muchas especies alrededor del mundo. Omar López Alfano, investigador y profesor del departamento de Botánica de la Universidad de Panamá, precisa que los guayacanes en Panamá, son árboles que crecen lento y responden a un ciclo climático que es de lluvia; luego entran en un periodo seco, en el que el árbol entra en una pausa fisiológica, deja caer todas sus hojas para no perder agua, y luego sorprenden con ese rompimiento de yemas florales para deleitar sus flores amarillas.
Más tarde, asegura López: “viene la fructificación y salen las semillas aladas que son transportadas por el viento (anemocoria); se producen hojas, y nuevamente vuelve a secarse, bota las hojas para prevenir que la sequía lo afecte; es una especie que se adapta a ese ciclo climático, y posiblemente vuelve a florecer si llueve nuevamente”.
López añade que las flores deben ser polinizadas en una ventana de tiempo muy corta, porque los guayacanes tienen un pico de tres a cuatro días; florecen y sus flores son muy sensibles a la disponibilidad hídrica.
En términos de carbono, entre el roble y el guayacán, este último puede asimilar o mantener una mayor cantidad de absorción de carbono a través de su fotosíntesis, por un periodo más largo, a penas el agua empieza a disminuir o faltar en el suelo, aseguró.
Resistencia a la sequía de guayacanes y robles
Jonathan González es un biólogo vegetal que está desarrollando una investigación sobre el comportamiento de los guayacanes y robles frente al acceso a fuentes hídricas. Él y su equipo, durante dos años y medio, colectaron semillas de ambas especies, las germinaron y siguieron el proceso de crecimiento; luego escogieron 200 individuos de cada especie y los sometieron a mediciones y experimentos: “Evaluábamos alrededor de 20 variables como tamaño, cantidad de hojas, conductividad hidráulica, biomasa, área foliar, presión hidráulica de xilema y floema y más”, compartió.
Durante una fase más avanzada, indujeron sequía a las plantas para medir su tolerancia resultando en que, a los 20 días de prueba, los robles habían dejado caer sus hojas y la conductancia de agua en sus tallos era casi nula; los guayacanes, conservaban sus hojas y poseían una conductividad buena. A los 30 días el roble estaba casi muerto y el guayacán seguía con hojas, conducía agua a través de su tallo y de manera muy mínima, la fotosíntesis se mantenía. Al día 40 el guayacán perdía sus hojas y el roble ya había muerto.
González expone que, a grandes rasgos, el trabajo sugiere que los guayacanes son más resistentes a la sequía que los robles; su madera es más pesada, densa y resistente que la del Tabebuia rosea; los robles tienen xilemas y floemas más grandes y su madera es más manejable. “Con estudios como este, uno da una base científica para tomar decisiones funcionales a la hora de implementar planes de reforestación”, señaló.
Durabilidad de la madera
La construcción de la Catedral Basílica Santa María la Antigua (Catedral Metropolitana) data de finales del siglo XVIII. Para la más reciente de sus restauraciones en 2018, se ideó un equipo de especialistas, de los cuales formó parte, Janitce Harwood, estudiante de biología vegetal, con más de cinco años en el campo de investigación de maderas, para la identificación de la materia prima del retablo y de una de imágenes de la fachada. Harwood menciona que, para el trabajo, se tomaron cinco muestras distintas de áreas permitidas del retablo de la catedral y aprovecharon una pequeña astilla que se desprendió de la escultura de San Andrés (el apóstol).
Según los análisis, la madera del retablo es caoba (Swietenia Jacq) y la de la imagen de San Andrés es guayacán (Handroanthus). La escultura de San Andrés al formar parte de la fachada de la catedral, estuvo expuesta al sol, heces de aves que tienen ácidos, brisa salina, pero se conservó en buen estado: “La madera estaba tan dura que recurrimos a congelarla y cortarla con un criostato”, aseguró Harwood. Si bien, para determinar la edad exacta de esa madera se necesitan otros procedimientos más profundos, se estima que la imagen religiosa tiene -por lo menos -,100 años de existencia.
Las imágenes de San Andrés y del resto de los discípulos, fueron sustituidas en la actual fachada de la catedral; las originales reposan en la Iglesia de San José (Altar de Oro) en el Casco Antiguo de la Ciudad.
Más allá de la estética que poseen los guayacanes, vale la pena puntualizar que ofrecen gran cantidad de beneficios al ecosistema y, al ser una especie nativa del continente, ha embellecido, acompañado y crecido con Latinoamérica por más de dos siglos.
Por: Kiria Guardia / Periodista del Postgrado en ‘Periodismo 4.0’ © del Instituto de Investigaciones Aplicadas, iiafEC, Panamá.
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